Cortar Europa del continente euroasiático es el evento geopolítico más importante desde la Segunda Guerra Mundial y eso lo que ha logrado Estados Unidos con la guerra en Ucrania.
Para los geoestrategas, es probable que Taiwán sea el próximo objetivo. El mundo está al borde de una nueva Guerra Fría o quizá de una nueva guerra mundial, nada fría: atómica, terminal, que puede significar el punto final para la humanidad.
Es el precio de luchar por “la democracia y la libertad” (latiguillo que esconde que miles son carne d cañón de los intereses corporativos estadounidenses y “occidentales”. Se trata de debilitar a Rusia y, también, de estimular la industria militar propia, y para lograrlo Washington sigue doblegando a los europeos, obligándolos a apoyar sus directrices, aunque pudieran llegar a sufrir un bombazo atómico de Rusia, mientras ya les va escaseando el gas, el trigo, otros granos y alimentos, amén de otros bienes,
Algunos geoestrategas afirman que para EE.UU. es una “proxy-war”, una guerra que la ejecuta una especie de ejecutor sustituto: es de EE.UU. contra Rusia, pero utiliza a Ucrania como ejecutor y campo de aniquilamiento, para lo cual se sirve de la ultraderecha neonazi en el gobierno (puesta con apoyo, financiamiento y dirección de la CIA y la NATO). Pero no se circunscribe a Ucrania, sino que es parte de una ofensiva mayor, de alcance mundial y que apunta a China y sus eventuales aliados.
Es necesario abstraerse del terrorismo mediático para comprender las raíces objetivas y los intereses que se defienden, y por ello resulta muy lamentable el espectáculo de sumisión que viene dando América Latina a los embates de Washington, compitiendo entre sí para quedar mejor posicionado ante los que mandan en el patio delantero. Quizá tenía razón el papa Pío XI, cuando pontificaba “haced el bien, queridos hermanos; no apliquéis la guillotina a los nobles terratenientes que tanto os protegen”.
A medida que pasan los días, la guerra se empieza a transformar en un gran negocio para el complejo militar-corporativo y da señales de que puede funcionar como un recurso de generación de demanda y de reactivación económica, aunque seguramente este gasto militar impulsará más la inflación que la reactivación económica en EE.UU. Todos sabemos que la primera víctima de una guerra es la verdad.
Los grandes perjudicados, en lo inmediato, son los países europeos. Especialmente los que son importadores del petróleo, gas y alimentos que provienen de Rusia. Empiezan a sufrir desabastecimiento e inflación, lo que llevará –seguramente- a protestas sociales no menores. Pero la inflación, centrada inicialmente en EE.UU. y Europa Occidental, terminará afectando también a la periferia capitalista, como América Latina, lo que se traducirá en muy bajos ritmos de crecimiento y acentuación de la pobreza.
Muy probablemente, el conflicto terminará por socavar al dólar como moneda de reserva internacional (el euro sigue perdiendo terreno). Y si el dólar se debilita o colapsa como moneda de reserva con alcances mundiales, EE.UU. no podrá resolver su déficit externo “imprimiendo dólares” para pagar ese déficit, un golpe que sería mayor y de muy vastos alcances.
30 años no es nada
Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, Europa está erigiendo una nueva Cortina de Hierro en Ucrania, en el corazón de la antigua Unión Soviética. Parece que el conflicto en Europa del Este sigue de cerca un guión escrito hace un siglo por el geoestratega británico Halford John Mackinder., quien predijo una batalla por la «Isla del mundo», el continente euroasiático.
El centro de la Isla-Mundo, dijo Mackinder, es el Heartland, la región desde Europa del Este hasta Siberia. En su publicación de 1919 Ideales democráticos y realidad , escribió: “Quien gobierna Europa del Este domina el Heartland; quien gobierna el Heartland comanda la Isla-Mundo; quien gobierna la Isla-Mundo domina el mundo.”
Desde la década de 1970, el artífice de la política exterior estadounidense fue Zbigniew Brzezinski, ferviente anticomunista ucraniano-polaco asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, a quien persuadió para que apoyara a los rebeldes islámicos que luchaban contra el gobierno comunista de Afganistán.
En 1979, la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. lanzó la encubierta Operación Ciclón, la más costosa jamás realizada, que llegó a costar 630 millones de dólares en 1987. Inicialmente, la CIA suministró rifles Lee-Enfield británicos antiguos; en 1986, la resistencia afgana recibió misiles tierra-aire Stinger. Años después, Brzezinski dijo que la Operación Ciclón estaba destinada a provocar una intervención soviética.
