Recomiendo:
36

La muerte por delegación de Ucrania

Fuentes: Canadian Dimension/Sheer Post (Ilustración: Mr. Fish)

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Ucrania es un peón para los militaristas que pretenden degradar a Rusia y, en última instancia, a China

Hay muchas formas en las que un Estado puede proyectar poder y debilitar a sus adversarios, pero las guerras por delegación (proxy wars) son una de las más cínicas. Estas guerras a través de terceros devoran a los países que pretenden defender. Atraen a naciones o insurgentes para que luchen por objetivos geopolíticos que, en última instancia, no les interesan. La guerra en Ucrania tiene poco que ver con la libertad de los ucranianos y mucho con deteriorar al ejército ruso y debilitar el poder de Vladimir Putin. Y cuando Ucrania parezca abocada a la derrota, o la guerra llegue a un punto muerto, el país será sacrificado como muchos otros Estados, en lo que uno de los miembros fundadores de la CIA, Miles Copeland Jr, denominó El Juego de las Naciones y «la amoralidad de la política del poder.»

En mis dos décadas como corresponsal en el extranjero cubrí guerras por delegación en Centroamérica, donde Estados Unidos armó a los regímenes militares de El Salvador y Guatemala y a los insurgentes de la Contra que intentaban derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua. Informé sobre la insurgencia en el Punjab, una guerra por poderes fomentada por Pakistán. Cubrí la situación de los kurdos en el norte de Irak, apoyados y luego traicionados más de una vez por Irán y Washington. Durante mi estancia en Oriente Próximo, Irak proporcionó armas y apoyo la Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán (MEK, por sus siglas en inglés) para desestabilizar Irán. Cuando estuve de corresponsal en la antigua Yugoslavia, Belgrado pensó que armando a los serbobosnios y a los serbocroatas podría absorber Bosnia y partes de Croacia en una gran Serbia.

Las guerras por delegación son muy difíciles de controlar, especialmente cuando las aspiraciones de los que luchan y los que envían las armas difieren. También tienen la mala costumbre de atraer directamente al conflicto a sus patrocinadores, como ocurrió con Estados Unidos en Vietnam e Israel en el Líbano. Los ejércitos delegados reciben un armamento del que apenas rinden cuentas, y cantidades significativas del mismo acaban en el mercado negro o en manos de señores de la guerra o terroristas. CBS News informó el año pasado de que apenas alrededor del 30% de las armas enviadas a Ucrania llegaban al frente, una noticia de la que decidió retractarse parcialmente bajo fuertes presiones de Kiev y Washington. El desvío generalizado al mercado negro de material militar y médico donado a Ucrania también fue documentado por la periodista estadounidense Lindsey Snell. Las armas en las zonas de guerra son mercancías lucrativas. En los conflictos que cubrí como corresponsal siempre hubo grandes cantidades a la venta.

Señores de la guerra, gánsteres y matones -Ucrania ha sido considerada durante mucho tiempo uno de los países más corruptos de Europa- son transformados por los Estados patrocinadores en heroicos luchadores por la libertad. El apoyo a los que luchan en estas guerras por delegación es una muestra de nuestra supuesta virtud nacional, especialmente seductora tras dos décadas de fracasos militares en Oriente Próximo. Joe Biden, con pésimos resultados en las encuestas, pretende presentarse a un segundo mandato como un presidente «en tiempos de guerra» que apoya a Ucrania, país al que Estados Unidos ya ha comprometido 113.000 millones de dólares en ayuda militar, económica y humanitaria.

Cuando Rusia invadió Ucrania, «el mundo entero se enfrentó a una prueba histórica», declaró Biden tras una visita relámpago a Kiev. «Europa estaba siendo puesta a prueba. Estados Unidos estaba siendo puesto a prueba. La OTAN estaba siendo puesta a prueba. Todas las democracias estaban siendo puestas a prueba».

He oído expresar sentimientos similares para justificar otras guerras por delegación.

«Estos luchadores por la libertad son nuestros hermanos y debemos ayudarlos», dijo Ronald Reagan sobre los Contras, que saquearon, violaron y masacraron a su paso por Nicaragua. «Son el equivalente moral de nuestros Padres Fundadores y los valientes hombres y mujeres de la Resistencia francesa», añadió Reagan. «No podemos darles la espalda porque esta no es una lucha de derecha contra izquierda sino del bien contra el mal».

