Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Es probable que la renuncia (obligada) del almirante Fallon haya sido la última advertencia que recibimos respecto a la probabilidad de un ataque de EE.UU. contra Irán. No significa que un ataque sea seguro, pero EE.UU. no podía atacar a Irán mientras él fuera comandante de CENTCOM [Comando Central del Ejército de EE.UU., N. del T.] Ahora ese obstáculo ha desaparecido.
El viaje del vicepresidente Cheney por Oriente Próximo es otro indicador. Según un informe en The American Conservative, en su anterior viaje Cheney dijo a los aliados de EE.UU., incluyendo a los saudíes, que Bush atacaría a Irán antes del final de su período. Si ese informe fue correcto, su reciente viaje podría tener el propósito de informarles sobre cuándo tendrá lugar.
¿Por qué no hacerlo a través del Departamento de Estado? Ese departamento podría no estar al tanto, y en realidad, ni siquiera todo el Departamento de Defensa. El Departamento de Estado, la Oficina del Secretario de Defensa, los servicios de inteligencia, el Ejército y el Cuerpo de Marines se oponen todos a la guerra contra Irán. De las fuerzas armadas, se informa que sólo la Fuerza Aérea está a favor, para conseguir una oportunidad de mostrar lo que puede hacer el poder aéreo. Como siempre, no informa a los políticos sobre lo que no puede hacer.
El propósito de este artículo no es advertir de un ataque inminente contra Irán, aunque creo personalmente que viene, y pronto. Más bien, es advertir de una posible consecuencia de un ataque semejante. Quisiera señalar ahora, de nuevo, del modo más claro posible: un ataque estadounidense contra Irán podría costar a EE.UU. todo el ejército que tiene actualmente en Iraq.
Mucha gente en Washington medita sobre las posibles consecuencias de un ataque aéreo y con misiles contra Irán, pero pocos han pensado en lo siguiente: La interminable propaganda de los militares estadounidense de que «somos los más macanudos» ha convencido a la mayoría de la gente de que las fuerzas armadas de EE.UU. no pueden ser derrotadas en el terreno. Son las últimas en una larga lista de tropas que no podían ser derrotadas, hasta que lo fueron.
Lo que podría pasar es aproximadamente lo que sigue: Como reacción ante ataques aéreos y con misiles de EE.UU. contra objetivos militares contra su país, Irán actúa para cortar las líneas de suministro que llegan desde el sur pasando por el Golfo Pérsico (¿hay alguien en el Pentágono capaz de adivinar por qué tiene ese nombre?) y Kuwait, de las que dependen la mayor parte de las unidades el Ejército de EE.UU. en Iraq (los marines reciben la mayor parte de su aprovisionamiento a través de Jordania). Lo hace atacando la navegación en el Golfo, minando puntos clave, y destruyendo las instalaciones portuarias de las que depende EE.UU., sobre todo mediante sabotaje. También ataca la producción petrolera e instalaciones de exportación en la región del Golfo, como señuelo: concentramos la mayor parte de nuestra reacción en la protección del petróleo, sin resguardar las líneas de suministro del ejército.
Simultáneamente, Irán activa las milicias chiíes para cortar las rutas que llevan de Kuwait a Bagdad. Tanto el Ejército del Mahdi como las Brigadas Badr – estas últimas son supuestamente aliadas de EE.UU. – entran a la guerra contra EE.UU. con toda su fuerza. El ayatolá Sistani, que es iraní, llama a todos los chiíes iraquíes a combatir a los estadounidenses dondequiera los encuentren. En lugar de combatir contra el 20% de la población iraquí que es suní, EE.UU. enfrenta al 60% que es chií. Peor aún, la logística de los chiíes se ubica directamente a través de esas líneas logísticas que vienen de Kuwait.
A las fuerzas del Ejército de EE.UU. comienzan a acabárseles los suministros, sobre todo petróleo, aceite y lubricantes, que consumen en grandes cantidades. Una vez que gran parte están inmovilizadas por falta de combustible, y la región sufre de mal tiempo que mantiene a los aviones de EE.UU. en tierra o por lo menos enceguecidos, Irán envía entre dos y cuatro divisiones regulares blindadas y mecánicas del ejército a través de la frontera. Su objetivo es encerrar a las fuerzas estadounidenses dentro y alrededor de Bagdad.
Los militares de EE.UU. en Iraq están todos diseminados en pequeños paquetes que combaten a insurgentes. Ya no tenemos allí un ejército de campaña. No podemos reconcentrar las tropas porque nos falta gasolina y las guerrillas chiíes controlan las carreteras. Las unidades que no son desbordadas por los blindados iraníes o las milicias chiíes terminan en el cerco de Bagdad. El general Petraeus llama al presidente Bush y repite las famosas palabras del mariscal MacMahon en Sedán: «Estamos en un orinal, y nos van a cagar.» Bush piensa que Petraeus está pidiendo la cena – como, para Bush, lo ha hecho.
Los marines de EE.UU. en Iraq, que se encuentran sobre todo en la provincia Anbar, son la única fuerza que queda. Sus líneas de suministro y retirada a través de Jordania están intactas. Los suníes locales quieren sumárseles en la lucha contra los odiados persas. ¿Qué harán en esa situación? Buena pregunta.
¿Cuán probable es todo esto? No puedo responder a esa pregunta. Por desgracia, los que están en Washington, y debieran poder responderla no la formulan. Tienen que comenzar a hacerlo, ahora. Es imperativo que tengamos un plan actualizado para encarar esa contingencia. Ese plan no debe depender del poder aéreo para rescatar a nuestro ejército. El poder aéreo siempre promete más de lo que puede cumplir.
Como he advertido antes, cada unidad terrestre de EE.UU. en Iraq necesita su propio plan para salir del país, utilizando sólo sus propios recursos y todo lo que pueda conseguir localmente. La retirada hacia el norte, a través de Kurdistán hacia Turquía, será la única alternativa que les queda a las unidades del Ejército de EE.UU., aparte de terminar en un campo de prisioneros de guerra iraní.
Incluso si la probabilidad del guión mencionado es reducida, tenemos que tomarla con máxima seriedad porque las consecuencias serían tan inmensas. Si EE.UU. perdiera el ejército que tiene en Iraq, nunca se recuperaría de la derrota. Sería otro Adrianópolis, otro Manzikert, otro Rocroi. En vista de tantas otras maneras en las que ahora nos parecemos a España imperial, la última analogía puede ser la más convincente.
Todo esto lo he dicho antes, en artículos precedentes y otros sitios. Si sueno como Casandra al respecto, recordad que los acontecimientos probaron que ella tenía razón.
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William S. Lind, que expresa su opinión personal, es director del Centro de Conservadurismo Cultural de la Free Congress Foundation.