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Retóricas en crisis

La Edad de la Mentira

Fuentes: Diagonal

La autora analiza los indicadores que se utilizan para determinar el resbaladizo índice de «desarrollo» a nivel global.

Un artículo de la última publicación de La Décroissance afirma con acierto que, en este mundo, es un castigo poseer alguna cosa que interese al capitalismo . A pesar de todo, aún existen personas que creen que el capitalismo global, o globalización, no sólo ha comportado una mejora económica sino lo que es peor: un desarrollo. El término desarrollo es una de las palabras que más significados abarca y que más mentiras esconde a la vez. De la misma forma que el vocablo progreso ha sido descatalogado y retirado de los artículos ofertados, así debería suceder con su compañero desarrollo.

No hace falta ser economista para saber que cuando el PIB sube, España y, por supuesto, el mundo va bien. Es evidente que el PIB es directamente proporcional a la felicidad humana. La única incógnita es: ¿los romanos eran felices? Seguramente no, su PIB no estaba a la misma altura que el de Suecia. En fin, ya ven que no hace falta ser economista para darse cuenta que esto es una gran mentira. Como bien dijo en una entrevista Saramago vivimos en la Edad de la Mentira.

Nunca la mentira había sido el pan nuestro de cada día, nunca Nietszche había tenido tanta razón al decir que la verdad es un conjunto de metáforas, metonímias y antropomorfismos. Quizás haya que ser un poco entendido en economía para darse cuenta que el PIB no tiene en cuenta las desigualdades internas de un país. Pero hablemos el idioma de la calle. Algunos países de América central y del Sur tienen un PIB elevado, y sin embargo las bolsas de extrema pobreza son realmente considerables. Por ejemplo, Argentina, Colombia y México tienen un PIB muy superior al de algunos países de Europa, sin embargo, las desigualdades en el interior son mayores.

Seguramente este dato no sea muy revelador, pero es algo a tener en cuenta con un índice muy utilizado también por economistas, periodistas, profesores/as de universidad, políticos/as e intelectuales. Hablamos del Índice de Desarrollo Humano (IDH).

El IDH es un índice que tiene en cuenta el PIB, la esperanza de vida y el nivel de educación. ¿Quíen podría estar en contra de un índice tan maravilloso? Además de que el PIB no tiene en cuenta las desigualdades internas, hay que añadir, y ésto es algo que los españoles conocemos de sobra, que este indicador no tiene en cuenta nuestra gran amiga y compañera economía sumergida. En una época de crisis como la que estamos viviendo en el Primer Mundo puede que el PIB no sea muy elevado, pero eso no significa que nos muramos de hambre, ya que el instinto de supervivencia y de pillería es innato al ser humano. Yo misma he contribuído a ello con las clases de refuerzo escolar y los canguros. Pero además del tramposo PIB, los otros indicadores tampoco es que sean estupendos, quizás el más honrado sea la esperanza de vida. Por lo que respecta al nivel de educación, me pregunto a qué nos referimos con educación. De hecho, todos los seres humanos recibimos una educación. Incluso el niño que vive en una favela de Rio de Janeiro, y nunca ha podido ir a la escuela, ha recibido una educación para sobrevivir en las calles de Rio. Pero sin ser tan extremistas, existen muchas comunidades indígenas que dan una educación a sus integrantes, y sin embargo, al no estar reconocida por el Estado, estas personas pasan a engrosar el número de analfabetismo del mundo. Y por lo tanto, ésto no es desarrollo sino subdesarrollo.

Pero aún hay un dato más revelador para despreciar al pobre IDH, y es que todo índice implica una ponderación de sus indicadores. Si damos más valor al PIB que al resto, nos dará un IDH diferente que si otorgamos más valor a la esperanza de vida que a los otros dos. Por lo tanto, como dice el dicho popular: depende de según cómo se mire, y cómo se pondere.

Vuelvo a reafirmarme en la sentencia de Saramago, vivimos en la Edad de la Mentira. En este mundo tan global es difícil encontrar el origen de la mentira porque la mentira actúa como una transnacional, tiene franquicias en cualquier parte del mundo, incluso en aquellas tierras que estuvieron dominadas por «el buen salvaje». La mentira no tiene dueños, sino accionistas. La mentira es la primera causante de la deuda ilegítima. Gracias a ella podemos perdonar una deuda que ha sido pagada un millar de veces. ¿Pero qué más da? Aunque seamos los países ricos los que más deuda externa generemos, aunque seamos nosotros los causantes de la terrible deuda ecológica, ¿no somos los que poseemos las acciones de la Mentira? ¿Qué culpa tenemos nosotros que el Sur tenga lo que interesa al capitalismo?

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-Edad-de-la-Mentira.html