Tradicionalmente se ha pensado que la felicidad es un objetivo, un lugar de llegada al que cualquier persona aspira, pero realmente «es el punto del que hemos de partir», sostiene la catedrática de Psicobiología en la Universitat de València, Manuela Martínez Ortiz. «Más que llegar a la meta, lo importante es disfrutar del recorrido». Ésta […]
 Tradicionalmente se ha pensado que la felicidad es un objetivo, un  lugar de llegada al que cualquier persona aspira, pero realmente «es  el punto del que hemos de partir», sostiene la catedrática de  Psicobiología en la Universitat de València, Manuela Martínez Ortiz.  «Más que llegar a la meta, lo importante es disfrutar del recorrido».  Ésta es una de las tesis que defiende en el libro «Escucha tu cerebro:  la clave de la neurofelicidad» (Plataforma Actual), que ha publicado  en 2015 junto a Luis Moya Albiol. Manuela Martínez es directora de  Estudios de Postgrado en Neurofelicidad y del Master en Neurofelicidad  Aplicada a los ámbitos laboral, de la salud y escolar de la  Universitat de València. Considera que cuando alguien somete de modo  permanente el cerebro a la negatividad, «se vuelve ciego» y reduce la  capacidad de la mente.
 -Para escribir sobre la «neurofelicidad», el punto de partida son los  últimos estudios en neurociencia, neuroplasticidad y epigenética. ¿A  qué avances te refieres?
 Creo que desde que empecé a estudiar Medicina en 1975, y a dar clase  once años después, los conocimientos han avanzado mucho. Antiguamente  se nos enseñaba que una vez se formaba el cerebro y el sistema  nervioso, éste permanecía estático. Esto quería decir, finalmente, que  uno era de una determinada manera, «yo soy así». Te decían también que  las neuronas no se dividen, que uno es el resultado de ese cerebro  estático. Desde la década de los 90 los estudios en Neurociencia  apuntan que, bien, uno es de un determinado modo, pero puede decidir  no serlo. A partir de acciones y comportamientos, pueden introducirse  cambios en el cerebro. Además, sabemos que las neuronas se dividen a  lo largo de la edad adulta, que pueden fabricarse nuevas neuronas o  que pueden conectarse entre ellas, como ya descubrió Ramón y Cajal.  Ciertas redes neuronales pueden «apagarse» si no se utilizan y,  además, las que más trabajamos son las que más se fortalecen. Todo  ello te lo muestra la neuroplasticidad del cerebro. Por ejemplo, hay  estudios que demuestran cómo el cerebro cambia durante una sesión de  psicoterapia: al introducirse nueva información en el cerebro, uno ya  no es el mismo. Todo esto nos da libertad.
 -En el libro «Escucha tu cerebro: la clave de la neurofelicidad»  incluyes una cita de Ramón y Cajal: «Todo ser humano puede ser, si se  lo propone, escultor de su propio cerebro». Pero siempre existe un  contexto social que, al menos, condiciona…
 Nadie vive solo. Todo el mundo vive en una cultura, con interacciones  sociales. Así, estar con gente que se queja continuamente afecta a  nuestro cerebro, ya que se activan las neuronas de malestar y  tristeza. Yo hace muchos años que no veo los informativos de  televisión, únicamente leo algunos titulares de los periódicos. He  trabajado durante 30 años sobre los efectos de la violencia sobre las  víctimas, y he decidido no ver películas violentas, es más, cuando  aparecen escenas de este tipo, apago la televisión. Hay estudios  realizados en Estados Unidos que analizan los procesos de  «desensibilización» asociados al visionado de imágenes violentas, y  que señalan los cambios que se producen en el cerebro.
 -¿En qué consiste el proceso de «desensibilización» que mencionas?
 Someter el cerebro a estas imágenes hace que las conductas violentas  se «normalicen», de manera que uno deje de reaccionar ante esas  acciones o aumenten las probabilidades de cometerlas. Hace más de un  siglo ya se decía que la violencia sigue el recorrido de un cable  telegráfico, es decir, cuando se informaba del crimen cometido en un  pueblo a través del cable, el asesinato se perpetraba a continuación  en otro. Ocurre lo mismo con la violencia de género, y con los  suicidios.
 -¿Qué importancia atribuyes a las «neuronas-espejo» y el rol que  desempeñan en el aprendizaje y la creatividad? ¿Y en cuanto a los  instintos?
 Cuando alguien ve a una persona hacer algo, modifica el cerebro en  función de lo que ve. Se aprende por imitación, esto es básico tanto  en los menores como en los adultos. Por otro lado, difícilmente se  crea algo de la nada. Normalmente la creatividad consiste en  relacionar informaciones que ya estaban en el cerebro. Por otro lado,  los seres humanos somos como maquinarias perfectas, que están  trabajando todo el tiempo. Es nuestro cerebro más primitivo. Son los  instintos. Tenemos un programa perfecto para mantenernos vivos,  reproducirnos y que sobreviva la especie, lo que además lleva  muchísimas emociones y conductas asociadas.