Los soviéticos tendrían su propio «Vietnam», dijo. La estratagema funcionó y después de una guerra de ocho años, los soviéticos se retiraron. Brzezinski se basó en la teoría Heartland de Mackinder y argumentó que EE.UU. podría retener la supremacía global solo si evitaba el surgimiento de una sola potencia en la Isla-Mundo.
La Doctrina Brzezinski sigue siendo influyente en el establecimiento de la política exterior de EE.UU. Sus protegidos, entre ellos la nieta de emigrantes ucranianos Victoria Nuland, subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, son una voz poderosa en el Departamento de Estado estadounidense.
En 2014, durante el apogeo de las protestas de Maidan (plaza de la Independencia) en Kiev, la inteligencia rusa interceptó una llamada telefónica entre Nuland y el entonces embajador de Estados Unidos, Geoffrey Pyatt, sobre la formación de un nuevo gobierno ucraniano. Mostrando su desprecio por Europa en la ejecución de la política estratégica de EE.UU., se la escucha decirle al embajador «F*ck the European Union».
En los años posteriores a Maidan, EE.UU. siguió el guión de Afganistán al verter cientos de millones de dólares en ayuda militar en Ucrania, con el resultado deseado: una respuesta rusa. Brzezinski triunfó en Afganistán y sus protegidos triunfaron en Ucrania. Cortar Europa del continente euroasiático es el evento geopolítico más importante desde la Segunda Guerra Mundial.
Cortar Europa del continente euroasiático es el evento geopolítico más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Probablemente dará forma al siglo XXI. Mackinder tenía parte de razón. El ferrocarril era una amenaza para las potencias navales, no en términos militares sino comerciales. Esto puso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China en la mira de los políticos estadounidenses.
El BRI (la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la sede, por su siglas en inglés) podría haber transformado la Isla-Mundo, desde Shanghai hasta Rotterdam, en una gran región económica. Solo podía detenerse fomentando el malestar y la inestabilidad a lo largo de su ruta y desafiando a los actores clave. Después de Ucrania, es probable que Taiwán sea el próximo objetivo de los brzezinskianos.
Occidente se ha aislado moralmente de los dos países más poblados del mundo, así como de Rusia. Este triángulo jugará un papel clave en la configuración del siglo XXI. Con China a la cabeza, desarrollarán un nuevo sistema monetario paralelo al sistema dólar-euro, así como alternativas para el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones internacionales que hacen cumplir el “sistema basado en reglas” diseñado por Occidente”.
EE.UU. se negó a considerar el ingreso de Ucrania a la OTAN
Antes de la guerra, muchos analistas dijeron que sería razonable negar o retrasar la admisión de Ucrania en la Alianza Atlántica para evitar el conflicto, pero la propia administración de Joe Biden reconoce que antes de la invasión rusa, Washington no hizo esfuerzo alguno por abordar una de las principales preocupaciones de seguridad reiteradas por Vladimir Putin: que Ucrania fuera miembro de la OTAN.
Cuando War on the Rocks, un sitio web de análisis de política exterior y de defensa de Estados Unidos, preguntó esta semana a Derek Chollet, consejero del Secretario de Estado Antony Blinken, si la expansión de la OTAN a Ucrania “no estaba sobre la mesa en términos de negociaciones” antes de la invasión, éste respondió que no, reveló Ben Armbruster en Qiosk.
Los comentarios de Chollet confirman las sospechas de que la administración de Joe Biden no estaba haciendo lo suficiente, incluida la oferta de negar o retrasar la membresía de Ucrania en la OTAN, para evitar que Rusia iniciara una guerra contra Ucrania.
“Les dejamos en claro a los rusos que estábamos dispuestos a hablar con ellos sobre temas que pensamos que eran preocupaciones genuinas que tenían y que eran legítimos de alguna manera, me refiero a cosas del tipo de control de armas de esa naturaleza”, dijo Chollet. Agregó que la administración no pensó que “el futuro de Ucrania” fuera uno de esos temas y que su posible membresía en la OTAN no fuera un “problema”.
“Esto no se trataba de la OTAN”, dijo Chollet, quien se contradijo momentos después, diciendo: “Al perpetrar esta guerra totalmente injustificada y no provocada, el objetivo [de Putin] era tratar de dividir a Estados Unidos de Europa y debilitar a la OTAN”.