«Quiero oírle decir que vamos a armar al Ejército Libre Sirio», dijo John McCain sobre el presidente Donald Trump. «Vamos a empeñarnos en la destitución de Bashar al-Ássad. Vamos a hacer que los rusos paguen cara su implicación. Todos los agentes intervinientes van a recibir un castigo y Estados Unidos de América estará del lado de la gente que lucha por la libertad”.

Quienes son aclamados como héroes de la resistencia, como el Presidente Volodímir Zelensky o el Presidente Hamid Karzai en Afganistán, suelen resultar problemáticos, especialmente cuando sus egos y cuentas bancarias se inflan. La avalancha de elogios efusivos que los patrocinadores dirigen a sus apoderados en público rara vez coincide con lo que dicen de ellos en privado. En las conversaciones de paz de Dayton, en las que el presidente serbio Slobodan Milosevic vendió a los líderes de los serbobosnios y los serbocroatas, dijo de sus apoderados: “No son mis amigos. No son mis colegas… Son una mierda».

«El dinero negro circulaba por todas partes», escribió el Washington Post tras obtener un informe interno elaborado por la Oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán.

«El mayor banco de Afganistán se convirtió en un pozo negro de fraude. Los viajeros llevaban maletas cargadas con un millón de dólares, o más, en los vuelos que salían de Kabul. De los escombros surgían mansiones conocidas como los “palacios de la adormidera” para albergar a los capos del opio. El Presidente Hamid Karzai ganó la reelección después de que sus compinches rellenaran miles de urnas. Más tarde admitió que la CIA había entregado durante años bolsas con dinero en efectivo en su oficina, calificando el hecho de nada inusual».

«En público, cuando el presidente Barack Obama intensificó la guerra y el Congreso aprobó miles de millones de dólares adicionales en apoyo, el comandante en jefe y los legisladores prometieron tomar medidas enérgicas contra la corrupción y hacer rendir cuentas a los afganos corruptos», informó el periódico. «Pero lo cierto es que los funcionarios estadounidenses se echaron atrás, miraron hacia otro lado y dejaron que el robo se afianzara más que nunca, según un conjunto de entrevistas confidenciales a miembros del gobierno obtenidas por el Washington Post«.

Aquellos a quienes se considera baluartes contra la barbarie cuando las armas fluyen hacia ellos, caen en el olvido una vez finalizados los conflictos, como ocurrió en Afganistán e Irak. Los antiguos combatientes por delegación deben huir del país o sufrir las venganzas de aquellos a los que combatieron, como les ocurrió a los survietnamitas y a los miembros de la tribu hmong abandonados en Laos. Sus antiguos patronos, que les prodigaban generosa ayuda militar, ignoran sus desesperadas peticiones de ayuda económica y humanitaria, mientras los desplazados por la guerra pasan hambre y mueren por falta de atención médica. Afganistán, por segunda vez, es el símbolo de esta brutalidad imperial.

El colapso de la sociedad civil engendra violencia sectaria y extremismo, lo cual a menudo es contrario a los intereses de quienes fomentaron las guerras por delegación. Las milicias delegadas de Israel en Líbano, junto con su intervención militar en 1978 y 1982, tenían como objetivo desalojar del país a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Si bien este objetivo se consiguió, su expulsión del Líbano dio origen a Hezbolá, un adversario mucho más militante y eficaz, y al dominio sirio del Líbano. En septiembre de 1982, durante tres días, el partido libanés Kataeb, más conocido como las Falanges -respaldado por el ejército israelí- masacró a entre 2.000 y 3.500 refugiados palestinos y civiles libaneses en los campos de refugiados de Sabra y Shatila. Esto provocó la condena internacional y el malestar político dentro de Israel. Los críticos llamaron al prolongado conflicto «Lebanam», unión de las palabras Líbano y Vietnam. La película israelí Vals con Bashir documenta la depravación y el asesinato gratuito de miles de civiles por parte de Israel y sus representantes durante la guerra del Líbano.

