Al principio queremos cambiar el mundo y luego, en cuanto descubrimos que sale muy caro, nos conformamos con cualquier ridículo apaño. «Todo vale», nos mentimos, «menos es nada». Y en esas estamos, atiborrándonos a yogures con donativus activo para aliviar nuestros sueños rebeldes. El milagro de la solidaridad: te tomas un Danone en Bilbao y […]
Al principio queremos cambiar el mundo y luego, en cuanto descubrimos que sale muy caro, nos conformamos con cualquier ridículo apaño. «Todo vale», nos mentimos, «menos es nada». Y en esas estamos, atiborrándonos a yogures con donativus activo para aliviar nuestros sueños rebeldes. El milagro de la solidaridad: te tomas un Danone en Bilbao y siembras una semilla de vida en Maputo (Mozambique). El timo del código de barras humanitario: cuanto más consumes, mejor eres.
El dos por uno solidario arrasa. «Una mecha, una esperanza» vende el eslogan de una campaña presentada estos días. Una mecha, miles de fuegos, la injusticia hecha cenizas… Por desgracia, no van por ahí las llamas. Durante este mes, los 5.000 peluqueros de L’Oreal ponen mechas rojas a sus clientes por dos insignificantes euros. La iniciativa forma parte del programa «Peluqueros contra el Sida» de la UNESCO. Los euros de las mechas, y otros 15.000 que donará la multinacional francesa, irán a una oenegé africana. El 67% de los 33 millones de infectados por el VIH en todo el mundo malmueren en el África subsahariana.
«¿Es esto un juego o una realidad?», teclea el pirata informático en la película War Games. «¿Cuál es la diferencia?», le responde la computadora. Buena pregunta. ¿Lo real? O ¿L’Oreal? Da igual. «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo pequeñas cosas, puede cambiar el mundo», enseñaba un sabio proverbio africano reconvertido ahora, gracias a un hermoso y cínico anuncio de la BBK, la todopoderosa caja de ahorros vasca, en proverbio bancario. Gente pequeña, pequeñas cosas. La última chiquita esperanza. Hasta eso intentan quitarnos.