Celebramos este año el tercer centenario del nacimiento de Jean-Jacques Rousseau, el 28 de junio de 1712. En estos momentos en los que la patente crisis de la civilización capitalista impulsa a las multitudes a buscar una alternativa al actual orden mundial, vale la pena que recordemos su pensamiento, mentor del republicanismo moderno y enormemente […]
Celebramos este año el tercer centenario del nacimiento de Jean-Jacques Rousseau, el 28 de junio de 1712. En estos momentos en los que la patente crisis de la civilización capitalista impulsa a las multitudes a buscar una alternativa al actual orden mundial, vale la pena que recordemos su pensamiento, mentor del republicanismo moderno y enormemente influyente en la tradición revolucionaria de los últimos siglos.
Filósofo destacado de la Ilustración del XVIII, Rousseau fue un disidente de la corriente principal de carácter liberal, al defender un modelo social fundado sobre la ciudad soberana, frente al expansionismo imperialista dominante en su época dentro de los Estado europeos. Idealizando su patria natal, la ciudad de Ginebra, nos la propone como el modelo de sociedad, proyectándola sobre los lugares clásicos de la filosofía política de Platón y Aristóteles, si bien los depuró del elitismo aristocrático con que interpretaban el mundo. Rousseau es un plebeyo de los pies a la cabeza, pensador vagabundo e inconformista, cristiano de todas la confesiones, con enormes conocimientos científicos y una profunda reflexión moral sobre la humanidad.
El Contrato Social, su obra más conocida sobre filosofía política, propone la democracia participativa como forma más adecuada de la organización política, como único orden social que permite mantener la libertad personal dentro del compromiso social. Cada ciudadano participa en la elaboración de las leyes y las decisiones políticas, de tal modo que al obedecer la ley no se obedece más que a sí mismo; la ley es el resultado del compromiso entre los ciudadanos para vivir en común, fruto del diálogo en la asamblea de hombre libres y soberanos, que ceden su independencia para formar parte del cuerpo social. De ese modo se constituye la voluntad general, como una realidad colectiva con entidad propia. Con esa propuesta teórica inspiró el sector más radical de la revolución francesa, el partido jacobino, y recibió el reconocimiento de Robespierre que ordenó trasladar sus restos al Panteón de hombres ilustres.
Cierto que su teoría contiene elementos discutibles, como la descripción del buen salvaje como un vagabundo solitario; lo que constituye un postulado ahistórico, que seguramente es una concesión al individualismo propio de aquella época, contaminada por la ideología de la burguesía en ascenso. Tal vez influido por su amigo David Hume -con el que acabó peleándose por motivos que pueden considerarse oscuros desde el punto de vista emocional, pero podrían haber sido ideológicamente muy claros-, una parte de su teoría contiene un concepto de libertad instintiva que no es compatible con la naturaleza social del ser humano. Por otra parte, Rousseau dejó muy claro -y a partir de éste, luego Kant-, que la libertad humana es la libertad civil y consiste en la asunción de los deberes morales. Así que la postulación de una libertad instintiva parece contradictoria con su concepto de libertad; pero en realidad, le sirve a nuestro autor para exponer la constatación de una contradicción psicológica, que es fundamental en el ser humano entre el egoísmo y la solidaridad. Por ello, ese pequeño defecto de época, no le resta a la obra de Rousseau el mérito de ser un clásico, reconocido por el pensamiento político moderno, ya para venerarle, ya para denostarle.
El ciudadano Rousseau destacó en numerosos campos de la reflexión moral, en la elaboración artística e incluso contribuyó en ciertos desarrollos científicos. Fue músico y botánico; también escribió sobre las raíces de la religión en la naturaleza humana. Fue un importante teórico en el ámbito pedagógico, donde propuso una enseñanza fundada en la características naturales de los alumnos. Sus tratados de pedagogía, el Emilio y La nueva Eloísa, aplican a la educación la idea fundamental de su sistema filosófico, según la cual el ser humano es naturalmente bueno y viene a pervertirse en el medio social. Es éste el tema de sus famosos discursos, que pusieron en cuestión la idea de Progreso propia del siglo XVIII: el Discurso sobre las ciencias y las artes -que le valió el premio de la Academia de Dijon en 1750, atrayéndole la fama-, y el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.
¿Cuál podríamos destacar de todas esas facetas en las que destacó por sus descubrimientos y sagacidad? Seguramente la idea más importante que nos ha legado su fecunda inteligencia, haya sido su crítica del progreso. Mientras que los filósofos ilustrados admiten un progreso material de la humanidad, al mismo tiempo que se produce su avance moral, Rousseau puso en cuestión esa identidad, y señaló que el desarrollo en las artes y las ciencias viene aparejado a menudo con la decadencia moral. Por eso, precisamente ahora, en este siglo XXI que ha comenzado con tan malos augurios -especialmente por la anunciada crisis ecológica, que somos incapaces de prevenir y remediar-, la lectura de Rousseau debe ayudarnos a abandonar los prejuicios arraigados en nuestra época y abrir los ojos a otras posibilidades para humanidad. El punto de vista defendido por él, crítico con el progreso liberal al tiempo que radicalmente democrático, está en sintonía con ciertas corrientes del ecologismo contemporáneo.
