Estamos ante una guerra por la supremacía geopolítica global, una guerra tecnológica y militar que asume (por ahora) la forma de conflicto comercial. La hipótesis que manejamos es que la guerra se va a profundizar hasta bordear el peligroso abismo de conflicto nuclear, y que será la marca del siglo XXI, ya que se extenderá […]
Estamos ante una guerra por la supremacía geopolítica global, una guerra tecnológica y militar que asume (por ahora) la forma de conflicto comercial. La hipótesis que manejamos es que la guerra se va a profundizar hasta bordear el peligroso abismo de conflicto nuclear, y que será la marca del siglo XXI, ya que se extenderá en el tiempo hasta que alguno de los rivales (probablemente China) se alce con la victoria.
Como el conflicto entre la potencia en declive y la que está en ascenso que la desafía, dominará el escenario mundial y regional en este complejo periodo histórico, parece necesario trazar algunas ideas generales que puedan orientarnos a las y los de abajo. No pretendo establecer líneas
, sino apenas esbozar horizontes ético-políticos que considero deberían debatir los llamados movimientos antisistémicos.
La primera es considerar que es una guerra por la dominación del planeta, no por la liberación de los pueblos. Vemos que una parte de los profesionales de la izquierda sostienen que debemos elegir entre Estados Unidos y la alianza China-Rusia, porque es necesario derrotar a la primera y caminar de la mano de la segunda. Por el contrario, creo que si bien la potencia hegemónica es muy dañina y debe ser enfrentada y derrotada por los pueblos en cada lugar de la Tierra, no podemos perder de vista que las otras dos naciones son también imperialistas.
Por lo tanto, pienso que la situación es más parecida (no idéntica) a la que se registró en la Primera Guerra Mundial, que a lo sucedido en la segunda. En ésta, los intereses nacionales de la entonces Unión Soviética llevaron a Stalin a imponer a los movimientos una alianza con las potencias occidentales; en tanto, Lenin y los bolcheviques, en la primera guerra, se pronunciaron por el derrotismo
de su nación, apostando a convertir la guerra imperialista (así la definieron) en guerra de clases para hacer la revolución.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los comunistas chinos osaron desafiar las directrices de Stalin y tomaron su propio camino, se apartaron del Kuomintang y de las potencias occidentales, y las combatieron. Gracias a esa línea de acción, pudieron triunfar. En síntesis, las fuerzas del cambio deberíamos aprovechar el conflicto entre los de arriba para hacer avanzar nuestro propio proyecto, con autonomía, aunque sin descartar acuerdos puntuales siempre que no nos neutralicen.
La segunda cuestión pasa por aprender de la experiencia vivida por nuestros pueblos durante las guerras de independencia. El conflicto entre criollos y españoles (y portugueses), apoyados por Inglaterra, se resolvió en contra de los pueblos que sufrieron tanto, o más, con las repúblicas que con las monarquías que los colonizaron. La derrota de los revolucionarios de abajo (desde Túpac Amaru y Túpac Katari hasta José Gervasio Artigas, Tiradentes y Morelos), alfombró la instalación de repúblicas que pusieron fin a la colonia y abrieron paso al colonialismo interno.
En no pocos casos, los rebeldes de abajo fueron usados como carne de cañón por los criollos para poner en marcha su propio proyecto de nación.
El tercer asunto gira en torno a lo que representa la nueva hegemonía global: un impresionante despliegue tecnológico de inteligencia artificial y tecnología 5-G, que tendrá consecuencias funestas en cuanto a la concentración de poder global y en cada país. El ejecutivo experto en inteligencia artificial, Kai-Fu Lee, asegura que este despliegue producirá desigualdades económicas sin precedentes e incluso alterará el equilibrio mundial de poder
(https://nyti.ms/2HLsysU).
A diferencia de la revolución industrial y de las computadoras, ahora no se sustituirán unos empleos por otros, sino traerá consigo la aniquilación de trabajos a gran escala
. Qué sucederá con esos millones, a los que se suman los que ya le sobran al capital, lo enseña la propia China, con su sistema de video-vigilancia a gran escala: una enorme masa de personas sometidas (el 9-9-6, trabajan de 9 am a 9 pm seis días a la semana), controladas las 24 horas.
La concentración de poder se incrementará; China y Estados Unidos serán los grandes beneficiados. Pero llama la atención que los profesionales sólo mencionen a las empresas yanquis (Google, Facebook, Amazon y Microsoft) y no citen a las chinas (Baidu, Alibaba Group, Tencent Holdings), ni los campos de concentración en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, de mayoría musulmana (https://bit.ly/2VPSM7s). En cada nación la brecha social crecerá entre quienes tienen acceso a las nuevas tecnologías y quienes no acceden o lo hacen en situación de dependencia.
La hegemonía china puede ser peor para los de abajo, como viene sucediendo desde los albores del capitalismo y la modernidad. Creer que la hegemonía yanqui nos hizo más libres que la británica, y que ésta fue más beneficiosa que la española, es tanto como mirar el mundo desde el lado de los privilegiados. La historia reciente nos enseña que entre los que luchan, una parte aspiran a insertarse bien arriba y a la derecha.
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2019/05/24/opinion/018a1pol