«En 2007, los pueblos indígenas son actores sociales muy importantes; encabezan la contestación y resistencia contra el sistema», destaca Roger Rumrrill junto a Alberto Muenala y María Clemencia Herrera. Los tres son exponentes de la larga lucha por fortalecer la identidad indígena.
Roger Rumrrill, presidente del Centro de Culturas Indígenas de Perú (CHIRAPAQ) y miembro de la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Video de los Pueblos Indígenas (CLACPI), María Clemencia Herrera, dirigente del pueblo uitoto, y Alberto Muenala, coordinador general de CLACPI, proceden de tres comunidades de Perú, Colombia y Ecuador pero comparten un mismo signo identitario: los tres son indígenas y los tres trabajan en favor de los derechos y el reconocimiento de los pueblos indígenas. En esa tarea, acaban de hacer escala en Donostia de la mano de la ONG Mugarik Gabe. Conjuntamente han organizado la muestra de cine y cooperación «Construyendo comunicación desde los pueblos indígenas», recientemente celebrada en Donostia, Gasteiz, y Bilbo.
Tres realidades
«En 2007, los pueblos indígenas son actores sociales muy importantes. Hace 10 ó 15 años, lo eran los partidos políticos marxistas, pero, tras la caída del Muro de Berlín y del socialismo, esos partidos casi se han desintegrado y han perdido poder en nuestros países. Hoy en día, la contestación, crítica, resistencia y lucha contra el sistema está encabezada por los pueblos indígenas que, en algunos sitios como Bolivia, han llegado al poder», señala Rumrrill.
Con la mirada puesta en Perú, explica que de sus 25 millones de habitantes, 10 millones son indígenas, de los cuales 8,5 millones son quechuas y 1,5 aymaras, en la región andina, y cerca de 300.000 en la zona amazónica. «Pese a representar una población tan importante, somos un movimiento muy débil, fraccionado y sin mucha fuerza debido a una serie de factores. En los años 90 vivimos una guerra interna; Sendero Luminoso, organización levantada en armas y de origen maoísta, provocó una violenta guerra que causó 60.000 muertos; el 90% eran indígenas, campesinos pobres que fueron la carne de cañón de ese conflicto», subraya. A consecuencia de aquella contienda bélica, «fallecieron miles de dirigentes indígenas tanto de la selva como de los Andes; otros tantos fueron desplazados, y centenares de comunidades quedaron desestructuradas».
Los diferentes gobiernos de Perú tampoco contribuyeron a mejorar esta situación ni a darles el merecido reconocimiento. «Alejandro Toledo traficó con el nombre de los pueblos indígenas. Se hacía pasar por indígena; su cara sí lo era, su pensamiento, en cambio, era norteamericano. Ahora, tenemos un Gobierno socialdemócrata alineado completamente con la derecha, para quien el discurso indígena es inexistente», denuncia.
Llegado a este punto de la conversación, Rumrrill cede la palabra a María Clemencia Herrera, del pueblo uitoto en la Amazonía colombiana, en la frontera con Brasil y Perú. Herrera establece dos ámbitos en la lucha indígena: la propia organización de la comunidad y la participación política y electoral. A diferencia de Perú, en Colombia, la población indígena apenas alcanza el millón. Hay 85 pueblos y 65 lenguas maternas repartidas en los 32 departamentos que conforman el país y ocupan 37 millones de hectáreas. Poseen su propia autonomía y gobierno. A nivel nacional funciona la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) que trabaja bajo los principios de unidad, autonomía, territorio y cultura. Además, en cada departamento hay organizaciones regionales y a ellos se les unen más de 122 organismos locales. «Cada pueblo organiza su forma de gobierno, de justicia y tiene un sistema de salud y educativo propio. Para nosotros este fortalecimiento organizativo es muy importante», destaca.
En ese avance sitúa la recuperación de tierras, «el haber conquistado 37 millones de hectáreas ha supuesto un gran logro porque todos nuestros territorios estaban en manos de terratenientes». En 1991, Colombia reconoció a los pueblos indígenas como parte de la sociedad, «hasta esa fecha decían que no existíamos». A raíz de esta declaración, constituyeron la Alianza Social Indígena, que se ciñe al ámbito electoral. Según explica, «es una alianza que recoge la voz de aquellas personas que creen en los pueblos indígenas y en su palabra, sin hacer distinciones de raza. Somos muy poquitos y sabemos que solos no podemos salir adelante. Estamos seguros de que las propuestas indígenas pueden dar solución a muchas de las cosas que ocurren en nuestro país».
