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Cronopiando

La impunidad en la República Dominicana

Fuentes: Rebelión

Dos consecuencias, cualquiera de las dos terribles para una sociedad, provoca la impunidad como ejercicio. Para el criminal, la gratuidad de su delito se convierte en la antesala de su reincidencia y la justicia se transforma en cómplice. Para la víctima, el desamparo legal se convierte en la necesidad de su propia violencia y la […]

Dos consecuencias, cualquiera de las dos terribles para una sociedad, provoca la impunidad como ejercicio.

Para el criminal, la gratuidad de su delito se convierte en la antesala de su reincidencia y la justicia se transforma en cómplice. Para la víctima, el desamparo legal se convierte en la necesidad de su propia violencia y la justicia se transforma en venganza.

A ambas consecuencias se encuentra condenada la sociedad dominicana.

Es tal la impunidad que ha impuesto la «costumbre» del delito que pronto no va a quedar un día en el calendario que no reivindique el esclarecimiento de un crimen y la imprescindible satisfacción a las víctimas.

Recientemente se cumplía el primer aniversario del asesinato de Angel Christopher Martínez, director de Aeronáutica Civil, a los pocos días de haber jurado el cargo y, sobre todo, de haberse propuesto honrarlo.

Nada se ha esclarecido al respecto de un crimen cometido contra una figura de la relevancia del alto funcionario, asesinado en plena calle por varios pistoleros.

Un año más tarde, mientras el país sigue gobernado por el imperio de la impunidad, para que las complicidades se salpiquen, los delitos se hermanen y los delincuentes se confundan, sólo la familia de Christopher y algunos allegados persisten en el empeño de que sean sometidos a la justicia los responsables del asesinato, los que lo urdieron y los que lo llevaron a cabo.

La pretendida modernidad que celebra el Estado dominicano no cuenta entre sus mejores ejemplos la administración de una justicia que acumula páginas en blanco y recomienda amnesias colectivas.

La «era», la nefasta «era» balaguerista de la que algunos todavía mienten su final, no es parte de la reciente historia del país sino su brutal presente, y así va a seguir siendo hasta que, finalmente, un buen día termine el gobierno de la impunidad. Aunque sólo sirva para que los asesinos, si no a la cárcel, no vayan a llegar al reparto del botín, y que ya que no responden a la vergüenza de los cargos, no sean, además, recompensados con cargos sin vergüenza.