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Entrevista a David Graeber, antropólogo libertario y autor de "En deuda"

«La resistencia tiene que ser una materialización del mundo que uno desea crear»

Fuentes: Rebelión

ANDRÉS LOMEÑA: ¿Se considera el precursor de una antropología anarquista? DAVID GRAEBER: No creo que lo hago pueda llamarse antropología anarquista. Escribí un pequeño panfleto planteando la pregunta: «¿Qué ocurriría si hubiera una antropología anarquista? ¿Cómo sería?» Pero todo era hipotético. Sólo soy un antropólogo libertario de izquierda que intenta hacer un trabajo valioso para […]

ANDRÉS LOMEÑA: ¿Se considera el precursor de una antropología anarquista?

DAVID GRAEBER: No creo que lo hago pueda llamarse antropología anarquista. Escribí un pequeño panfleto planteando la pregunta: «¿Qué ocurriría si hubiera una antropología anarquista? ¿Cómo sería?» Pero todo era hipotético. Sólo soy un antropólogo libertario de izquierda que intenta hacer un trabajo valioso para que las personas intenten cambiar el mundo de una forma positiva.

A.L.: El libro Redes de indignación y esperanza de Manuel Castells está dedicado a los movimientos sociales y usted publicará en unos meses El proyecto de la democracia. Me gustaría saber qué podemos esperar de su nuevo libro; últimamente sólo oigo a personas que critican todo tipo de protestas sociales porque creen que el único cambio posible se consigue a través de simples subidas o bajadas de impuestos.

D.G.: Sí, eso es lo que ocurre cuando pones el listón tan bajo. Si nuestra mayor esperanza es poner más dinero bajo el control de los políticos… tú me dirás.

Estoy de acuerdo con Castells y hemos ofrecido los mismos argumentos en muchas ocasiones. Lo que a mí me fascina es la manera en que la idea original de democracia (el autogobierno popular) ha permanecido a pesar de la hostilidad continua de las élites. Veo el movimiento Occupy Wall Street como un momento de un proceso mucho más largo que en Estados Unidos retrocede a antes de la revolución estadounidense. A menudo nos olvidamos de los llamados padres fundadores de la «odiada democracia estadounidense», que estaban abiertamente en contra de este proceso. Establecieron algo conocido como sistema «republicano» para contener y prevenir lo que con frecuencia denominaban «los horrores de la democracia». Cuarenta o cincuenta años más tarde, la clase política estuvo forzada a renombrar el sistema como «democracia» porque el término era aún muy popular. ¿Por qué? ¿Qué quería decir realmente la gente? De eso trata el libro.

A.L.: Siempre se acusa a la izquierda de ser utópica. ¿Puede ser útil o dañino el pensamiento utópico?

D.G.: Si no eres utópico, esto sólo quiere decir que no tienes iniciativa política. Ya no serás el movimiento del futuro, sino alguien reducido a un papel reaccionario defendiendo los fragmentos del pasado. Todos los movimientos exitosos son utópicos (el de la derecha contemporánea, quizás, el mayor de todos). Los peligros de la utopía no residen en soñar nuestra sociedad de una forma radicalmente diferente: vienen cuando sientes que sólo hay una visión utópica, no muchas, e intentas imponer esa visión por la fuerza. 

A.L.: En España, el partido político Escaños en blanco tiene una única regla: no tomar posesión del escaño. Es algo legal y argumentan que ahorran dinero al Gobierno porque reducen concejales. Desconozco si hay propuestas parecidas en su país.

D.G.: El Partido Libertario de Estados Unidos propuso algo similar hace dos décadas: si una pluralidad no vota, entonces los sillones no tienen que ocuparse. Yo prefiero la propuesta reciente de Ocupa Atenas: más que dejar el sillón vacío, el voto negativo debería considerarse como un voto contra el sistema representativo de partidos y esos escaños se completarían al azar.

A.L.: Usted se ha convertido en una nueva referencia moral para muchos. ¿Qué podría aconsejar a sus lectores?

D.G.: Bueno, simplemente estoy transmitiendo la sabiduría que absorbí al tomar parte en los movimientos que hubo desde Seattle, que están basados en el siguiente principio: la resistencia tiene que ser una materialización (hasta donde sea posible) del mundo que uno desea crear. Esa actitud surge de una confluencia entre feminismo, anarquismo e incluso ciertas corrientes espirituales. Algunas veces he definido la acción directa como la insistencia desafiante de actuar como si uno fuera libre. Desafiante, porque desde luego uno sabe que en el fondo no lo es.

También significa el reconocimiento de que una vez que empiezas desde un cierto deseo compartido a lograr algunos objetivos prácticos en el mundo, las diferencias filosóficas (incluso la existencia de perspectivas fundamentalmente incompatibles) no son un problema, son en realidad una ventaja en la resolución de problemas colectivos. Esto no es realmente una tradición intelectual que salga de un libro, sino una tradición práctica que se ha desarrollado durante décadas de duro trabajo intentando resolver en qué consiste un movimiento genuinamente democrático, basado en formas de organización que podrían existir en una sociedad libre como la que de verdad podemos lograr.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.