Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La semana pasada, la presidencia de Dmitry Medvedev en Rusia finalmente se sacó los guantes. Tenía que pasar tarde o temprano, pero pocos habrían esperado que fuera tan pronto. Quedó claro que el presidente de EE.UU., George W Bush, administró un desaire diplomático a Medvedev al margen de la cumbre del Grupo de Ocho (G-8) en Hokkaido, Japón.
Bush lo caracterizó con condescendencia como un «tipo listo» poco después de su encuentro en Hokkaido el 9 de julio, pero fue sólo después de asegurarse de que la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, fuera a Praga y firmara un acuerdo precisamente el día antes para instalar un sistema de radar de EE.UU. como parte del sistema de defensa de misiles en Europa Central.
Si la misión central de Medvedev en Hokkaido fue resaltar el creciente papel de Rusia en la arena mundial como una potencia con la que tiene que vérselas Occidente,Bush actuó como si no le importara. EE.UU. también se mostró claramente falto de interés ante la propuesta de Medvedev en el G8 para un sistema pan-europeo de seguridad que incluyera a Rusia. Medvedev expresó su «preocupación» al saber del acuerdo en Praga. Como para echar sal en la herida, Rice fue de Praga a Bulgaria, donde EE.UU. ha establecido por primera vez una base militar, y luego a Georgia para discutir sus planes para unirse a la OTAN.
Mientras estaba en Tbilisi, pidió mediación internacional para impedir que la violencia se extienda en las regiones separatistas de Georgia, Ossetia del Sur y Abkasia, que han sido fuentes de crecientes extensiones, y Georgia acusa a Rusia de tratar de anexar esas regiones. Para llevar las cosas más lejos, EE.UU. comenzó un ejercicio militar conjunto con Georgia que lleva el nombre de código Reacción Inmediata 2008, cerca de Tbilisi, que continuará durante el mes de julio.
El ejercicio, financiado por el Pentágono y planificado por el Comando Este de las Fuerzas Armadas de EE.UU., pretende ser una advertencia a Rusia de que Georgia es un proyecto estadounidense y que Washington no vacilaría en trabajar arduamente para salvaguardar la «Revolución Rosa».
A simple vista, una arrogancia semejante es ilógica e innecesaria ya que Occidente debería tener todos los motivos posibles para no causar problemas a Medvedev. Occidente ha estado propagando en los últimos meses que el juvenil presidente ruso es un tomador de decisiones potencialmente independiente en el Kremlin con quien podría cooperar – a diferencia de su predecesor, Vladimir Putin.
Reflejando el modo de pensar de EE.UU., el experto del Centro Carnegie de Moscú,
Dmitri Trenin escribió recientemente que Occidente percibió la «capacidad de captación rápida, su estilo tranquilo de conducir conversaciones, y su claro deseo de mostrar que él es el verdadero amo de la diplomacia rusa… Hay motivos mucho más importantes para esperar que Dmitry Medvedev… concentrará lenta pero continuamente poderes en sus propias manos.»
Es evidente que lo que ha estado ocurriendo en los últimos meses en el escenario Este-Oeste es una de esas pantomimas que Occidente y Rusia representan con la misma habilidad. Pero EE.UU. parece haber concluido que todas las alabanzas occidentales a su respecto no se han subido a la cabeza de Medvedev y que simplemente ha estado demostrando su propia pericia en el arte dramático. En realidad, no ha cambiado gran cosa en Rusia. Los sondeos muestran que Putin, ahora primer ministro, sigue siendo visto por los rusos como su «líder supremo», con un nivel de popularidad que bordea por sobre un 70% – con Medvedev bloqueado a un 47% – y la verdad podría hallarse cerca de lo que evaluó recientemente un comentarista moscovita, es decir que Medvedev es un copiloto en la cabina en la que Putin sigue siendo el capitán.
Además, Medvedev debe saber que incluso si quisiera ser el modernizador europeo y miembro del club del G-8 que Occidente quisiera que fuera, se vería desesperanzadamente enfrentado a su país. Según un sondeo de la semana pasada por una red rusa de televisión, el símbolo de la renovación de la Rusia actual resulta no ser otro que José Stalin. Por un margen sustancial, Stalin dejó atrás a dos vistosos Vladimires – el cantante Vladimir Vysotsky y el revolucionario Vladimir Lenin – y a una multitud de perennes héroes rusos como Iván el Terrible y Alexander Pushkin.
