Las elecciones en India han supuesto un descalabro para la izquierda institucional. De 61 escaños con que contaba el Frente Democrático de Izquierda (FDI) ha pasado a 23, muchos menos de los 39-43 que indicaban unas encuestas que ya venían anunciando una importante caída en el voto popular sin que hubiese rectificación alguna por parte […]
Las elecciones en India han supuesto un descalabro para la izquierda institucional. De 61 escaños con que contaba el Frente Democrático de Izquierda (FDI) ha pasado a 23, muchos menos de los 39-43 que indicaban unas encuestas que ya venían anunciando una importante caída en el voto popular sin que hubiese rectificación alguna por parte de la dirigencia del Frente, empecinado en «crecer» a costa de una alianza con otros partidos de corte regionalista y étnico con ideologías cuando menos difusas puesto que alguno de ellos no ha tenido escrúpulos a la hora de aliarse con el Congreso Nacional Indio o con el derechista Partido del Pueblo (Bharatiya Janata) cuando lo ha estimado conveniente. El argumento era que mantener la postura del FDI sin otras alianzas sería equivalente a un suicidio político en aquellas zonas de India donde las organizaciones de izquierda son débiles.
El tiro les ha salido por la culata a los promotores de esta estrategia electoral y les ha estallado en la cara. En las elecciones anteriores, 2004, el FDI se presentó en 69 distritos (de un total de 602 en que está dividido administrativamente el país) y consiguió esos 61 escaños. Es decir, prácticamente hizo un pleno. No ha sido así en esta ocasión: se ha presentado en 82 distritos gracias a esa alianza en el denominado Tercer Frente y ha bajado hasta los 24 escaños. De ellos, 16 han sido conseguidos por el Partido Comunista de India (marxista) -antes contaba con 44-, cuatro por el Partido Comunista de India -antes tenía 10- y los otros dos por sus coaligados del Partido Socialista Revolucionario y el Frente de Avanzada. Ninguno para sus otros coaligados en ese Tercer Frente.
El Partido Comunista de India (marxista), fuerza hegemónica del FDI, ha emitido una declaración pública en la que dice que la disminución de voto ha sido «marginal» puesto que el partido ha obtenido un porcentaje del 5’33% y eso es «ligeramente inferior al 5’66% logrado en las elecciones de 2004» (1). Curiosa forma de justificar unos pésimos resultados, máxime teniendo en cuenta que el índice de participación fue algo inferior a los comicios anteriores -como consecuencia del boicot proclamado por los naxalitas- y que desde el gobierno se había incentivado una «campaña del miedo» tras los atentados de Mumbai en noviembre de 2008. No obstante, el PCI (marxista) reconoce que ha sufrido «serios reveses» en Bengala Occidental y Kerala, los dos estados que viene gobernando con mayoría absoluta desde hace décadas y muestra su «profunda preocupación» por un hecho sin precedentes puesto que en estos dos estados ha perdido nada más y nada menos que 25 escaños que ahora han ido a parar a manos del Congreso Trinamool (una escisión del Congreso Nacional Indio), en el caso de Bengala, y a formaciones locales, aunque también y por primera vez en muchos años, ha conseguido escaños a su costa el derechista Bharatiya Janata.
La autocrítica no es el fuerte de la izquierda institucional india. Lo cierto es que debería sentir algo más que una «profunda preocupación» por los resultados en estos dos estados puesto que la participación electoral ha sido mayor que la que hubo en 2004 (en Bengala Occidental ha votado el 80’67% frente al 78’04% en las elecciones anteriores y en Kerala ha sido del 73’35% frente al 71’45% anterior, mientras que la media en toda India ha sido del 58%), por lo que el voto de castigo al FI es evidente. Aunque en India, como en otras partes del mundo, no se vota de la misma manera en unas elecciones generales y en unas locales, la derrota sufrida por la izquierda institucional anuncia la más que posible pérdida de la mayoría absoluta con que cuenta en estos dos estados, emblemáticos hasta ahora no sólo para la izquierda institucional de India sino para las organizaciones de la izquierda institucional del exterior y, especialmente, de Asia.
