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Ponencia presentada en la mesa 2

La integración: arma de lucha

Fuentes: Rebelión

En América Latina se siente un temblor, un pálpito, de algo que está en vías de alumbramiento. Quizás sea por fin el sueño anhelado de Bolívar, de Martí, de Mella, de Fidel y, ahora, de Chávez: la creación de la Unión de América Latina, como lo que siempre debió haber sido, la Patria grande de […]

En América Latina se siente un temblor, un pálpito, de algo que está en vías de alumbramiento. Quizás sea por fin el sueño anhelado de Bolívar, de Martí, de Mella, de Fidel y, ahora, de Chávez: la creación de la Unión de América Latina, como lo que siempre debió haber sido, la Patria grande de todos nuestros pueblos al sur del Río Grande. Lograr su integración es, sin dudas, la tarea medular y concreta de los latinoamericanos del siglo XXI.

 

En 1925, un joven prócer cubano, Julio Antonio Mella, escribió en la cárcel y publicó en Venezuela Libre: «Ha pasado ya del plano literario al diplomático el ideal de la unidad de la América. Los hombres de acción de la época presente, sienten la necesidad de concretar en una fórmula precisa el ideal que, desde Bolívar hasta nuestros días, se ha considerado como el ideal redentor del continente». Mas, después de casi ciento setenta y cinco años esa unidad no ha podido concretarse. A todo lo largo de ese decurso nuestras burguesías y el imperialismo estadounidense se han encargado de dominarnos y balcanizarnos.

 

Han sido esas lastimosas burguesías, repletas de temores, ansiosas de migajas, lloronas e indispuestas, la palanca. El imperialismo estadounidense se ha convertido en succionador de nuestras riquezas. En esta hora, la necesidad de la sobrevivencia de nuestra identidad, y tentado estaría de decir que hasta de la física, nos impone la unión de nuestros pueblos. Resulta trágico cómo en una operación reduccionista, para anestesiar la posible rebeldía de popular y poder usufructuar los beneficios marginales que el imperialismo le dejaba, la burguesía se hizo cómplice de la fragmentación con vistas a acallar nuestras memorias o, de manipularlas, para quitarle el filo a la herencia que nos legaron nuestros padres: Bolívar se convirtió en estatua, Martí se volvió un lírico iluso y para ocultar quedaron palabras como aquellas del gran padre venezolano: «Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria» o las de Martí: «¿Y han de poner sus negocios los pueblos de América en manos de su único enemigo, o de ganarle tiempo, y poblarse, y unirse, y merecer definitivamente el crédito y respeto de naciones, antes de que ose demandarles la sumisión el vecino a quien, por las lecciones de dentro o las de afuera, se le puede moderar la voluntad, o educar la moral política, antes de que se determine a incurrir en el riesgo y oprobio de echarse, por la razón de estar en un mismo continente, sobre pueblos decorosos, capaces, justos, y como él, prósperos y libres?».

 

Ahora sí parece llegada la hora de que ese sea el derrotero de nuestros pueblos: unirse para luchar, luchar y vencer. Este es un momento de buscar la unión entre los movimientos sociales fuertes y los gobiernos que pretenden disentir de la hegemonía de Estados Unidos. No hace mucho el presidente Chávez dijo que este era un momento único que no podíamos dejar escapar y señaló: «Estamos viendo cómo vamos unos países en ayuda de otros, y eso es un paso muy grande en las condiciones del mundo. Nosotros sólo queremos ser un ejemplo de un modelo alternativo, que se hizo con nuestras propias fuerzas, y lo vamos a lograr».

 

Goethe dijo que lo más importante en este mundo no era saber donde se estaba, sino hacia donde se iba. Como son los hombres los que hacen la historia, estamos en el punto de partida de la implantación de modelos alternativos a los vigentes y de integrar a nuestros países americanos. Nuestra región con pocas excepciones fue víctima, entre aleluyas y hosannas, del experimento catastrófico neoliberal que en menos de dos decenios se demostró como la experiencia más nociva vivida en dos siglos por nuestros pueblos. Al buscar otra manera de organizar nuestra sociedad, debemos pensar que solo es posible enfrentar el futuro si cada partícula de nuestra gran patria forma parte, de cara al porvenir, de un bloque sólido y natural que permita exponer sus aspiraciones con la vigorosa fuerza del conjunto. A esas fuerzas aplastantes que se dibujan en el futuro, sobre todo, América del Norte, Europa y Japón, ¿podrán las ovejas aisladas oponer resistencia para no ser recolonizadas? ¿Tendrán la menor capacidad de negociar con independencia y probabilidad de sobrevivir?

 

Basta mirar la realidad actual para percatarse de que no sería posible. Al pie del 48 % de las mayores compañías y bancos del mundo son de Estados Unidos, un 30 % de la Unión Europea y 10 % de Japón. Es decir, casi el 90 % de las más grandes corporaciones del mundo son estadounidenses, europeos o japoneses. Esto explica cómo Keymart pudo poner un supermercado en pleno Teotihuacán, a pesar de la oposición de los mexicanos. Pronto veremos un McDonnal suplantar el puesto de tortillas.