Por cierto, cuando Medvedev firmó el sábado pasado una nueva estrategia de política exterior para Rusia, se vio que por primera vez el primer ministro ha sido puesto en el puesto del conductor para implementar medidas de política exterior – hasta ahora prerrogativa presidencial – lo que también muestra que el Kremlin seguirá la línea establecida por Putin en sus ocho años en la presidencia. Resulta que las vagas y algo incomprensibles expectativas de que podría haber alguna especie de «liberalización» en la política exterior de Medvedev eran infundadas.
Pero Moscú no ha tomado a la ligera el desaire estadounidense. En una alocución a enviados rusos en Moscú el martes, Medvedev declaró sin ambages su intención de continuar la política exterior de Putin, criticando las acciones de EE.UU. para el despliegue de la defensa de misiles, que Occidente no haya ratificado el Tratado revisado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa, la independencia de Kosovo, etc. Dijo: «Afirmamos enérgicamente que el despliegue de elementos de la defensa global de misiles en Europa Oriental sólo exacerba la situación… nos veremos obligados a responder con la misma moneda…
«Esto está vinculado con los acuerdos ruso-estadounidenses sobre estabilidad estratégica. Obviamente este patrimonio común no podrá sobrevivir si se permite que una parte destruya selectivamente elementos individuales de ese régimen estratégico. No podemos estar de acuerdo con eso.»
Según el reputado experto alemán en Rusia, Alexander Rahr, el veto ruso de la semana pasada en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidos del borrador de resolución sobre Zimbabue fue también una respuesta a la acción de EE.UU. sobre la defensa de misiles. «La oposición china es fácil de comprender ya que tiene numerosos intereses económicos en Zimbabue. Rusia no tiene ninguno. El veto de Rusia es una reacción al escudo de misiles, a Abkasia y a muchas otras cosas… Rusia está tratando de mostrar que EE.UU. no puede decidirlo todo,» dijo Rahr.
El veto ruso generó un nuevo soniquete estadounidense de que Medvedev no es el que decide en el Kremlin y que podrían haberle bajado los humos respecto a Zimbabue. Pero Moscú pasó por alto la sugerencia. El Ministerio de Exteriores emitió una declaración calificando el borrador de resolución sobre Zimbabue de «un precedente peligroso… ilegítimo y peligroso, que lleva a desequilibrar todo el sistema de la ONU.» La declaración reprendió a Washington y Londres, diciendo: «Rusia tomó en consideración el hecho de que la situación en Zimbabue no representa una amenaza para la paz regional, y menos aún para la paz y la seguridad internacionales y no justifica la adopción de sanciones contra ese país.»
De nuevo, el lunes, Moscú anunció que por primera vez desde la desintegración de la Unión Soviética en 1991, barcos de guerra rusos van a reiniciar patrullas de las aguas del Ártico. Medvedev señaló que va a mantener el curso de patrullas militares expandidas iniciado por Putin. ¿A qué se debe una aceleración tan repentina del ritmo de las relaciones EE.UU.-Rusia? Hay que buscar la respuesta en un plano totalmente diferente – la seguridad energética.
Lo que sale a la luz es que, en todo caso, Medvedev continúa la diplomacia energética rusa con más energía que Putin. Poco después de hacerse cargo en el Kremlin en mayo, Medvedev ordenó la terminación expeditiva de la primera etapa del Oleoducto Oriental Siberia Pacífico (ESPO, por sus siglas en inglés) para fines de 2009. El ESPO tiene un papel vital en los esfuerzos de Moscú por equilibrar su estrategia de exportación de petróleo entre Europa y Asia-Pacífico. Moscú espera concentrarse en Asia-Pacífico como destino de exportación de un tercio de sus exportaciones de petróleo para el año 2020, en comparación con un 3% actual.
A comienzos de julio, Medvedev emprendió una gira diplomática en la región del Caspio, cubriendo Azerbaiján, Turkmenistán y Kazajstán. En Bakú, capital de Azerbaiján, hizo una sorprendente oferta de que Rusia está dispuesta a comprar toda la producción de gas de Azerbaiján a precios de mercado. En Ashgabat, consolidó el compromiso de Turkmenistán de modernizar el Oleoducto Central Centroasiático y de construir un nuevo ducto en el litoral del Caspio.
Medvedev logró imponerse sobre competidores europeos y estadounidenses rivales en la lucha por el gas turkmeno. Además aseguró que el petróleo y el gas de Turkmenistán y Kazajstán no pasarán por fuera de Rusia. Pero lo que ha indignado verdaderamente al gobierno de Bush son los dramáticos progresos de Gazprom dentro de África.