Bengala, con 80 millones de habitantes, tiene gobierno comunista desde 1977 y el FDI consiguió en las últimas elecciones locales un total de 235 escaños de los 294 con que cuenta la Asamblea (Parlamento). Kerala, 32 millones de habitantes, fue donde por primera vez los comunistas indios formaron gobierno en 1957 tras ganar las elecciones y desde entonces han gobernado intermitentemente hasta que en 1996 consiguieron la mayoría absoluta, revalidando esa victoria en las posteriores citas electorales; de los 140 escaños del parlamento del estado de Kerala el FDI controla 82. Las próximas elecciones locales son dentro de dos años y mucho tiene que cambiar el PCI (marxista) para que sea capaz de mantenerse en el poder en estos dos estados de una manera tan holgada.
La industrialización y los «imperativos del desarrollo»
La izquierda institucional de India está construyendo una autopista hacia el infierno desde que en marzo de 2007 el gobierno de Bengala Occidental apostase por la represión -14 muertos- de los movimientos populares que se oponían a la instalación de una Zona Económica Especial en Nandigram (2). La postura inicial del PCI (marxista) fue acusar a los campesinos de negarse a aceptar el acuerdo que proponía el gobierno de Bengala y defender la ZEE como un «imperativo del desarrollo». Esa ZEE no era cualquier cosa, sino la puerta de entrada de la multinacional indonesia Salim, un grupo económico con capital de la corrupta familia del general Suharto.
Los comunistas indios se ponían a la cola de las pretensiones gubernamentales de crear 339 Zonas Económicas Especiales en toda India que, gracias a las desgravaciones fiscales que hacen que las empresas no paguen ningún impuesto, gozan de ventajas fiscales y económicas para favorecer la productividad y donde se puede eludir la legislación normal del país en materia laboral, sindical y ambiental con el objetivo de atraer inversores locales y extranjeros. Los sindicatos han manifestado en reiteradas ocasiones que las ZEE eliminan históricas conquistas sociales del movimiento obrero indio y la resistencia a su puesta en funcionamiento es grande. En un país donde el 90% de los trabajadores dependen de la economía informal, el renunciar al ejercicio de los derechos sindicales (como ha establecido el gobierno en las ZEE) significa más precariedad, más injusticia y más violencia. De hecho, la sindicación de los trabajadores si bien no está prohibida de derecho, sí lo está de hecho en estas ZEE puesto que los empresarios no contratan a quien esté afiliado a un sindicato. La actitud hostil de los empresarios hacia los trabajadores sindicalizados se ha radicalizado desde que a comienzos de la década de 1990 el gobierno del Congreso Nacional Indio iniciase su política de privatizaciones y desmantelamiento del sector público al amparo de la política económica neoliberal.
En estos momentos en India hay ya 40 ZEE en funcionamiento y la izquierda parlamentaria no quiso quedarse atrás en la campaña por la «industrialización» del país. En Kerala el Frente de Izquierda puso en marcha un programa experimental, presentado como una alternativa a las ZEE, que permitía a las empresas radicadas en el estado, críticas con la «excesiva» lucha sindical y las permanentes reivindicaciones de los trabajadores, importar mano de obra de otros estados y así librarse de esas molestias sindicales. Este hecho fue denunciado por los sindicatos al considerar que permitía a los patronos «ignorar la legislación» puesto que con esas prácticas «se desbaratan las actividades sindicales y se desalienta la formación de sindicatos», según ha dicho la Confederación India de Sindicatos (CITU), históricamente vinculada al PCI (marxista).
En Kerala la dirección del PCI (marxista) con su secretario general, Pinarayi Vijayan, a la cabeza era partidaria de iniciar una política económica más «abierta y liberal». Por el contrario, la mayoría de los cuadros y las bases consideraban que había que seguir manteniendo la postura tradicional de apoyo principal a los agricultores, a los sectores populares y, de forma especial, a los adivasis (indígenas) por ser los principales afectados por la industrialización. Es de esperar que tras el fracaso electoral este debate se extienda al interior de la organización a nivel estatal y que pierdan las pretensiones de la dirección del partido.
