37 millones de electores están llamados a las urnas mañana en unas elecciones legislativas que constituyen el primer test electoral para las élites pro-occidentales en el poder tras la «Revolución Naranja» de diciembre de 2004. Encabeza las encuestas el delfín del derrocado presidente Kuchma, Viktor Yanukovich. Después de quince meses, Ucrania sigue presidida por Viktor […]
37 millones de electores están llamados a las urnas mañana en unas elecciones legislativas que constituyen el primer test electoral para las élites pro-occidentales en el poder tras la «Revolución Naranja» de diciembre de 2004. Encabeza las encuestas el delfín del derrocado presidente Kuchma, Viktor Yanukovich.
Después de quince meses, Ucrania sigue presidida por Viktor Yushenko, uno de los líderes de la asonada patrocinada por Occidente. Pero, parodia de revolución, la asonada naranja sufrió su propio termidor, en la forma de una lucha entre las nuevas élites que se auparon al poder. La colider de la revuelta y primera ministra, Julia Timoshenko, fue destituida menos de un año después por desavenencias internas. Discrepancias por el poder y pugna por el pastel de las privatizaciones entre el entorno del presidente Yushenko y la «dama de la Revolución Naranja» acabaron con la destitución de esta última.
Otra parodia de termidor, si hacemos caso a los análisis que apuntan a que la quiebra del Bloque Naranja fue un movimiento calculado, con el que sus promotores buscarían, a medio plazo, nadar y guardar la ropa, manteniéndose en el poder y a la vez en la oposición.
De lo que no hay duda es de que, año y medio después, los resultados de la «Revolución» brillan por su ausencia. Al contrario, la economía se ha estancado y se registra un preocupante repunte de la inflación. Los datos son contundentes: el crecimiento del PIB, del 12,01% en 2004, se ha ralentizado hasta un ínfimo 2,4%. La producción industrial creció en 2005 un 3,1%, frente al 12,5% de 2004, en la era del destituido presidente Leonid Kuchma. La producción agrícola, vital en una república que, con su inmensa tierra fértil (la famosa tierra negra), fue el granero de la URSS, se ha estancado. En los últimos meses del anterior Gobierno, creció un espectacular 19,1%.
Con semejante panorama, el Partido de las Regiones de Viktor Yanukovich, que sólo pudo acariciar el cargo de primer ministro tras las elecciones que desbancaron a Kuchma, aparece en cabeza en todos los sondeos de opinión, que le otorgan alrededor de un 30% de votos.
El Partido de las Regiones tiene su bastión en la zona oriental de Ucrania, con importantes minorías rusas.
Por contra, la llamada «Revolución Naranja» tiene su fuerte en la zona occidental, históricamente vinculada a los antiguos imperios polaco y lituano.
El topónimo de Ucrania responde, en ruso, al término «marca». Tiene su origen en los puestos militares de avanzada instalados por el imperio zarista en el noreste del actual territorio, y en su pugna por el control de estos territorios.
Pugna histórica con la participación de muchos actores, entre ellos los tártaros de Crimea, los turcos y los cosacos (concretamente los cosacos zaporogos, ubicados al este del país) y que lideraron levantamientos contra la opresión de los imperios ruso y polaco-lituano, antes de ser completamente absorbidos y anulados por Moscú.
La tensión entre la Ucrania pro rusa y la Ucrania «europea» persistirá en el tiempo y cruzará la historia de los últimos siglos.
En el oriente más industrializado del país, con sus cuencas mineras (destaca la de Donbass), el triunfo de la «ola naranja» fue visto como una amenaza promovida por las zonas menos desarrolladas del país, y liderada por unos líderes tras los que se atisban planes privatizadores salvajes, en la línea de la ortodoxia económica promovida por la Unión Europea.
Unos planes que sufrieron un relativo parón con motivo de la crisis interna en el seno de la coalición gubernamental.
Tras hacerse con la dirección del Gobierno, Yulia Timoshenko tardó poco en comenzar a socavar la posición de su entonces aliado, Viktor Yushenko. Para ello no dudó en filtrar a la prensa el suntuoso tren de vida del hijo del todavía presidente.
Este último, cuyo rostro, completamente demacrado, le hizo famoso como candidato opositor ucraniano en todo el mundo y del que acusó al Gobierno por haberle envenenado, no dudó tampoco en destituir en otoño al Ejecutivo.
Ante la sorpresa de la prensa occidental, Yushenko logró un acuerdo por el que garantizó el apoyo parlamentario de su otrora enemigo, Yanukovich, a su nuevo Ejecutivo.
Precedente
Muchos analistas apuntan a que este precedente servirá de modelo para una coalición gubernamental entre ambos tras los comicios. Más habida cuenta de que todo apunta a que el Partido de las Regiones quedará lejos de la mayoría absoluta.
Lejos pero por encima de Nuestra Ucrania, formación de Yushenko que se reivindica depositaria de la «Revolución Naranja», y a la que las encuestas no otorgan más que un 20% de intención de voto.
Por de pronto, el Partido de las Regiones ya ha prometido que, en caso de victoria, proseguirá con los esfuerzos de alineamiento de Ucrania con la UE aunque ha advertido que congelará el proyecto de integrarla en la OTAN.
Sin obviar el personalismo que enfrenta a ambos, tampoco cabe rechazar de plano una reedición de la alianza entre Yushenko y Timoshenko, sin duda del agrado de Occidente.
Mientras tanto, Timoshenko lidera un bloque de partidos liberales bajo el nombre de Patria y ha sustituido el naranja por un corazón rojo sobre fondo blanco.
«La dama naranja», que comenzó ayer su mitin en Lviov, (oeste) con un «Gloria a Jesucristo», trata de arañar votos denunciando la reciente rendición ucraniana en la «guerra del gas» con Rusia, que estuvo a punto de dejar a este país a merced del más crudo de los inviernos de los últimos tiempos.
Desde Odesa, Timoshenko tuvo su réplica en el mitin blanquiazul de Yanukovich. Un pope ortodoxo, invitado al estrado, tildó a los seguidores naranja como «la encarnación del mal».