 -¿Tiene relación la Neurofelicidad con el Pensamiento Positivo y la Autoayuda?
La Psicología Positiva surgió en la década de los 90. Uno de los mentores, Martin Seligman, había trabajado con animales y era, de hecho, un investigador de laboratorio. Afirmó que hasta el momento se habían centrado los esfuerzos en detectar lo «malo» y solucionarlo. La Psicología Positiva plantea, por el contrario, crear nuevas líneas de investigación sobre cómo funcionan bien las cosas y, en consecuencia, aprovechar ese funcionamiento. Es decir, ya no se trata de centrarse en por qué una persona está triste, por qué la máquina funciona mal e intentar arreglarla mediante una terapia psicoanalítica de 30 años. El foco se pone en qué hacer para que la maquinaria funcione bien. Así, exponerse a la naturaleza es bueno, también lo es hacer ejercicio, porque se produce un aumento de la serotonina o las endorfinas. Esto lo decimos en el libro, pero siempre basándonos en estudios científicos. Yo aplico la Neurociencia a la Psicología Positiva. Explicamos los cambios que se producen en el cerebro a partir de estos comportamientos positivos. Tampoco «Escucha tu cerebro» es un libro de autoayuda, sino de divulgación científica. En cada capítulo hay al menos dos ejemplos que remiten a estudios científicos.
-Sin embargo, el malestar, el dolor y la frustración pueden liberar la creatividad y dar origen a obras artísticas… Además, se afirma en el libro, «todos podemos aprender a ser más felices, más allá de nuestra genética y de nuestra situación personal y social». ¿Es compatible este enunciado con el pensamiento crítico?
No creo que una persona tenga que quedarse huérfana o en la miseria para ser un buen novelista o un gran músico. Pienso que es el mismo proceso creativo el pone el cerebro en ebullición, el que genera inquietud. De hecho, «crear» es inquietud. En cuanto a la segunda pregunta, me parece que a veces se confunde fomentar la felicidad o tratar de tener el cerebro en un estado de equilibrio, durante el mayor tiempo posible, con llevar una vida simple y facilona. Si uno está todo el día enojado, tiene su cerebro secuestrado. Si uno se somete todo el tiempo a mensajes negativos, se vuelve ciego y reduce la capacidad de la mente. Cuando observamos el panorama político actual, uno puede poner «verdes» a todos los partidos, ¿pero qué se consigue con ello? Quedarse instalado en la crítica y la queja resulta mucho más cómodo. Otra cosa es escribir un artículo, o bien organizar un colectivo o un partido. Uno necesita estar contento para hacer algo bien. Cuando se analizan las cosas desde un estado de contento, en el que se controlan la mente y las emociones, uno amplía su visión.
-«Tenemos la posibilidad de modificar nuestro cerebro, sólo tenemos que escucharlo y hacer aquello que nos ayuda a sentir bien», afirmas. ¿Qué significa «escuchar» al cerebro?
 El cerebro es, en primer lugar, toda la maquinaria primitiva de  supervivencia y reproducción, con todas las emociones y conductas  asociadas. Pero también la parte más «nueva» que se desarrolla con la  evolución, la corteza pre-frontal, que es la más grande y la que más  nos define como humanos. Tiene que ver con la razón y la lógica, y es  la que permite el control de las emociones. Pues bien, se escucha al  cerebro, pero también al cuerpo. Si uno está con una persona y siente  dolor de estómago, ha de escucharse. Y respetarse. Trata de mimar a tu  máquina. Aunque después uno pueda decidir si se enfada o no, si se  amarga o no, porque tiene el control sobre sus emociones y su  conducta. Lo importante es que si le enseñas al cerebro el camino del  enojo, el cerebro funcionará habitualmente así.
 -¿Qué consecuencias prácticas tiene la «neurofelicidad»?
 El cerebro, que es el centro del sistema nervioso, gobierna todo el  organismo. En otros términos, es la central eléctrica que rige cables  y extensiones, al que llega toda la información de nosotros mismos y  del exterior, el que reacciona con emociones e instintos y el que toma  las decisiones. Es nuestra central de datos. El hecho de «estar bien»  es agradable y beneficioso para el individuo en cuanto a su salud  mental y física. Las personas felices enferman manos y viven más  tiempo. En el ámbito laboral, se incrementa la motivación. Además,  durante mucho tiempo hemos pensado que la felicidad es una meta, un  lugar de llegada, cuanto realmente es el punto del que hemos de  partir. Esa felicidad supone sencillamente «estar bien».
 -Pero a la gente común se le exige austeridad, competir hasta la  extenuación, incluso se pondera la capacidad de sacrificio…
No creo en la moral del sacrificio, lo fundamental es hacer las cosas a gusto y con motivación. De lo contrario, no van a salir. Si uno no disfruta del camino, no llega a la meta. Y más que llegar a la meta, lo importante es recorrer la senda disfrutando.
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