Los sindicatos indios son muy combativos, en especial la CITU, y en el año 2006 mantuvieron un duro pulso con los gobiernos estatales y central sobre el derecho de sindicación de los trabajadores del sector de tecnologías de la información, una de las «joyas» de la industrialización de India y del coqueteo con los países del Primer Mundo. Cuando el 14 de noviembre de ese año, y a instancias de la CITU, se creó la Asociación de Trabajadores de Tecnología de la Información en Bengala Occidental como un primer paso en la lucha de los trabajadores del sector los patronos, apoyados por el gobierno central y el local de Bengala, arremetieron contra la iniciativa. Curiosamente, es en Bengala donde la CITU cuenta con mayor número de afiliados, 1’4 de un total cercano a los 4 millones, y no ha dudado en convocar huelgas generales contra el gobierno del FI. En Kerala la cifra de afiliados a la CITU llega al millón.
Los «imperativos del desarrollo» no terminaban ahí para el PCI (marxista). Faltaba lo más emblemático y el símbolo más evidente de la socialdemocratización acelerada de la izquierda institucional de India: en Bengala Occidental se expropiaron tierras para la construcción de una fábrica de coches, los famosos Nano (modelo de coche barato de la marca Tata Motors), en Singur. Se da la circunstancia que el emplazamiento elegido está en una de las zonas más fértiles de todo el estado, pero eso no arredró a la izquierda institucional. El FDI y el PCI (marxista) apostaban claramente y por primera vez en su historia por las clases medias y los sectores más pudientes económicamente puesto que con un sueldo que no llega al euro y medio al día son pocos los indios que pueden adquirir ese modelo de coche por barato que sea (el precio inicialmente previsto del modelo Nano, antes de la crisis económica, era de 1.500 euros). Ya lo había dicho Arjun Sengupta, Presidente de la Comisión Nacional para las Empresas del Sector No Organizado: «el 77% de la población de la India, 853 millones, es pobre y vulnerable y tiene una capacidad de consumo inferior a las 20 rupias diarias» (0,40 euros aproximadamente). Evidentemente, no es algo que tuviese en cuenta la izquierda gobernante en Bengala, apoltronada desde hace años y cada vez más alejada de la realidad de la calle.
La izquierda institucional de India ha logrado en menos de tres años lo que la reacción no había logrado desde la independencia del país, en 1947: dañar su credibilidad como fuerza política de ámbito estatal preocupada por el bienestar de los trabajadores, los desfavorecidos y los condenados de la tierra india. Y lo está pagando. La arrogancia con la que ha tratado el sentimiento de los más desfavorecidos al imponer la ZEE en Bengala, junto a la represión de Nandigram, así como la práctica antisindical del gobierno en Kerala favoreció que el gobierno central viese el camino libre para, por una parte, poner en marcha un Plan de Garantía de Empleo Rural que quitó a la izquierda parlamentaria la bandera de la defensa del campesinado y, por otra, establecer una legislación antisindical en los trabajadores públicos, a quienes se limita el derecho de sindicación y negociación colectiva, o a los trabajadores del sector bancario, quienes deben comunicar con seis meses de antelación la convocatoria de huelga, por mencionar dos casos concretos de esa práctica antisindical. Pero, como es obvio, hay más, muchos más..
Expansión de los naxalitas
Mientras que en el momento de escribir este artículo no hay datos de nuevas reacciones del Comité Central del PCI (marxista) tanto en Bengala como en Kerala se ha iniciado una dura reacción contra las respectivas direcciones del partido. En Bengala, el primer ministro Bhattacharjee reconoce ahora que no se pueden ignorar las deficiencias «en el funcionamiento del gobierno, el partido y el Frente de Izquierda» en lo referente a un tema crucial como la tierra anunciando, faltaría más, «un enfoque prudente y flexible en el cumplimiento de los objetivos de desarrollo del gobierno, en particular los relacionados con la adquisición de tierras que no se llevará a cabo [esa adquisición de tierras] si la población local no quiere» (3). En Kerala, el gobierno, en reunión de urgencia, decidió aplicar «medidas correctivas» en su política. Habrá que esperar y ver, aunque las perspectivas de un cambio de política real «en beneficio de los pobres» (4), como anuncia ahora (¿?) Bhattacherjee – en un reconocimiento expreso de lo que ha venido siendo su política en los últimos años y que certifica la aseveración hecha más arriba de que se prefería la relación con las clases medias y más acomodadas a las bases tradicionales comunistas- son más que dudosas puesto que ni en Bengala ni en Kerala, al menos por el momento, se reniega de la apuesta por una política de industrialización como iniciada hace tres años y que les ha llevado a esta situación.