Hasta que Rousseau escribió su Discurso sobre las ciencias y las artes, la Ilustración era un movimiento liberal, fascinado por la Revolución Gloriosa -que dio el poder político a la burguesía inglesa-, y el sistema de equilibrios constitucionales que instauró. Montesquieu, El espíritu de las leyes, Voltaire, Carta sobre los ingleses, y otros señeros ‘filosofes’ franceses del XVIII, querían importar al continente europeo el modo de producción capitalista, fundado en la libertad de mercado y el correspondiente orden político que consagraba las ‘libertades’ y los derechos. Pero los discursos de Rousseau causaron un enorme revuelo en el ambiente cultural de su época, dando un vuelco al pensamiento ilustrado; con ellos, el concepto republicano se instaló en el seno mismo del movimiento intelectual europeo, como auténtico sentido de la razón humana.
¿En qué consiste ese concepto republicano, para poder oponerlo de una forma tan radical al liberalismo, dominante en la humanidad moderna desde hace por lo menos trescientos años? La República es un sistema social autocontenido, ya desde su primera formulación en la utopía platónica, y luego en las formulaciones medievales que siguieron su estela -el musulmán al-Farabi, por ejemplo- y en las de los humanistas cristianos del Renacimiento -Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam o Bartolomé de Las Casas-. Para Kant el sistema político republicano es la condición misma para La paz perpetua, como constitución universal de una humanidad pacificada. Con distintas variantes -que van desde el elitismo platónico hasta la democracia radical de Moro-, el modelo teórico bajo el que se piensa esa sociedad autosuficiente es una estructura funcional de actividades complementarias. Las tendencias igualitarias y comunistas son fuertes dentro de ese modelo, para la mayoría de los autores -incluido el propio Platón, quien a pesar de su clasismo innato estableció la propiedad colectiva de los medios de producción y la igualdad de las mujeres en su sociedad clasista-.
En cambio la revolución liberal construyó un modo de producción expansivo: el capitalismo necesita crecer constatemente para sostenerse; como podemos observar por la actual crisis económica, en el momento en que deja de crecer el capitalismo entra en depresión y llegan los problemas. Ese crecimiento capitalista se hace a costa de la naturaleza terretre, que está siendo destruida por el ser humano hasta niveles suicidas. Y también arrasando con todas las culturas precapitalistas no liberales. El capitalismo es un sistema entrópico que anuncia la muerte del planeta Tierra, porque va unido al imperialismo y al liberalismo; éste último desemboca en el pensamiento único de carácter pseudo-científico.
Frente al egoísmo burgués y la artificialidad capitalista, Rousseau proclamó la bondad natural del ser humano, para construir una síntesis entre la solidaridad humana y la vuelta a la naturaleza; supo unir ambos conceptos, después de realizar un análisis certero del orden social, en contradicción con la revolución liberal. Toda revolución burguesa histórica ha atravesado dos fases diferenciadas: una primera fase republicana, provisional, y una segunda liberal, definitiva. Ahora bien, conforme se desarrolla el modo de producción capitalista, la fase republicana se hace cada vez más corta, acelerándose la implantación del liberalismo. La República de Holanda en el XVI duró más de medio siglo; la de Cronwell en Inglaterra siglo XVII, más de veinte años; en cambio, la fase propiamente republicana de la Revolución Francesa, el gobierno jacobino con Robespierre a la cabeza, apenas duró un par de años de 1793-94.
Esa imposibilidad histórica dentro del contexto capitalista -de la República, entendida como sociedad autocontenida-, es seguramente la causa principal para que se impulsara el movimiento socialista en pos de la superación de la sociedad burguesa. Y si bien el pensamiento de Rousseau pertenece a un momento histórico en el que todavía no se ha hecho patente esa contradicción, constituyó un hito importante en la formación de su concepto, al denunciar el error histórico de la expansión capitalista que abrazaban las poblaciones europeas de su época. De ese modo, nuestro autor pertenece a la corriente de ilustres críticos del imperialismo, que pensaron el derecho republicano a la autodeterminación de los pueblos, corriente que en la época moderna va desde Bartolomé de las Casas hasta Lenin.
Rousseau -que fue creyente cristiano, ya católico, ya protestante-, era pesimista acerca del desarrollo de la humanidad: más o menos como señala el Evangelio, pensaba que la riqueza pervertía al ser humano, el progreso técnico se hace a costa de la moralidad pública. Hoy más que nunca, cuando la humanidad se enfrenta a un colapso ecológico del planeta Tierra, debemos escuchar esta advertencia. Los problemas que tenemos por delante no se resolverán solos, gracias al desarrollo tecnológico que impulsa el mercado capitalista. Es necesario también un esfuerzo moral, un cambio en las costumbres, que restablezca el equilibrio entre la humanidad y la naturaleza, al tiempo que refuerce la solidaridad entre los seres humanos, fundándose en la igualdad.
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