Desde Ecuador, Alberto Muenala, nativo de la comunidad quechua de Otavalo, recuerda que en la década de los 60 se conformaron organizaciones con tendencia izquierdista cuyo principal cometido era la recuperación de territorios.
El 16 de noviembre de 1986 se creó la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE), que aglutina a todas las federaciones de las regiones de la amazonía, sierra y costa. Posteriormente, nació el Movimeinto político Pachacuti, que presentó un candidato propio a las elecciones presidenciales. Además, en los últimos diez años, muchas alcaldías han pasado a manos indígenas, tendencia que se ha mantenido en el tiempo. «Tenemos un proyecto político propio que, desde una visión y proyección de la filosofía indígena, beneficia a toda la población ecuatoriana», resalta.
Nuevos Gobiernos latinoamericanos
A la pregunta de si los cambios de gobierno en Latinoamérica y el hecho de que un indígena haya alcanzado el de Bolivia han contribuido a mejorar la situación de los pueblos indígenas, Herrera subraya que la victoria de Evo Morales es consecuencia de «una lucha de 500 años». Sobre esta cuestión, Muenala incide en que este triunfo «es una pequeña hazaña que nos da gran fortaleza identitaria. No es lo mismo que gane alguien de la izquierda que un indígena».
Sobre el rol que juegan los medios en la difusión de la realidad de estas comunidades, Muenala se congratula de que «hemos dejado de ser meros consumidores o simples espectadores para empezar a construir nuestros propios mensajes en nuestra lengua. La prensa contiene informaciones amarilistas que no hablan casi de nada de lo que ocurre en el interior de las comunidades».
A su lado, Rumrrill resalta que la exclusión «no es sólo política, económica y cultura. Es también mediática porque pretenden hacer invisibles a los indígenas, y cuando no, ofrecen una visión distorsionada y truculenta. Los indios somos presentados como seres primitivos y criminales. El extremo de todo esto es que si en una ciudad se pierde un perro de raza es noticia, en cambio, si un indígena desaparece no lo es». Frente a esta exclusión y a través de CLACPI, «estamos construyendo un sistema de comunicación indígena. Esta muestra de cine es un ejemplo de esta labor».
«¿Qué mostramos? Registros de nuestra memoria histórica, nuestros mitos y leyendas y, en definitiva, una narrativa indígena, escrita desde nuestra percepción y muy diferente al cine de Hollywood. Son películas que expresan fuertes denuncias porque los pueblos indígenas estamos siendo agredidos de uno a otro extremo y por la famosa y perversa globalización; expresan también modelos de vida, por ejemplo, la relación del hombre indígena con la naturaleza. Para nosotros es la madre y, por tanto, debemos respetarla y tratarla bien, mientras que para occidente es una materia prima que utilizar y arroja», explica Rumrrill. Se felicita porque de estar «delante de la cámara, hemos pasado a estar detrás. Antes éramos objetos de la comunicación y ahora somos sujetos. Es una transformación extraordinaria», señala.
Volviendo a la muestra de cine que les ha traido a Euskal Herria, afirma que «en ocasiones, se producen reacciones conmovedoras. Recuerdo, por ejemplo, que el año pasado en Madrid, tras ver un documental sobre la resistencia de los quechua del río Sarayacu en Ecuador, un hombre se puso en pie y dijo `¿qué puedo hacer para involucrarme en la defensa de la naturaleza?'», explica Rumrrill.
Guerrillas, paramilitares, narcotráfico, corrupción, desplazamientos forzados… son parte del día a día en Colombia. María Clemencia Herrera es testigo directo. «Toda la sociedad se ve afectada, no sólo los pueblos indígenas. Lo que más nos molesta es el interés de presentarnos como refugio de los actores armados. Nos acusan de apoyar tanto a los guerrilleros como a los paramilitares, pero no tenemos nada que ver con eso; los pueblos indígenas estamos en la reconquista de nuestros territorios, que nos fueron robados, y queremos que nos dejen tranquilos en nuestras tierras. Nuestra mayor resistencia ha sido la unidad, la solidaridad y la equidad de trabajo», subraya.