Con su apuesta por la industrialización acelerada como un «imperativo del desarrollo» la izquierda parlamentaria india ha asfaltado su autopista hacia el infierno. Sólo la insurrección naxalita queda ya como referente emancipador en India. Los dalits, los intocables en el sistema de castas hindú, se han volcado hacia los maoístas; los campesinos pobres también. Incluso pequeños sectores de los trabajadores industriales lo están haciendo, como pone se pone de manifiesto día tras día y así lo recogen no sólo los medios de comunicación de India, los de tirada federal y los de ámbito estrictamente local (5) con titulares como «Los maoístas amplían sus zonas de influencia» o «Maoístas a la ofensiva tras la humillación del PCM» -en India se denomina al PCI (marxista) como PCM para diferenciarle del histórico Partido Comunista de India, llamado PCI y también integrante del FDI-, sino agencias internacionales (6). Y por si fuese poco, un importante sector de los intelectuales está reclamando a los maoístas la formación de un nuevo frente, de carácter inequívocamente revolucionario, que rompa con la inercia de una izquierda tradicional que cada vez se ve más envuelta en casos de corrupción y que está asumiendo con una rapidez desmesurada los planteamientos socialdemócratas con tal de conservar el poder.
El gobierno central lo tiene muy claro: debilitada hasta casi morir la izquierda institucional debido a sus propios errores sólo hay un enemigo al que combatir porque representa una amenaza real para el sistema capitalista indio. Por eso la primera medida del nuevo gobierno ha sido anunciar que el Ministerio de Asuntos Exteriores va a hacer campaña política en Asia en contra del «extremismo de izquierda» (en referencia a los naxalitas, dado que están coordinados a nivel regional en el Comité de Coordinación de los Partidos y Organizaciones Maoístas del Sur de Asia) y que se tomarán las medidas urgentes necesarias para «adoptar medidas correctivas dentro de los Procedimientos Operativos Estándar [que realizan las fuerzas policiales y las paramilitares] de lucha contra los naxalitas» que permitan que «en un plazo de seis a siete meses se pueda realizar una fuerte ofensiva contra los maoístas» (7). En esa ofensiva habrá «una mayor coordinación entre las fuerzas paramilitares, la policía estatal y la sociedad civil». Esta última tendrá como misión la de «contrarrestar la propaganda naxalita» (8), lo que pone de manifiesto una vez más cómo el poder utiliza las ONGs y la famosa «sociedad civil» como frente de choque ante las políticas que cuestionan el sistema, como si la pobreza se produjese por generación espontánea, como las setas, y no fuese una consecuencia de ese mismo sistema.
Lo que está sucediendo en India merece más atención en el resto del mundo. Y la debacle de la izquierda parlamentaria debería ser un aviso a navegantes sobre un comportamiento, por desgracia, demasiado extendido en cuanto se pisa una moqueta y el poder te saluda con una palmada en la espalda mientras te ofrece una silla aterciopelada. En Europa se sabe demasiado de esto. En América Latina hay próximamente elecciones en países como Brasil, Chile y Uruguay donde «la izquierda correcta», al estilo de sus homólogos de India, se enfrenta a una situación muy parecida a la que acaba de suceder en India. Una vez que ya se ha hecho el trabajo para el sistema, apaciguando las luchas sociales, este tipo de formaciones políticas son perfectamente prescindibles y en ello no se escatiman esfuerzos ni campañas mediáticas. Por eso no está demás recordar un viejo refrán español: «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar».
Notas:
(1) Comunicado del Politburó del PCI (marxista) ante los resultados de las elecciones a la Lokh Shaba. 19 de mayo de 2005.
(2) Alberto Cruz, «La izquierda en India (y II): hacia la pérdida de identidad» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article301
(3) The Telegraph, 25 de mayo de 2009.
(4) Ibid.
(5) The Tribune e India Times, 24 de mayo de 2009
(6) Prensa Latina, 25 de mayo de 2009.
(7) Asia Times, 21 de mayo de 2009.
(8) Ibid.