«…Llegó la hora de arriesgarse otra vez y dar un paso peligroso pero que vale la pena. Porque tal vez unidos con otros sectores sociales que tienen las mismas carencias que nosotros, será posible conseguir lo que necesitamos y merecemos. Un nuevo paso adelante en la lucha indígena sólo es posible si el indígena se […]
«…Llegó la hora de arriesgarse otra vez y dar un paso peligroso pero que vale la pena. Porque tal vez unidos con otros sectores sociales que tienen las mismas carencias que nosotros, será posible conseguir lo que necesitamos y merecemos. Un nuevo paso adelante en la lucha indígena sólo es posible si el indígena se junta con obreros, campesinos, estudiantes, maestros, empleados… o sea los trabajadores de la ciudad y el campo». Así reza el último párrafo de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, hecha pública en junio de 2005.
La Sexta, unida a «la otra campaña» representa la apertura del zapatismo a nuevos campos de acción y compromiso. Una iniciativa que resultaba casi imperiosa, según algunos, pero no ha nacido de la urgencia de la necesidad, sino del compás reflexivo y de un análisis detenido de la realidad mexicana y global, de lo que es el zapatismo, de hacia adónde va y de adónde quiere llegar. Porque si algo caracteriza al movimiento es su capacidad para alcanzar sus propias conclusiones sin someterse a los ritmos externos, escuchando a los otros pero teniendo claro que sólo las premisas que nacen de sus formas de trabajo particulares tienen posibilidad de perdurar.
La llamada a la unión con toda la «gente humilde y simple» a través de encuentros, diálogo e intercambio de experiencias es la base de la otra campaña y un paso arriesgado, según los zapatistas. De alguna manera supone abrir la puerta a formas de resistencia más tradicionales, a movimientos que quieren aprovechar el sistema para cambiarlo o destruirlo, y que contrastan con la forma de hacer «otra política» que caracteriza al zapatismo. Sin embargo no parece que existan muchas más opciones, ya que tal y como se puede leer en la Sexta: «…hemos llegado a un punto en que no podemos ir más allá y, además, es posible que perdamos todo lo que tenemos, si nos quedamos como estamos y no hacemos nada más para avanzar». El gran reto de esta nueva manera de avanzar está en conseguir que el zapatismo se flexibilice sin traicionar su esencia, que se haga entender entre otros lenguajes políticos y que sea capaz de mantenerse como el referente de la izquierda alternativa que es, aprovechando la fuerza que ello le confiere. El periplo del subcomandante Marcos, recorriendo los 32 estados que componen México, representa la imagen de una apuesta trascendente que determinará el zapatismo de los próximos años.
Aunque el movimiento no puede olvidar sus raíces indígenas y el contexto social en el que surge, el desafío radica en despojarse de parte de su endogamia y abrazar a los que, como los propios zapatistas concluyen, son sus iguales y quieren cambiar el mundo «desde abajo a la izquierda».