El gigante ruso Gazprom, el mayor extractor de gas natural del mundo, ha anunciado planes para construir un gasoducto a través del Mediterráneo para bombear gas libio a Europa. Es el paso final de una estrategia del Kremlin que involucra el manejo por Gazprom de toda la producción de gas, el petróleo y del gas natural líquido (LNG) de Libia para exportarla a Europa y EE.UU.
En un sucinto anuncio de Gazprom en Moscú el 9 de julio, señaló que: «El lado libio evaluó positivamente la propuesta de Gazprom de comprar todos los futuros volúmenes de gas, petróleo y gas natural líquido asignados para exportación a precios competitivos.» Ahora bien, Washington aceptó cautelosamente el reingreso a la «comunidad internacional» de Muammar Gaddafi, Líder Fraternal y Guía de la Revolución en Libia, sobre la base de un entendimiento obvio. Estadistas occidentales, desde el primer ministro británico Gordon Brown al presidente francés y el ex primer ministro italiano Romano Prodi hicieron cola para entrar por la ventana de oportunidad de negocios abierta por el gobierno de Bush. Y luego Putin visita Trípoli en abril, menos de un mes antes de abandonar su puesto, y los dos ex coroneles deciden manejar en conjunto todos los recursos energéticos de Libia.
Y Gazprom busca comprar licencias de exploración en Nigeria y propone construir un gasoducto desde allí a Argelia, y con Argelia, Gazprom desarrolla una propuesta de mercadeo «conjunto» de gas en Europa. Responsables de EE.UU. reaccionaron violentamente. «La monopolista Gazprom se comporta como lo hace un monopolio. Trata de obtener el control del mercado lo más posible y de asfixiar a la competencia. Y es lo que obviamente está sucediendo,» vociferó Matthew Bryza, Vicesecretario Adjunto de Estado para Asuntos Eurasiáticos. «El Kremlin quiere que Gazprom sea la fuerza dominante en la energía global, y la fuerza dominante en el gas global. Asegurarse los recursos de gas en Asia Central y Asia forma parte de eso,» agregó. El plan es que Gazprom domine «en todo rincón del planeta,» afirmó.
El arrebato de Bryza es comprensible. El buen trabajo que hizo ahora está en la ruina. Washington se tranquilizó cuando terminó la presidencia de Putin, pero ahora resulta que es posible que Gazprom sólo haya acelerado el ritmo de sus propuestas bajo la astuta dirección de Medvedev. Además, con sus nuevos recursos en África, Gazprom pronto estará golpeando la puerta para acceder al mercado de EE.UU. mediante suministros de LNG. Las compañías europeas e internacionales, que han estado tradicionalmente presentes en el mercado africano, se verán obligadas a tener un papel al lado de Gazprom.
Washington reaccionó asegurando que las compañías rusas queden al margen de los 30 contratos para acuerdos lucrativos por petróleo que están siendo adjudicados por Bagdad. Es un fuerte golpe para Rusia. En febrero, Moscú había anulado 12.000 millones de dólares, o sea un 93% de la deuda de Iraq con Rusia, en una acción que fue vista ampliamente como orientada a ayudar a la compañía petrolera rusa LUKoil para que recuperara los derechos del tiempo de Sadam Husein para el desarrollo del gigantesco campo petrolífero iraquí West Qurna-2. Pero bajo presión de EE.UU., el gobierno ahora está adjudicando West Qurna-2 a la estadounidense Chevron.
El Kremlin no mostró enojo alguno, pero por coincidencia o no, el director ejecutivo de Gazprom, Alexei Miller, llegó repentinamente a Teherán el lunes y discutió con el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad el establecimiento de una organización de países productores de gas. Sin duda, con el punto de apoyo ruso en Libia (que tiene reservas de gas natural calculadas en 1,47 billones de metros cúbicos), en coordinación con Argelia (que actualmente provee más de un 10% de los suministros de gas de Europa), Qatar (con reservas comprobadas de gas natural de 25,8 billones de metros cúbicos) e Irán (que tiene las reservas más grandes del mundo por su tamaño después de Rusia) se acerca la hora de una «OPEC del Gas».
