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La necropolítica frente a los derechos humanos (I)

Fuentes: Barómetro Latinoamericano

Las causas de los desplazamientos humanos La denominada crisis de las personas refugiadas no es espontánea, ni coyuntural, ya que está vinculada a múltiples motivos estructurales que sustentan el modelo económico y social de dominación, lo que implica abordarla desde su raíz o los dramas humanos que provocan los desplazamientos forzados no se van a […]

Las causas de los desplazamientos humanos

La denominada crisis de las personas refugiadas no es espontánea, ni coyuntural, ya que está vinculada a múltiples motivos estructurales que sustentan el modelo económico y social de dominación, lo que implica abordarla desde su raíz o los dramas humanos que provocan los desplazamientos forzados no se van a detener. Son millones de personas y pueblos los que emigran por causas climatológicas y por el modelo y proyectos de desarrollo capitalista y heteropatriarcal.

El neocolonialismo es la forma actualizada de dominación de los países enriquecidos sobre los países del Sur Global. Conviene tener presente que los mitos contra las personas refugiadas y migrantes en los que se fundamenta -en parte- la xenofobia y el racismo, se sustentan en afirmaciones falsas como las que siguen a continuación: «nos quitan el trabajo», «son delincuentes y terroristas», «se aprovechan de nuestras ayudas sociales», «nos invaden», etc. Son premisas que no tienen en cuenta, entre otras muchas cuestiones, las formas actuales del neocolonialismo.

El Global Financial Integrity (GFI) 1/ ha calculado que todos los recursos financieros que se transfieren entre países ricos y los países empobrecidos cada año incluyendo los fondos de cooperación al desarrollo, la inversión extranjera, los flujos comerciales, las transferencias no financieras como la cancelación de la deuda, las transferencias unilaterales como las remesas de las personas trabajadoras, y las fugas de capital no declaradas, nos muestran una ecuación incontestable, el flujo de dinero de los países ricos hacia los países pobres es infinitamente menor al establecido en sentido inverso. Es decir, los países empobrecidos entregan dinero a los países ricos, según datos de 2012, los países del Sur Global enviaron 2 billones de dólares más al resto del mundo de lo que recibieron. Desde 1980 al 2012 el GFI ha calculado que los países empobrecidos perdieron un total de 13.4 billones de dólares a través de la fuga de capitales. Los 48 países del África subsahariana recibieron en 2015, 161.600 millones de dólares del exterior y enviaron fuera de sus fronteras 203.000 millones mediante la repatriación de beneficios de las empresas transnacionales o evasión ilegal del dinero fuera del continente 2/.

Los desplazamientos forzados tienen una relación directa con los datos enunciados. La asimetría económica tan expresa y tan evidente, ¿puede ser respondida con fronteras que dividen a la «civilización» de la «barbarie»? ¿Quién es quién? ¿Quién le debe a quién?

Por otra parte, el capitalismo es estructuralmente muy violento y pretende acaparar «mucho» en muy «poco tiempo». Las personas se convierten en una mercancía más, y por tanto, susceptibles de ser desechadas, lo que implica situar a la mercantilización de la vida en el vértice de la jerarquía normativa.

Existe, además, una gran acumulación de riqueza en muy pocas manos, frente a un gran acopio de pobreza en muchas otras. Por eso, la idea de estabilidad se vincula con la seguridad que necesitan los recursos mundiales para que lleguen al Norte, pero no con los desplazamientos de las personas migrantes pobres. Este es la idea fuerza que «justifica» los desplazamientos forzados y que afecta al núcleo central del problema, son millones las personas que huyen de la miseria generada por un sistema económico y político objetivamente injusto.

Explotación

El mecanismo clásico del capital para apropiarse de la plusvalía sigue siendo la explotación de la mano de obra que se produce en el mercado formal y en el informal, y que mantiene la división sexual del trabajo, las cadenas globales de cuidados y el trabajo reproductivo realizado gratuitamente por las mujeres y que, ahora en gran medida, ejecutan las mujeres inmigrantes. El desempleo, la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, de las pensiones, etc. son efectos permanentes del modelo neoliberal que sitúa la precariedad en el centro de las relaciones laborales. Además, esta explotación viene acompañada de fenómenos emergentes, como la trabajadora o trabajador pobre, un fenómeno que es habitual en América Latina y en África, pero menos conocido en Europa.

El índice global de los derechos sociales de la Confederación Sindical Internacional de 2016 3/, ratifica la nefasta situación por la que pasan los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Veamos algunos datos: en lo que respecta a los derechos fundamentales en el trabajo, la región de Oriente Medio y el Norte de África sigue siendo la peor del mundo. En los países del Golfo, la gran mayoría de los trabajadores y trabajadoras, concretamente los migrantes, están excluidos de las protecciones básicas que aporta la legislación laboral, señala el informe.

De acuerdo con el índice, los trabajadores y trabajadoras quedan excluidos del derecho a la libertad sindical en el 58% de los países y las personas trabajadoras no pueden ejercer el derecho de huelga en el 68% de ellos. Un mero ejemplo, 3.000 trabajadores y trabajadoras han sido despedidos en Indonesia hace unas semanas por la compañía estadounidense Freeport-McMoRan en la mina de cobre y oro Grasberg en Papúa Occidental; la razón, ejercer su derecho a la huelga.

