Recomiendo:
0

La historia del fin de la historia

Fuentes: Rebelión

Fue idea de algún pretendido agorero o, tal vez peor y más probablemente, uno de los oscuros Planes Maestros que han surgido de aquellas execrables entrañas humanas en estos dos últimos milenios. De teoría a discurso, de hipótesis a hecho consumado, se asumió que, diez años antes de que finalizara el siglo XX, había terminado […]

Fue idea de algún pretendido agorero o, tal vez peor y más probablemente, uno de los oscuros Planes Maestros que han surgido de aquellas execrables entrañas humanas en estos dos últimos milenios. De teoría a discurso, de hipótesis a hecho consumado, se asumió que, diez años antes de que finalizara el siglo XX, había terminado la Historia. Parecían exterminados los ideales que se enfrentaron por más de cien años al capitalismo. Cayeron muros, se fragmentaron países, se retractaron partidos, se desviaron militantes, se desdijo lo dicho. Ya se celebraba, aplastante y definitiva, la victoria. La vida sería monocorde, unipolar, homogénea. Adiós a la diversidad, el pluralismo, los matices, los colores. Al fin, el todo era uno.

 
Pero pronto algo dejó de funcionar en la maquinaria. Países enteros, modelos del modelo, se derrumbaron, cayeron en picada presas de una de sus bondades, la especulación financiera. Como hilera de dominó o castillo de naipes, el desastre viajó de Asia a Europa, y luego a América (porque África hace años dejó de ser parte de la geografía mundial). El susto pasó luego a pesadilla cuando, dedo a dedo, reapareció la mano izquierda. En algunos casos, eligiendo un presidente obrero; en otros, expulsando en línea a más de un mandatario. A veces hasta sin líderes, las masas encontraron su propio camino, se reencontraron a sí mismas en el sonido de las cacerolas, bajando desde cerros a reclamar lo suyo, rodeando palacios hasta imponer su criterio.
 
Algo estaba saliendo mal, así que había que corregirlo. Si la Historia se empeñaba en no morir, claro está, había que matarla y no importaba el precio. Bien fueran tres mil conciudadanos inmolados (pero útiles como el mejor de los pretextos), mil ochocientos compatriotas enviados a morir por los que nunca fueron a una guerra, o nadie sabrá cuántos del bando de los sin rostro bajo las bombas, el uranio, las balas, las torturas y el napalm retornado de lo que sí debía ser un capítulo cerrado. No importa si fueron quince mil o cien mil, una ciudad arrasada, dos países ocupados y otros cincuenta y ocho en plan. Muerte para todos los que no están en este-el-mismo-bando. Pero tampoco resultó la pretendida apocalipsis.
 
Ahora la Historia los está llevando a la Histeria. Aquellos algunos dejaron de ser pocos y pasaron a ser varios, luego muchos y ya son casi todos. Incomprensible, increíble, insólito; todos los astros no alcanzan a los cálculos de los profetas para determinar qué salió mal en el imperfectible Plan Maestro, cómo se llegó a la subversión que hoy alcanza hasta el mismo corazón del Imperio.
 
No ha muerto la Historia, pero definitivamente está cambiando; se está escribiendo otra, tal vez la que nunca llegó a los libros porque era derecha la mano que redactaba. Está llegando el fin de la historia menor, la del hombre-lobo-del-hombre, la de la guerra, el robo, la indolencia.
 
Bien hacen en temer los señores de negro porque esta, la que comienza, es otra Historia.
 
Víctor Hugo Varela. Cuba