Las guerras por delegación, como señaló [el profesor] Chalmers Johnson, engendran repercusiones imprevistas. El apoyo a los muyahidines que luchaban contra los soviéticos en Afganistán, que incluía armar a grupos como los dirigidos por Osama bin Laden, dio origen a los talibanes y a al Qaeda. También extendió el yihadismo reaccionario por todo el mundo musulmán, aumentó los ataques terroristas contra objetivos occidentales que culminaron en los atentados del 11-S y alimentó dos décadas de fiascos militares dirigidos por Estados Unidos en Afganistán, Irak, Siria, Somalia, Libia y Yemen.

Si Rusia se impone en Ucrania, si Putin no es desalojado del poder, Estados Unidos no sólo habrá afianzado una potente alianza entre Rusia y China, sino que se habrá ganado un antagonismo con Rusia que le traerá dolores de cabeza. Moscú no olvidará el flujo de miles de millones de dólares en armas hacia Ucrania, el uso de inteligencia estadounidense para matar a generales rusos y hundir el acorazado Moskva, la voladura de los gasoductos Nord Stream y las más de 2.500 sanciones estadounidenses contra Rusia.

«En cierto sentido, las consecuencias negativas de algunos actos son simplemente otra forma de decir que una nación recoge lo que siembra», escribe Johnson. «[Pero] aunque las personas suelen saber lo que han sembrado, a nivel nacional no solemos relacionar las repercusiones negativas porque gran parte de lo que siembran los gestores del imperio estadounidense se mantiene en secreto”.

Los que reciben apoyo en las guerras por delegación, incluidos los ucranianos, suelen tener pocas posibilidades de victoria. Las armas sofisticadas, como los tanques M1 Abrams, son en gran medida inútiles si quienes las manejan no han pasado meses y años recibiendo entrenamiento. Antes de la invasión israelí del Líbano en junio de 1982, el bloque soviético proporcionó a los combatientes palestinos armamento pesado, incluidos tanques, misiles antiaéreos y artillería. La falta de entrenamiento hizo que esas armas fueran ineficaces contra el poder aéreo, la artillería y las unidades mecanizadas israelíes.

Estados Unidos sabe que a Ucrania se le acaba el tiempo. Sabe que las armas de alta tecnología no se dominarán a tiempo para contrarrestar una ofensiva rusa sostenida. El Secretario de Defensa, Lloyd Austin, advirtió en enero que Ucrania tiene «una ventana de oportunidad entre ahora y la primavera». «No es mucho tiempo», añadió.

La victoria, sin embargo, no es lo importante. El objetivo es la máxima destrucción. Incluso si Ucrania se ve obligada en la derrota a negociar con Rusia y ceder territorio para lograr la paz, así como a aceptar el estatus de nación neutral, Washington habrá logrado su objetivo principal de debilitar la capacidad militar de Rusia y aislar a Putin de Europa.

A quienes montan guerras por delegación les ciegan las vanas ilusiones. Los Contras en Nicaragua o el MEK en Irán recibieron poco apoyo. Las armas destinadas a los llamados rebeldes «moderados» en Siria fueron a parar a manos de yihadistas reaccionarios.

Las guerras por delegación suelen concluir con la traición a la nación o al grupo que lucha en nombre del Estado patrocinador. En 1972, la administración Nixon proporcionó millones de dólares en armas y munición a los rebeldes kurdos del norte de Irak para debilitar al gobierno iraquí, que en aquel momento se consideraba demasiado cercano a la Unión Soviética. Nadie, y mucho menos Estados Unidos e Irán, que entregó las armas a los combatientes kurdos, quería que los kurdos crearan un Estado propio. Irak e Irán firmaron el Acuerdo de Argel de 1975, por el que ambos países resolvían las disputas a lo largo de su frontera común. El acuerdo también puso fin al apoyo militar a los kurdos.

El ejército iraquí no tardó en lanzar una despiadada campaña de limpieza étnica en el norte de Irak. Miles de kurdos, incluidos mujeres y niños, fueron «desaparecidos» o asesinados. Aldeas kurdas fueron reducidas a escombros con dinamita. La desesperada situación de los kurdos fue ignorada, ya que, como dijo Henry Kissinger en su momento, «las operaciones secretas no deben confundirse con la labor misionera.»

