Imagina que un día enciendes la televisión y le das la espalda. Primero, un anuncio. Luego, dos. Más tarde, las noticias, una película, tu programa favorito… así, poco a poco, hasta dejarla sola, abandonada a su carta de ajuste. Imagina que un día enciendes la ventana y le das la cara. Primero, un silencio. Luego, […]
Imagina que un día enciendes la televisión y le das la espalda. Primero, un anuncio. Luego, dos. Más tarde, las noticias, una película, tu programa favorito… así, poco a poco, hasta dejarla sola, abandonada a su carta de ajuste.
Imagina que un día enciendes la ventana y le das la cara. Primero, un silencio. Luego, dos. Más tarde, un pájaro, los coches, una voz, el vecino, una amiga… así, poco a poco, hasta llenar la programación, el canal plus de la vida.
Imagina que apagas la televisión, un rato, una tarde, todos los días… el teleahorro resulta muy rentable: hasta 11 años de vida, el tiempo que pasamos asomados a la pequeña pantalla. Una barbaridad. Y una pena. Los menores de entre 4 y 12 años dedican más tiempo a ver la tele (990 horas anuales) que al colegio y los estudios (960). De tomar calles, enredar al aire libre, tocar tierra, mejor ni hablamos.
Las televisiones son carnívoras. Comen personas. «La televisión dificulta el uso del pensamiento complejo (abstracción, imaginación, reflexión) y por la tanto disminuye la posibilidad de entender críticamente muchas de sus propuestas, en especial las de naturaleza comercial». Y vegetarianas. «La televisión muestra y hace apetecible e inofensivo un modo de producción y consumo obsceno que deteriora irreversiblemente el planeta del que dependemos», denuncian desde Ecologistas en Acción.
«Apaga la televisión, enciende la imaginación». La Semana Internacional sin Televisión surgió en 1995 en Estados Unidos. La edición de este año finaliza mañana. Hay tiempo. Desenchufa la tele y fantasea… En lugar de cajas tontas, cajas de luces. Cajas de fuego, como la del escritor mexicano Genaro Estrada. «Yo me siento orgulloso con mi caja de cerillas, que guardo celosamente en un bolsillo de mi chaqueta. Cuando saco mi caja de cerillas, siento que soy un minúsculo Jehová, a cuya voluntad se hace la luz en toda mi alcoba, que un minuto antes estaba en tinieblas, como el mismo mundo, hace muchísimos años». Una cerilla, un fueguito, la tele sin tele.