Dar respuesta a la importancia o no de las Naciones Unidas, cuestionar su autoridad e incluso plantearnos la necesidad o no de su existencia, se ha convertido en uno de los temas centrales de la etapa que viven las relaciones internacionales y ello nos obliga a realizar una breve valoración del momento en que éstas […]
Dar respuesta a la importancia o no de las Naciones Unidas, cuestionar su autoridad e incluso plantearnos la necesidad o no de su existencia, se ha convertido en uno de los temas centrales de la etapa que viven las relaciones internacionales y ello nos obliga a realizar una breve valoración del momento en que éstas se desarrollan y, de manera especial, llegar a una caracterización general o la suma de los aspectos más destacados que la materializan.
En primer lugar, luego de la desaparición de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos emergió como la única superpotencia político-militar, aunque no económica, ámbito en el cual ve disputada la supremacía por otros polos como la Unión Europea y Japón.
Esta supremacía militar o lo que la euforia de la administración de Bush padre llamó el «Nuevo Orden Mundial», no es más que el uso de la fuerza militar de alta tecnología, en el foco principal de los «intereses vitales» estadounidenses, el Medio Oriente, en el afán de controlar las mayores reservas de petróleo conocidas.
A su vez, la victoria militar sobre ejércitos encuadrados en ordenamientos clásicos de batalla, como fue el caso iraquí o bajo el bombardeo con misiles, bombas inteligentes y otros artefactos de última generación, con uso mínimo de fuerzas terrestres, como ocurrió en Afganistán, ha derivado en la imposibilidad del ejercito norteamericano y sus aliados de aventuras bélicas (cada vez menos) en obtener la victoria total, cuando se han levantado en su contra y como ocupantes no deseados la inmensa mayoría de las poblaciones autóctonas.
Por otra parte, aparecen en la escena internacional potencias emergentes que pujan en el ámbito mundial o a nivel regional en contra del predominio estadounidense, como son los casos de China, la propia Rusia y la India, tres colosos nucleares, con economías en ascenso. Con una influencia más bien regional tenemos a Irán.
Otra característica destacada en el actual contexto la vemos en el renacer de una izquierda latinoamericana, que encabezada por Venezuela y Cuba, a los que se suman países como Bolivia, Ecuador, Argentina y otros, intentan con relativo éxito romper el sistema de dependencia crónica a la que estuvo sumida la región por casi un siglo.
Finalmente y en el sentido más puramente económico incluiríamos el fracaso de la Globalización Neoliberal, por su naturaleza excluyente de las mayorías por un lado y a la vez subordinante del Sur subdesarrollado, pero rico en materias primas, al Norte, desarrollado, explotador y consumista, lo cual ha traído consigo el nacimiento y desarrollo de nuevos actores internacionales.
Estos son, por un lado, las grandes transnacionales imperialistas y en franca oposición a sus intereses, organizaciones no gubernamentales antiglobalizadoras y defensoras de un medio ambiente cada vez más deteriorado.
Este acercamiento a la situación del sistema de relaciones internacionales nos lleva al análisis de las diferentes posiciones que se mueven dentro de lo que se ha dado en llamar la «necesidad de reformas del actual sistema de Naciones Unidas».
En primer lugar, se hace evidente que las Naciones Unidas, nacidas de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial y de los desechos de la Liga de las Naciones, desarrollada y apuntalada en un mundo que una vez fuera bipolar, enmarcado en la Guerra Fría o el hecho de una disuasión nuclear u holocausto en caso de una guerra termonuclear donde no habría ni vencedores ni vencidos, debe ser por lo menos reestructurada.
En segundo lugar, la bipolaridad no existe, solo hay una gran superpotencia mundial, los Estados Unidos de América, pero como hemos analizado anteriormente, su supremacía militar no se traduce en supremacía económica. A lo que habría que sumar la incapacidad estadounidense de ganar las guerras o como el caso de Iraq, estar a punto de perderla, como advierten expertos.
Por lo anterior, Estados Unidos, que intentó, intenta y seguramente intentará en el futuro imponer la paz americana y que violentó de manera abierta el actual sistema de relaciones internacionales regido por las Naciones Unidas, con la invasión a Iraq, hoy ha dado un paso atrás y habla de una ampliación del Consejo de Seguridad incorporando a Alemania y Japón, las dos principales potencias derrotadas de la Segunda Guerra Mundial, como miembros permanentes, aunque por supuesto sin derecho al veto.
Esta variante de la diplomacia estadounidense cuenta con el apoyo de la mayoría de los países de la Unión Europea.
Por otro lado, tendríamos a los países de lo que se ha dado en llamar el «Consenso de Shangai», China, Rusia y la India. En este caso los dos primeros se han comprometido, dejando al lado viejas diferencias e intereses, en respaldar a la India en su aspiración de tener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad, mientras «estudian» la posibilidad de que otras potencias regionales ingresen como miembros permanentes en ese órgano e incluso se amplíen los asientos rotativos no permanentes.
Entre las potencias regionales con aspiraciones a ser permanentes en el Consejo de Seguridad tenemos a Brasil, por América Latina, también a México, con el apoyo estadounidense, siempre y cuando el partido de gobierno sea el PAN o EL PRI, mientras en África los candidatos son Sudáfrica y Nigeria, en menor medida.
Finalmente la posición de la diplomacia cubana se plantea la defensa de la multipolaridad, la real igualdad de países ya sean grandes o pequeños y una verdadera democracia para el sistema de Naciones Unidas, con el consiguiente respeto a la soberanía de los estados.
Como llevar a la práctica esta democracia tiene una sola respuesta, aboliendo el antidemocrático Consejo de Seguridad y con ello el derecho al veto y llevando el poder real a la Asamblea de Naciones Unidas, donde todos los países tienen un voto.
Si esto ocurriera, si desapareciera el Consejo de Seguridad, la propia esencia del actual sistema de Nación Unidas cambiaría y nacería un sistema mas justo y equitativo, verdaderamente democrático, desaparecerían las viejas Naciones Unidas y surgiría un nuevo sistema de relaciones internacionales.
Mientras esto no ocurra y sobre la humanidad se levante una única superpotencia militarista, mientras sobre los países pequeños esté presente la amenaza de una agresión militar, llámese limitación de la soberanía estatal, intervención humanitaria, golpe quirúrgico o invasión directa, la ONU y el actual sistema de relaciones internacionales son la opción de los menos poderosos y su tribuna de defensa de la soberanía nacional.
Su desaparición abrupta supondría no solo el reforzamiento de bloques de poder como es el caso de la Unión Europea o el propio Consenso de Shangai, o la aparición de otros que se opongan al poderío norteamericano, sino que los países más pequeños queden a merced de las apetencias imperiales vengan de donde vengan.