 

Al pensar en la construcción de una alternativa válida de sociedad, no hablo de seguir ningún modelo particular sino de contradecir el neoliberal. Es imposible que la construcción de esa alternativa que permita la unión pueda erigirse sobre la base de la más infame distribución de ingresos, en que los países parecen partirse entre miserables y supermillonarios. Podemos apuntar que el FMI y el BID recomendaron reducir el gasto social. Como resultado de la operación neoliberal, en 1980 había en América Latina 120 millones de pobres y en el 2001 esa cifra estaba en 240 millones, o sea el 43 % de la población. De esos, 93 millones están en la indigencia. Atilio Borón señalaba en un artículo que nadie tiene una brecha mayor que los países de nuestra región latinoamericana: la proporción de ingresos en 1995 del 1 % más rico contra el 1 % más pobre era de 417 a 1 (66 363 a 159). ¿Bajo esas condiciones sería posible unir los pueblos?

 

Sin dudas, todo el poder hegemónico del imperialismo se traducirá en una lucha por impedir que los subyugados indóciles se unan y cómo se lograría sostener la lucha frente a este poder si no se cuenta con el respaldo del pueblo mayoritario y empobrecido. Los humildes de Cuba, junto a capas medias patrióticas, han sostenido la Revolución contra el asedio imperialista con las armas en la mano, porque se implantó una de las sociedades más igualitarias y justas que ha conocido posiblemente el mundo. Venezuela triunfa, porque de los cerros baja el respaldo de la revolución de Chávez. No se trata de propugnar ni uno ni otro modelo, pero sí el del logro de una verdadera democracia, mediante la justicia social, la mayor igualdad, el bienestar social, la libertad, así como la soberanía. Sobre esos horcones se puede y se debe erigir la integración de nuestro subcontinente.

 

Se nos propone el ALCA como el gran modelo neoliberal a seguir. La globalización posiblemente sea indetenible, pero no necesariamente la capitalista, que presupone incluso el hegemonismo de EU con sus oligopolios que quedarían por encima de la ley. Debemos mirar hacia lo que sucede en México con el campo y los campesinos y multiplicarlo. En Doha la reunión de la OMC acordó las reglas de la competencia en un mercado abierto y desregulado y Samir Amín ha calculado que 20 millones de agricultores modernos sustituirían a 3 000 millones de campesinos, que hoy después de asegurar su subsistencia traen sus cosechas al mercado. Amir valora que aún suponiendo un improbable crecimiento industrial del 7 % anual, solo se absorbería un tercio de estos. Nos preguntamos, ¿sobrarán estos 2 980 millones de personas? ¿Cuántos de estos serán de nuestro continente, inundado de los productos agrarios subsidiados de los grandes monopolios de Estados Unidos?

 

Si Estados Unidos está tan interesado en la promoción del ALCA es solo por la situación de su propia economía deficitaria. Solo apoderándose de los mercados americanos y conquistando los sectores financieros y comerciales de los países dependientes, puede bajar su déficit comercial. América, la América nuestra, es la presa codiciada. Incluso, el proyecto va más allá al plantearse la integración (léase dominación de las fuerzas armadas de la región). Es decir, la anexión a Estados Unidos.

 

Sin dudas, lo que vayan a ser nuestras «patriecitas» dentro de medio siglo, dependerá de lo que a partir de estos mismos instantes hagamos, y sepámoslo desde ya: serán potente conjunción con voz en el mundo o, parafraseando a Martí, arria atada al ronzal del imperialismo contra el resto del mundo. Para sojuzgarlas el imperialismo siempre logró que de una en fondo, como mansos corderos, fueran nuestras repúblicas al degolladero de las negociaciones. Esa ha sido siempre la política aplicada. Solo la integración puede salvarnos. Ninguna nación individualmente puede enfrentarse al proyecto de globalización empresarial.

 

Es cierto que América Latina perdió el tren de la revolución por la vía armada cuando desapareció el dique de la Unión Soviética a la potencia hegemónica de Estados Unidos, pero la caída del campo socialista permitió también librarnos de las ataduras de los dogmas que nos hablaban de una sola forma de socialismo, el llamado real. Ahora el camino puede ser múltiple, siempre y cuando se tenga delante como objetivo terminar con el capitalismo salvaje y el mercado como absoluta panacea.

 

Es cierto, también, que con el empuje neoliberal y la desaparición del campo socialista se barrió con muchos sindicatos, partidos de izquierda y organizaciones populares, pero también lo es que una década después las formaciones populares, las fuerzas enemigas de la oligarquía, de nuevo cuño o no, a cuenta de la violencia de la imposición del modelo neoliberal han vuelto con más fuerza a presentarse en el escenario político en Venezuela, Uruguay, Brasil, Argentina y Panamá, mientras Cuba sigue en su puesto. A todas estas la lucha de los pueblos boliviano, ecuatoriano y nicaragüense, parecen llamadas a plantear nuevos derroteros y unirse a los que ya avanzan por senda alternativa.