En la Unión Europea más de 122,3 millones de personas, un 24,4% de la población se encuentran en riesgo de pobreza y las migraciones internas entre los países europeos se sustentan en el dumping social y laboral. Es decir, las bajas condiciones laborales se convierten en un elemento fundamental de la competitividad entre empresas y países del continente europeo. Por ejemplo, el último informe de Labour Behin The Label alerta de las condiciones laborales de personas trabajadoras del calzado en Albania, Bosnia, Macedonia, Polonia, Rumania y Eslovaquia. Más de 120.000 personas se ven afectadas por condiciones laborales muy precarias, donde los bajos salarios, la discriminación sexual, las horas extraordinarias no remuneradas y los riesgos para la salud forman parte de las relaciones laborales cotidianas.

El informe mencionado analiza, en relación al Salario Mínimo Interprofesional (SMI), que «un albano cobra una quinta parte del SMI alemán: apenas 0,80 euros por hora trabajada. Según la investigación, uno de cada tres trabajadores de este sector cobra menos de 121 euros al mes. Esta cifra asciende a 163 euros en Macedonia, aunque los empleados del calzado apenas alcanzan los 145 euros. La situación en Bosnia (0,92 euros por hora trabajada), Rumania (0,88), Polonia (1,81) y Eslovenia (2,01) tampoco es mucho mejor».

Esta práctica se encuentra generalizada en sectores como la construcción, transporte, industria cárnica, asistencia social y trabajo doméstico. Y todo ello está avalado en el seno de la Unión Europea, al menos, por la directiva comunitaria sobre el desplazamiento de trabajadores efectuado en el marco de la prestación de servicios, que legaliza la explotación de las migraciones internas entre trabajadores y trabajadoras de la UE. Sus derechos se encuentran subordinados a la libertad de las empresas para prestar servicios.

La multinacional IKEA subcontrata empresas de transporte para la distribución de sus productos a lo largo de toda Europa y estas empresas están ubicadas en la mayoría de los casos en países del Este que, a su vez, contratan los servicios de trabajadores de Rumanía, Moldavia, Bulgaria, etc. Estos trabajadores comen, duermen y viven en los camiones por salarios cercanos a los 150 euros al mes.

Por otra parte, la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia del Estado Español ha confirmado que del total de trabajadoras de Hogar, «un 41,77% son extranjeras no comunitarias, un 30,49% autóctonas, un 26,61% personas con doble nacionalidad y un 2,13% extranjeras comunitarias. Entre las trabajadoras internas, el porcentaje de extranjeras no comunitarias se eleva al 72,02%. Siete de cada 10 internas (71,56%) trabajan más de las 60 horas semanales que estipula la ley y casi un tercio (29,36%) no tiene ningún descanso diario, entendido como la libertad de salir de la vivienda para dedicarse a sus propios asuntos. Un 21,56% no disfruta de ningún descanso semanal 4/.» La esclavitud del siglo XXI también se institucionaliza en las migraciones internas en el seno de la UE.

Las personas migrantes son muy funcionales al sistema capitalista, convirtiéndose en una de sus reglas de oro, ya que es mano de obra formal o informal, barata y precaria, que formaliza la carrera hacia abajo de los derechos de las personas trabajadoras. Además, es un símbolo que expresa y profundiza en la guerra entre pobres.

Acumulación por desposesión y expulsión

El capitalismo utiliza la expulsión como forma de mantener la tasa de ganancia del capital. Es lo que Harvey llama la desposesión o la acumulación por desposesión. Las empresas transnacionales usurpan los recursos naturales y la tierra como objeto de negocio y de mercantilización, es otra forma de obtener la plusvalía y mantener la acumulación de capital 5/. Los pueblos y las personas son expulsados de sus casas y de sus tierras para generar beneficios en la agroindustria, en la minería, en las petroleras, en las eléctricas, en el turismo, etc. La adquisición de tierras a gran escala por parte de las corporaciones transnacionales destruye las economías locales y redefine vastas extensiones de tierra como lugares para la extracción y el negocio, lo que provoca espacios desnacionalizados que expulsan a sus habitantes 6/.

Achille Mbembe 7/ considera que «la extracción y el pillaje de recursos naturales por las máquinas de guerra van parejos a las tentativas brutales de inmovilizar y neutralizar espacialmente categorías completas de personas o, paradójicamente, liberarlas para forzarlas a diseminarse en amplias zonas que rebasan los límites de un Estado territorial».

