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La OTAN, en el centro del problema

Fuentes: La Estrella Digital

  Siendo bastantes las innovaciones de la nueva política exterior que parece apuntar el Gobierno Obama, como se ha podido comprobar en las últimas semanas, están lejos, sin embargo, de significar una sustancial reforma de algunos viejos usos, muy arraigados al paso del tiempo. Es indudable que la entrada en el primer plano de la […]

 

Siendo bastantes las innovaciones de la nueva política exterior que parece apuntar el Gobierno Obama, como se ha podido comprobar en las últimas semanas, están lejos, sin embargo, de significar una sustancial reforma de algunos viejos usos, muy arraigados al paso del tiempo.

Es indudable que la entrada en el primer plano de la escena política internacional de nuevos actores (sobre todo Rusia, pero también otros, como China y algunos Estados iberoamericanos) ha introducido una modificación importante en la fórmula utilizada por Bush. Ésta, básicamente, consistía en: «primero nosotros y luego los demás». El «nosotros» estaba formado por EEUU y algunos países de la Unión Europea, lo suficientemente dóciles como para no discutir las imposiciones de la Casa Blanca; el «trío de las Azores» fue un claro paradigma de esto. En «los demás» se encontraba el resto del mundo, que habría de plegarse forzosamente, por convicción o mediante la fuerza militar, a los designios de Washington.

Obama ya no lo percibe así, y el avance producido por este cambio de percepción es muy positivo para el mundo. Pero, no obstante, están apareciendo algunos factores que pueden lastrar esta sensación de innovación. El principal de ellos tiene su corazón en Europa y su mente en EEUU: es la OTAN.

Tiene muy poco de innovación el seguir considerando a la OTAN como el elemento esencial para la seguridad conjunta de Norteamérica y de la Unión Europea, añadiéndole, como suplemento operativo, la misión de estabilizar el mundo, llegando hasta Afganistán si es preciso. El resultado es que se sigue utilizando una vieja herramienta, procedente de la Guerra Fría, para actividades y operaciones que eran inimaginables cuando se firmó el Tratado del Atlántico Norte. Es como pretender atender a un moderno automóvil de última generación con la caja de herramientas que se incluía en el Seat 600.

Ése es el meollo de la cuestión. La OTAN no es sólo una superestructura burocrática, política y militar, sino que lleva consigo, todavía y a pesar de los años transcurridos, una notable inercia ideológica. Si ésta puede pasar algo inadvertida para los miembros veteranos de la Alianza, curados ya de espanto y escépticos respecto a la realidad de la amenaza que la creó y la hizo crecer, influye todavía con vigor sobre los nuevos aliados, los que se liberaron de la sombra del Pacto de Varsovia y del Moscú soviético que los controló durante largos años.

Una estructura militar no sobrevive sin un enemigo. La extinta URSS fue el enemigo que mantuvo a la OTAN con vida, activa, desarrollada y crecientemente expansiva. Los viejos militares españoles sabemos algo de esto. De tener como principal amenaza para la seguridad nacional al «enemigo interior» del anterior régimen, pasamos a organizar nuestros ejércitos con vistas a frenar en seco a las divisiones acorazadas soviéticas que en su fulgurante carrera ofensiva alcanzaran los Pirineos.

Más que la fidelidad a los llamados «valores democráticos de Occidente», la OTAN estaba sostenida por la fórmula de los mosqueteros: «Todos para uno y uno para todos». Por eso no tuvo inconveniente en admitir en su seno a la dictadura portuguesa o a la Turquía de los militares golpistas. Y entre sus aliados de la Guerra Fría no vaciló en contar con represivas dictaduras y regímenes muy poco recomendables.

La situación ha cambiado notablemente y Rusia ha dejado de ser la URSS, reclamando el puesto en Europa que históricamente le pertenece. De ahí las dificultades que experimenta la idea de una defensa conjunta del continente europeo, y las propuestas rusas, harto razonables, de establecer un sistema defensivo que englobe a la Europa histórica. Engarzar esto con el sistema noratlántico de defensa conjunta parece un problema de muy complicada resolución.

Están en juego varias tendencias muy poco coincidentes: 1) EEUU desea seguir utilizando la OTAN como elemento esencial de la defensa conjunta de Occidente; 2) La Unión Europea desearía no depender tanto de EEUU para los asuntos de su defensa militar y disponer de organizaciones autónomas puramente europeas; 3) Motivos económicos, sociales y políticos obligan a no aceptar que la Europa histórica siga dividida por una frontera militar que mantenga a Rusia fuera de su núcleo esencial.

¿Cómo se pueden articular elementos tan dispares? Las reuniones que en breve van a tener lugar en diversos foros internacionales nos darán una idea de lo que el futuro reserva a los europeos. Ni siquiera éstos coinciden en una postura unánime. No es anecdótico que el presidente del Estado que ostenta la presidencia de la UE durante el presente semestre sea un «euroescéptico» como Vaklav Klaus. La congénita debilidad europea en política exterior y de defensa, agravada desde la ampliación del 2004, no es un factor positivo a la hora de sentarse a negociar en la misma mesa con Rusia y EEUU. Habrá que observar y esperar.

* General de Artillería en la Reserva