Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas
Cualquier ciudadano del mundo que tenga el privilegio de no estar preocupado por la supervivencia de mañana y escuche, leea o vea las noticias -todo un privilegio, pues pertenece a una pequeña minoría de los 6,8 millones de seres humanos- tiene razones para estar perplejo y receloso. Y tendría aún más razones si supiera lo que no sale en los grandes medios de comunicación.
El día de Navidad un joven nigeriano estuvo a punto de hacer estallar un avión mientras éste se preparaba para aterrizar en la ciudad norteamericana de Detroit. Si hubiera tenido éxito, el fallido atentado habría matado a cientos de personas entre pasajeros, tripulantes y residentes de la zona donde el avión hubiese caído. La perplejidad es ésta: ¿cómo es posible que haya sucedido esto en el país que posee las más sofisticadas tecnologías de vigilancia y seguridad, más aún cuando el joven extremista era conocido por los servicios secretos y había sido denunciado por su propio padre a las embajadas occidentales? ¿Cómo es posible que el país más poderoso del mundo haya puesto de manifiesto tal debilidad? El recelo es el siguiente: ¿cómo va a reaccionar ahora Estados Unidos? ¿Abrirá más frentes de guerra? Después de Iraq, Afganistán y Pakistán, ¿el siguiente será Irán, del que las noticias dicen que tienen planes para construir una bomba atómica, o Yemen, donde el joven se había entrenado? ¿Qué otros países serán los siguientes? ¿Podrá verse libre algún país de ser blanco de esta guerra?
La perplejidad se doblaría si llegase a la ciudadanía la noticia de dos especulaciones inquietantes: los servicios secretos corrieron el riesgo de dejar entrar al joven en Estados Unidos porque pretendían contratarlo como doble agente, tal y como se especula que ocurrió lo mismo con los servicios secretos daneses, que también conocían bien a quien intentó matar al caricaturista. Siguiendo el hilo de las especulaciones, la información sobre el joven nigeriano fue deliberadamente bloqueada para que el atentado ocurriera y generara una ola de revuelta que llevase a la opinión pública norteamericana no sólo a justificar más guerras en una región rica en petróleo, sino también a pensar que un presidente negro y de segundo nombre Hussein no les garantiza la seguridad y les está robando un país hecho por y para los blancos. ¿Especulaciones sin sentido? Lo más sorprendente de todo es que nadie piense en esto.
Y el recelo se convertiría en rebelión si el ciudadano común supiera: que, del mismo modo que Iraq no tenía armas de destrucción masiva, Irán no tiene ningún programa de bomba nuclear, hecho demostrado por 16 agencias del gobierno de Estados Unidos, y que, a pesar de ello, Israel y Estados Unidos continúan los preparativos para un ataque contra Irán; que los peligrosos enemigos de hoy fueron financiados ayer para destruir el nacionalismo emergente de izquierdas: Israel financió a Hamás contra el movimiento de liberación palestina y Estados Unidos financió a los talibanes contra el gobierno de izquierdas y sus aliados rusos; que la guerra supuestamente patriótica para defender la democracia está cada vez más obstaculizada por fuerzas mercenarias, para las que la guerra es un puro negocio -en el atentado con bomba del pasado 30 de diciembre en Afganistán, cometido por un doble agente jordano contratado por Estados Unidos para alcanzar el liderazgo de Al Qaeda-, dos de los «agentes» de la CIA muertos eran, de hecho, mercenarios de Blackwater Security, considerado el ejército mercenario más poderoso del mundo; que los mayores costes de la guerra, para quien la sufre, son aquéllos que no se cuentan como tal, del que un ejemplo trágico es la epidemia de cáncer y de bebés nacidos con deformidades que está asolando Iraq, relacionada con el uranio depositado en el suelo por las bombas «aliadas», un problema que, además, también comienza a afectar a los soldados aliados y a sus hijos; que en el centro de las desgracias venideras está uno de los pueblos más indefensos y abandonados del mundo: los palestinos, prisioneros en sus propio país a merced de un Estado ocupante, racista, con armas nucleares que nunca dejó inspeccionar, apoyado por un decadente centro del imperio y por Egipto, uno de sus más serviles lacayos.
Artículo original publicado el 11 de enero de 2010.
Fuente: gentileza del autor.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Antoni Jesús Aguiló y Àlex Tarradellas son miembros de Rebelión y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor, al revisor y la fuente.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.