No tener a nadie. ¿Se puede ser más pobre? N´Demba, un senegalés que vive en Sevilla, cayó enfermo y fue hospitalizado. En el tiempo que pasó ingresado recibió la visita de varios compatriotas y amigos. Entre ellos, Susana, la joya sevillana que me contó esta historia. El vecino de habitación de N´Demba, un español, sorprendido […]
No tener a nadie. ¿Se puede ser más pobre? N´Demba, un senegalés que vive en Sevilla, cayó enfermo y fue hospitalizado. En el tiempo que pasó ingresado recibió la visita de varios compatriotas y amigos. Entre ellos, Susana, la joya sevillana que me contó esta historia. El vecino de habitación de N´Demba, un español, sorprendido ante el constante ir y venir de gentes que atesoraba la cama del africano, preguntó: «¿Y éste quién es? ¿Por qué recibe tantas visitas? ¿Es alguien famoso?». No, no lo es, ni rico ni importante ni poderoso, al menos para nuestra bolsa de valores.
Las principales lenguas del África subsahariana no disponen de palabras para designar al pobre en el sentido económico de este término. Sus distintas maneras de decir «pobre», traducidas a nuestro idioma, vendrían a significar algo así como «huérfano». Muchos pueblos africanos, en todos los aspectos de su vida cotidiana, cuando hablan de miseria no se refieren exactamente a la falta de dinero. Pobres son los que están solos, sin apoyo social, sin una comunidad, otras personas, que los arropen y acompañen.
Hace casi 20 años ya que la ONU declaró el 17 de octubre «Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza». Con la crisis económica ensañándose con los más desprotegidos, recién alcanzados los mil millones de hambrientos en el planeta, suena obsceno restarle valor y mérito a la cartera. Aún así, conviene no olvidarlo: hay vida, riqueza, más allá del dinero, aunque no lo parezca. Hagamos cuentas. Contracorriente. Si apartamos la pasta, ¿qué nos queda? ¿A cuánto asciende nuestra fortuna? Descontemos. Comparemos. No hay duda. Los más pobres, los sin nadie.