 

Parece una verdad incontrovertible de estos tiempos que para lograr nuestros sueños de otro mundo posible, se vuelve necesario tomar el poder. La lucha victoriosa de los trabajadores eléctricos mexicanos contra la privatización o los campesinos contra la construcción del aeropuerto de San Salvador Atenco, la lucha exitosa de Cochabamba contra la privatización del agua, de los campesinos del Cuzco contra la privatización de la electricidad, son pasos importantes de la movilización popular, pero no basta. Queremos y debemos ir a más. Cuba, bajo el liderazgo preciso y precioso de Fidel, ha construido la más sólida sociedad de justicia de América. Venezuela nunca hubiese podido cambiar su realidad sin que Chávez hubiese arribado a la presidencia. Los cambios podrán ser de diferente grado, pero sigue constituyendo una realidad que si las masas quieren imponer las transformaciones solo lo lograrán mediante la colocación de sus líderes en el poder.

 

Nuestro amigo, «el gringo viejo» James Cockroft, nos ha señalado que para entender los movimientos sociales de América Latina hay que destacar los elementos integrantes siguientes:

-el papel de los indígenas

-el papel de las mujeres y la gente pobre

-el papel de los medios de comunicación

-el papel de la juventud

-el papel de los campesinos

-el papel de los trabajadores sindicalizados o tratando de sindicalizarse

-el creciente reconocimiento entre los pueblos de América Latina de aliarse en sus luchas e internacionalizarlas.

 

Es cierto que antes todo parecía más claro, burgueses y proletarios, y ya todo estaba dicho, pero debemos partir de que el mundo es hoy más complejo. Incluso, en la enumeración citada faltan otras fuerzas que el movimiento popular no debe ni puede excluir. Hay clases medias que resulta necesario aceptar y no tenemos por qué tirarles la puerta en las narices.

 

A la hora de La Historia me absolverá, el alegato que conmocinó a los cubanos en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada, Fidel unió a la falange lista al debate por un mundo mejor a los desempleados, los maestros y profesores, los pequeños comerciantes, los profesionales. Ninguno de los humillados y ofendidos de nuestras tierras deben quedar marginados de esta lucha. Ni siquiera clases y capas medias golpeadas por la crisis, dispuestas a luchar por estas ideas.

 

No olvidemos, como Adolfo Gilly señalaba, que en América Latina el neoliberalismo ha triturado o desplazado a lugares secundarios la burguesía industrial, a los cepalinos, a los industrializadores y hasta los nacionalistas populares y ha reciclado a los más sólidos capitales industriales, junto con las propiedades de las antiguas clases terratenientes rentistas, bajo la conducción del capital financiero, por vocación transnacional, aunque por destino y necesidad amarrado a la protección del Estado nacional neoliberal. No debemos tener ningún prejuicio. En todo caso que se excluyan los que quieran.

 

Uno de los terrenos en que se ha movido el imperialismo es el de la imposición de ideas. El control de los medios ha significado la restricción de la diversidad. Poco más de un decenio nos separa de la debacle de la Unión Soviética y del campo socialista. Entonces los voceros del capitalismo cantaron victoria total y proclamaron, al estilo de Fukuyama, que la historia había terminado, el capitalismo había triunfado para siempre en el mejor de los mundos posibles. Era algo así como que había dejado de existir la ley de la gravedad. Pero si el viejo Newton se hubiera reído de tan peregrina tesis y le hubiera bastado señalar a su alrededor para comprobar su inverosimilitud, más debe haber reído el viejo Marx, y le bastarían unos pocos años para que el viejo topo de la historia se encargara de desmentir tan azarosa y desventurada tesis, que los medios de comunicación al servicio del imperialismo y el capitalismo neoliberal convertirían en famosa, aunque por poco tiempo. Es más, ha quedado claro más bien que la propia caída del campo socialista era la mejor comprobación de la certidumbre del marxismo. La última producción de los teóricos del imperialismo en la búsqueda de alternativas que sustituyan los conflictos reales por seudoconflictos ha sido el choque de las civilizaciones de Huttinton. Pero vendrán más novedades. Para combatir el imperialismo cultural y de las ideas debemos alentar entre otras medidas la creación de un canal de televisión por satélite latinoamericano, que enfrente el unilateralismo de la información al uso. Frente a CNN luchemos por una televisión alternativa nuestra.

 

A todas estas debemos apurarnos en la concreción de la alternativa bolivariana. Ese primer paso hacia la integración de la que será la Unión Sudamericana de unos países que tienen 360 millones de habitantes y 800 000 millones de dólares de PIB, constituirá un hito notable hacia la integración de nuestra patria grande. Es muy probable que con el señor Bush reelegido y respaldado por una mayoría de su pueblo, trate de buscar el replanteo por vía militar y la desestabilización de la situación de los países contestatarios del continente. Ante esta situación solo la solidaridad entre nuestros países y el más estrecho vínculo de los gobiernos con los movimientos populares, impedirá la acción del imperialismo. Aprovechemos también este momento y creemos una coordinadora de todo este movimiento en defensa de la humanidad, que sea una palanca movilizadora de los esfuerzos comunes. Quizás nos ha tocado la hora más feliz y casi inesperada. ¡Asumámosla!