El gobierno islámico de Teherán reanudó la ayuda militar a los kurdos durante la guerra entre Irán e Irak de 1980 a 1988. El 16 de marzo de 1988, el presidente iraquí Sadam Huseín lanzó gas mostaza y los agentes nerviosos sarín, tabún y VX sobre la ciudad kurda de Halabja. Unas 5.000 personas murieron en cuestión de minutos y hasta 10.000 resultaron heridas. La administración Reagan, que apoyaba a Irak, minimizó los crímenes de guerra cometidos contra sus antiguos aliados kurdos.

El acercamiento del Presidente Richard Nixon a China, en otro ejemplo, incluyó la finalización de la ayuda encubierta a los rebeldes tibetanos.

La traición es el acto final de casi todas las guerras por delegación.

El armamento a Ucrania no es una labor misionera. No tiene nada que ver con la libertad. Se trata de debilitar a Rusia. Si se eliminara a Rusia de la ecuación, el apoyo tangible a Ucrania sería escaso. Hay otros pueblos ocupados, incluidos los palestinos, que han sufrido con la misma brutalidad y durante mucho más tiempo que los ucranianos. Pero la OTAN no arma a los palestinos para que luchen contra sus ocupantes israelíes ni los presenta como heroicos luchadores por la libertad. Nuestro amor por la libertad no se extiende a los palestinos ni al pueblo de Yemen, actualmente bombardeado con armas británicas y estadounidenses, ni a los kurdos, yazidíes y árabes que resisten a Turquía, miembro de la OTAN desde hace mucho tiempo, en su ocupación y guerra de drones en todo el norte y este de Siria. Nuestro amor por la libertad sólo se extiende a las personas que sirven a nuestro «interés nacional».

Llegará un momento en que los ucranianos, como los kurdos, serán prescindibles. Desaparecerán, como muchos otros antes que ellos, de nuestro discurso nacional y de nuestra conciencia. Alimentarán durante generaciones su traición y su sufrimiento. El imperio estadounidense pasará a utilizar a otros, quizás al «heroico» pueblo de Taiwán, para avanzar en su inútil búsqueda de la hegemonía mundial. China es el gran premio para nuestros clones del Doctor Strangelove*. Amontonarán aún más cadáveres y coquetearán con la guerra nuclear para frenar el creciente poder económico y militar de China. Es un viejo y predecible juego. Deja a su paso naciones en ruinas y millones de muertos y desplazados. Alimenta la arrogancia y el autoengaño de los mandarines de Washington que se niegan a aceptar la aparición de un mundo multipolar. Si no se controla, este «Juego de las Naciones» puede acabar matándonos a todos.

N.d.T.: Personaje de la película Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worring and Love the Bomb, dirigida por Stanley Kubrick en plena Guerra Fría, 1964, toda una sátira sobre el belicismo. En España fue traducida como ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú y en Hispanoamérica como Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba. Dicho personaje (interpretado por Peter Sellers) es un excientífico nazi y asesor del presidente de EEUU. que explica al comité de crisis que el dispositivo que vuela hacia Moscú es una extensión de la estrategia de “destrucción mutua asegurada” (MAD) que una vez puesto en marcha no puede detenerse.

Chris Hedges es un periodista galardonado con el Premio Pulitzer, corresponsal en el extranjero durante quince años donde trabajó como Jefe de la Oficina de Oriente Medio y de la de los Balcanes del New York Times, profesor en el programa de titulación universitaria que la Universidad Rutgers ofrece a los presos del estado de Nueva Jersey. Ha escrito 12 libros, entre ellos el superventas «Días de destrucción, días de revuelta» (Planeta Comic, 2012), del que es coautor junto con el dibujante Joe Sacco. Su libro «La guerra es una fuerza que nos da sentido» (Síntesis, 2003) fue finalista del Premio del Círculo Nacional de Críticos de Libros de No Ficción (EE.UU.) y ha vendido más de 400.000 ejemplares. Escribe una columna semanal para el sitio web ScheerPost.

Fuente: https://scheerpost.com/2023/03/12/chris-hedges-ukraines-death-by-proxy/

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se cite a su autor, a su traductor y a Rebelión.org como fuente del mismo