El líder iraní también sugirió a Miller un arreglo de participación en el mercado, así que Rusia e Irán podrían «satisfacer en conjunto las necesidades de Europa, India y China en el sector del gas.» Durante la visita, se firmó un acuerdo sobre el desarrollo de los campos de petróleo y gas de Irán por parte de compañías rusas; sobre la participación rusa en la transferencia del petróleo crudo iraní del Mar Caspio al Mar de Omán; la cooperación en el desarrollo del fabuloso campo petrolífero del Norte de Azadegan; y la posible participación de Gazprom en el gasoducto planificado Irán-Pakistán-India. Evidentemente, Moscú tomó una decisión deliberada de seguir adelante con Irán en la cooperación energética a plena vista de la publicidad mundial haciendo caso omiso de la molestia de EE.UU. Teherán se mostró feliz.
Para citar a un experto estadounidense: «El interés estratégico de Rusia en Irán subraya implícitamente la futilidad de las esperanzas de que Moscú coopere en la imposición de sanciones contra Irán por parte de Washington. Mientras las compañías europeas occidentales salen de Irán o suspenden acuerdos por temor a sanciones de EE.UU. (que castigarían inversiones de más de 20 millones de dólares al año en el sector petrolero y de gas de Irán), Gazprom amplía su actual posición.»
Concebiblemente, el peligro de perder en la última frontera energética hacia Rusia (y China) podría ser un factor en el giro político de Washington en las conversaciones con Irán. Washington llama su media vuelta «una fuerte señal al gobierno iraní de que EE.UU. está comprometido con la diplomacia.» Pero según The New York Times, Rice
ha decidido «probar la disposición de Irán de considerar un paquete internacional de incentivos con el propósito de instar a Irán a hacer concesiones respecto a su programa nuclear.» Lo que no sabemos es la medida en la que el gobierno de Bush estaría cerca de participar en el sector energético de Irán, que es un elemento en el así llamado «paquete internacional de incentivos.» (Halliburton, que fue dirigida por el vicepresidente Dick Cheney, fue un protagonista muy activo en Irán.)
Por el momento, debe ser obvio para el gobierno de Bush que el juvenil, abogado-presidente post-comunista que reemplazó a Putin no ha perdido tiempo en perforar un agujero en toda la estrategia de EE.UU. por debilitar el control de Gazprom sobre el suministro de gas a Europa. Su sentido de furia es imaginable. Pero después de todo, Washington sólo puede culparse a sí mismo. La carrera de Medvedev como zar de la energía es un libro abierto, como la de Cheney – o la de Rice. Desde 2000, dirigió Gazprom. Ahora controla Gazprom desde el Kremlin.
Poca gente se dio cuenta de que cuando se despidió formalmente del consejo de directores de Gazprom en una ceremonia en Moscú el 27 de mayo, Medvedev se enorgulleció enormemente al señalar que durante sus ocho años de dirección, la capitalización de Gazprom se aceleró en un factor de 46, y que un quinto del presupuesto ruso se deriva actualmente de las actividades de Gazprom. Concluyó diciendo: «Quiero decir que durante mi gobierno tendremos la oportunidad de vernos y discutir cosas en reuniones de trabajo. Así que, nada se acaba. Es sólo el comienzo.»
Resumiendo, el flujo de eventos de la semana pasada en sitios tan alejados como Praga, Hokkaido, Tbilisi, Harare, Teherán y el Ártico subrayó que después de un breve descanso, las rivalidades por la seguridad energética se han reanimado con una ferocidad que puede hacer tambalear el equilibrio de todas las relaciones entre EE.UU. y Rusia. Es probable que la situación se agudice en el próximo período. La geopolítica de la situación energética es un tema altamente delicado para el gobierno de Bush, cuyos profundos vínculos con las grandes petroleras son multitud. El que Moscú esté siendo más ágil que EE.UU. en el frente energético es una tremenda pérdida de prestigio para la combinación Bush-Cheney-Rice.
Existe la fuerte posibilidad de que el gobierno de Bush apriete el pedal en múltiples frentes en el paisaje geopolítico eurasiático y cree un hecho consumado de antagonismo mutuo entre EE.UU. y Rusia para el senador Barack Obama, si éste llegara a ser presidente. El apuro tras el acuerdo de Praga sobre defensa de misiles huele a esa forma de pensar. Es casi seguro que Rice apure para que se tome una decisión en el plan de acción respecto a la membresía de Georgia y de Ucrania en la OTAN en la reunión de los ministros de exteriores de la alianza en diciembre. La pregunta de «¿quién es el jefe en Rusia?» ya no parece interesarle a nadie.
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El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera en el Foreign Service indio. Sus puestos incluyeron a la Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.
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