Esta realidad no afecta por igual a hombres y mujeres. La mayoría de ellas no tienen la titularidad legal de la tierra y aunque sean quienes la trabajan, quedan en muchas ocasiones excluidas de los espacios de toma de decisiones y de las compensaciones económicas que, en su caso, obtienen por las indemnizaciones recibidas por las expulsiones de sus tierras 8/. Además, la expulsión suscita la ruptura con sus modos de vida y el desplazamiento trunca los saberes sobre la tierra y el territorio. Como afirma Vandana Shiva «hay 800 millones de hambrientos por dos razones: la primera es que los productores de alimentos han sido expulsados de la tierra, los pequeños productores, que eran los más productivos. Veo a los agricultores donde crece el arroz en India, campos llenos de arroz, que están muertos de hambre porque compraron las semillas, compraron los químicos y los precios no han dejado de subir. El precio al que el agricultor compra y el precio al que el agricultor vende es muy desigual. El sistema está haciendo que la mitad de los hambrientos del mundo sean agricultores. Por otro lado, el sistema económico ha expulsado a cada vez más personas y las personas excluidas no tienen alimento o comida. Es una combinación de un sistema que está destrozando la producción de alimentos, destrozando a los agricultores y destrozando nuestro papel económico en la sociedad» 9/.

La raíz colonial de las políticas europeas promueve el extractivismo y la acumulación de tierras, y fomenta, también, -en suelo europeo- la mercantilización de la vida que provoca la expulsión del mercado de trabajo, la pobreza y exclusión social, los desahucios y la pobreza energética. La expulsión por desposesión también tiene rostro europeo; es una lógica corporativa global que se expande a lo largo del planeta con diferentes intensidades y efectos.

La gente huye, se mueve, y se desplaza dentro de sus estados, entre estados y continentes, porque la lógica corporativa, la mercantilización de la vida exige desplazamientos y expulsiones, y eso configura nuevas formas de esclavitud (por ejemplo en Libia y en plantaciones de México), de trabajo infantil en las cadenas de valor, de trata de personas y de un largo etcétera de sujetos sin derechos.

Las personas se trasladan contra su voluntad y algunas llegan a nuestros países buscando dónde vivir. Ojalá las migraciones fuesen movimientos libres, pero lo cierto es que solo una excepción de gente puede viajar en libertad.

El deterioro del medio ambiente está provocando desplazamientos forzados por la ausencia de tierras de cultivo, de agua potable, por sequías e inundaciones, por la intrusión del agua salada y la consiguiente destrucción del modo de vida habitual al subir el nivel del mar, por la destrucción de hogares al erosionar el mar el cinturón costero, por ríos y zonas oceánicas «moribundas» por falta de oxígeno producidas por el vertido de abonos químicos, por tierras vacías y muertas, sin aire, sin agua, etc. generadas todas ellas por el cambio climático.

La organización Internacional de las Migraciones constata que en los últimos treinta años se ha triplicado el número de inundaciones y sequías en todo el mundo, generando más desplazamientos de población que todos los conflictos armados juntos. Norman Myers, catedrático de la Universidad de Oxford pronostica que «cuando el calentamiento global cobre fuerza, podría haber hasta 200 millones de personas [desplazadas] por alteraciones de los sistemas monzónicos y otros sistemas de lluvias, por sequías de una gravedad y duración inusitadas, así como por la subida del nivel del mar y la inundación de los litorales». De los 50 países más afectados por el cambio climático, 36 están en África.

El modelo económico capitalista está generando millones de personas que tienen que huir de sus casas y tierras por la imposibilidad física de subsistir. Son personas pobres y no tienen dónde ir. El cambio climático afecta especialmente a las mujeres porque, por lo general, son ellas quienes se ocupan de cultivar la tierra. De acuerdo a datos de Naciones Unidas (2008) las mujeres y los niños y niñas tienen 14 veces más posibilidades de morir durante una emergencia o desastre que los hombres.

Es decir, nos encontramos con personas y pueblos que sufren desplazamientos forzados que en ocasiones son de carácter temporal y provocados por terremotos, inundaciones, ciclones, etc.; aquellos otros que emigran porque el deterioro ambiental destruye sus modos de vida cotidianos y los desplazados y desplazadas por la destrucción total de su «hábitat tradicional» por la degradación progresiva de los recursos naturales.

No obstante, en relación a las personas desplazadas por causas generadas por el cambio climático, se corre el riesgo de diluir la responsabilidad de las mismas, -«son problemas del clima»- por eso conviene tener muy claro que resulta muy difícil separar las diferentes causas -guerras, cambio climático, modelo de desarrollo extractivista y agroindustrial, prácticas de empresas transnacionales y gobiernos cómplices, acaparamientos de tierras, especulación alimentaria, etc.- que provocan los desplazamientos medioambientales. Las modificaciones climáticas no son ajenas a un capitalismo que extrema la presión sobre los ecosistemas, el agua, la tierra y la apropiación de recursos naturales, energía, minerales… lo que provoca daños irreparables sobre las personas.

El cambio climático también se vincula con la seguridad y los ejércitos y no con las personas. Se priorizan las bases militares, las zonas de alta actividad económica y las vías marítimas, pero como afirma Buxton 10/, «Se habla poco de la necesidad de proteger a la gente vulnerable y no se habla de la justicia climática o de reestructurar nuestra economía para prevenir el cambio climático».

Fuente: https://barometrolatinoamericano.blogspot.com.es/2018/02/la-necropolitica-frente-los-derechos.html