Por supuesto, el mismo Putin declaró públicamente muchas veces antes de la invasión que, de hecho, la posible membresía de Ucrania en la OTAN era una preocupación de seguridad clave para Rusia. Semanas antes de que Rusia lanzara su guerra contra Ucrania, Putin afirmó que se estaban ignorando las preocupaciones de Rusia sobre la ampliación de la OTAN . “Necesitamos resolver esta cuestión ahora… [y] esperamos que nuestros socios escuchen nuestra preocupación y la tomen en serio”, dijo.
Ryan Evans, de War on the Rocks, le dijo a Chollet que tomaba las afirmaciones de Putin sobre la OTAN “en serio”, y agregó su sorpresa “por la negativa a hablar siquiera sobre el tema de la expansión de la OTAN”. “Hablamos de la OTAN al decir que es una alianza defensiva. La OTAN no es una amenaza para Rusia”, dijo Chollet.
Antes de la invasión rusa, el investigador principal del Quincy Institute sobre Rusia y Europa, Anatol Lieven, escribió que, como parte de un paquete más amplio para evitar la guerra, EE.UU. debería proponer “la declaración de una moratoria sobre la membresía de Ucrania en la OTAN por un período de 20 años”, dando tiempo para las negociaciones sobre una nueva arquitectura de seguridad para Europa en su conjunto, incluida Rusia”.
Mal momento
Rusia avisó que Occidente debía detener su entrega de armamento a Kiev y la respuesta de EEUU y sus aliados ha sido contundente y desafiante, incrementando la ayuda militar. La respuesta de Moscú ha sido cortar el suministro del gas a Polonia y Bulgaria.
La crisis de Ucrania no podría haber llegado en peor momento para los oponentes de Rusia. EE.UU., Japón y la Unión Europea están luchando con niveles de deuda nunca antes vistos junto con una inflación récord. Este último no se puede controlar con tasas de interés más altas sin provocar una ola de quiebras e incluso incumplimientos soberanos.
Algunos economistas predicen que la crisis de Ucrania conducirá al fin del dominio del sistema dólar-euro, la columna vertebral del poder militar occidental. Asia, con sus casi 4.000 millones de habitantes, desarrollará un sistema financiero paralelo y disminuirá su dependencia de Occidente. Este escenario era quizás inevitable, pero Mackinder se habría sorprendido de la forma en que Occidente ha acelerado su propio declive.
El negocio es la guerra
¿Estamos en los albores de una nueva Guerra Fría? Todo indica que Washington no nada para evitar que Rusia invadiera Ucrania y arrastró a los países de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) a la acción bélica, como parte de la estrategia de retomar la hegemonía en nombre de la libertad y la democracia, al estilo occidental y cristiano.
Los países miembros de la OTAN volvieron a comprometerse con la alianza y aprobaron sanciones extremas contra Rusia como castigo por la invasión a Ucrania. William Hartung, experto en política internacional e investigador del Instituto Quincy, advierte que los halcones de Washington siguen presionando por un fuerte aumento del presupuesto militar de Estados Unidos, que ya alcanza el monto récord de 800 mil millones de dólares al año.
“Hay peligro de que esta guerra no quede solo en Ucrania, sino que Estados Unidos la use como excusa para una política más agresiva en todo el mundo, con el argumento de contrarrestar el poder de Rusia o China o Irán, o quienquiera que sea el enemigo del momento”.
Hartung también habla de la guerra liderada por Arabia Saudita en Yemen. El apoyo de Estados Unidos ha permitido que este conflicto esté activo hace años y haya dejado un saldo de cerca de 400.000 muertes. A diferencia de Ucrania, donde Estados Unidos tiene una influencia más limitada, el gobierno de Joe Biden podría “terminar con esa matanza mañana”, dice Hartung.
Quizá, buscando aniquilar a Rusia y cortar el camino a Eurasia, el que conduce a China, el Occidente que defiende su acepción maniquea de libertad y democracia –EE.UU. y sus compinches europeos– puede terminar por autoaniquilarse, no sin antes dejar un tendal de muertos, un mundo aún más desigual de tierras arrasadas, en crisis alimentaria y hambre. Y el libreto de lo que sobrevendrá aún ni siquiera está imaginado.
Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Álvaro Verzi Rangel es sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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