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La revolución cultural del ‘menos es más’

Fuentes: Diagonal

En el decrecimiento se unen apuestas teóricas y prácticas críticas con el crecimiento, pero, sobre todo, afanadas en generar nuevas conductas individuales y colectivas que conjuguen la conciencia del deterioro y los límites del planeta con la justicia social. «El decrecimiento supone cuestionar las presuntas virtudes del crecimiento económico, entender que hemos dejado muy atrás […]

En el decrecimiento se unen apuestas teóricas y prácticas críticas con el crecimiento, pero, sobre todo, afanadas en generar nuevas conductas individuales y colectivas que conjuguen la conciencia del deterioro y los límites del planeta con la justicia social.

«El decrecimiento supone cuestionar las presuntas virtudes del crecimiento económico, entender que hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos del planeta y comprender que, a resultas de ello, tenemos que dar marcha atrás en el Norte opulento, reduciendo nuestros niveles de producción y de consumo, pero que lo anterior en modo alguno implica una reducción paralela de nuestro bienestar y de nuestra felicidad si hacemos las cosas bien», así habla Carlos Taibo mientras viaja en tren hacia Barcelona, camino de una charla sobre decrecimiento.

Este profesor de Ciencias Políticas suele usar el transporte público en sus desplazamientos y valora en especial las lecturas que ello le ha permitido hacer a lo largo de su vida. Un buen ejemplo de lo que es el decrecimiento: no una renuncia, sino un nuevo enfoque.

Decrecimiento o barbarie

Bajo la consigna «decrecimiento o barbarie» se multiplican y convergen actitudes críticas con el crecimiento. También con las formulaciones que, constatado el cambio climático y ante un inminente, si no ya acontecido, peak oil -el final del petróleo barato-, pretenden hacer frente a la «injusticia climática» con viejas expresiones como «desarrollo sostenible» u otras nuevas en torno al «capitalismo verde». Para Iñaki Bárcena, profesor en la Universidad del País Vasco y miembro de Ecologistas Martxan, «el concepto de desarrollo sostenible es una falacia que hay que destruir», pues «sólo podemos parar el curso erróneo de nuestra civilización decreciendo y planteándonos otros parámetros de evolución que no signifiquen agotar los recursos ecosistémicos».

Así, se propone, en expresión del filósofo vienés y conocido altermundialista André Gorz, «hacer más y mejor con menos», o lo que Duane Elguin denomina «simplicidad voluntaria»: consumir de forma responsable y examinar nuestras vidas para determinar lo que es importante y lo que no.

Decrecer implica expulsar de nuestras sociedades lo que Serge Latouche, difusor del decrecimiento, denomina «ingredientes de la ronda diabólica del consumo»: la publicidad, que sirve para hacernos desear lo que no tenemos; el crédito, base del capitalismo financiero, y la «obsolescencia programada de los objetos», que, estropeándose a un ritmo cada vez mayor, exigen ser reemplazados en plazos cada vez más cortos, aumentando la basura planetaria, acumulada a menudo en vertederos del Tercer Mundo.

Bárcena ha trabajado en especial la cuestión del transporte, abundando en la necesidad de plantearse «que hay que moverse menos y de otra manera». La reducción de las dimensiones de los sistemas de transporte, pareja a la de muchas de las infraestructuras productivas y de las organizaciones administrativas es una de las consignas contenidas en las ‘R’ que configuran el programa del decrecimiento propuesto por Latouche (reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar).

Un paradigma de este tipo de infraestructura es el Tren de Alta Velocidad, proyecto desarrollista que supone «la maximización de un tipo de movimiento elitista, que aleja las poblaciones, aleja los territorios y sólo sirve para que una parte muy privilegiada de la sociedad pueda moverse». Frente a esto, el decrecimiento promueve el transporte público y colectivo además de una reducción de la hipermovilidad resumida en la frase «disfrutar de la lentitud, valorar nuestro territorio».

La clave del retorno a lo local

El empoderamiento de lo local es otro de los puntales decrecentistas. Para Pablo Martínez, militante de CNT Córdoba, que ha publicado recientemente un dossier sobre decrecimiento, «éste cuestiona el tamaño de la propia organización social, colocando otra vez el centro de decisión en una línea muy cercana a la perspectiva libertaria, en el municipio o en la comunidad, frente a organizaciones sociales cada vez más lejanas a la gente como el propio Estado o la Unión Europea». Y es que el decrecimiento es, ante todo, un nuevo proyecto de organización social, que apela a la autogestión, sustituyendo la energía limitada del planeta por el trabajo comunitario organizado desde la participación.

Además, esto se articula, como ponen de manifiesto los proyectos de cooperativismo o las ciudades en transición, a través de una apuesta por la soberanía alimentaria y energética y por intercambios equilibrados en un comercio esencialmente local, a poder ser con monedas biorregionales. Estás últimas evitan la especulación y permiten que al tiempo que unos se abastecen, otros den salida a sus productos y servicios.

Integrando movimientos

«Tenemos que apostar por el reparto del trabajo. El reparto es decrecentista en sí, de la misma forma que el crecimiento y el desarrollo son antiigualitarios», señala Chema Berro, sindicalista de CGT, quien ha aportado su visión en la obra colectiva Decrecimientos. Si uno de los pilares del decrecimiento es el cuestionamiento del sistema productivo, la defensa del reparto del trabajo es otra de sus claves. Berro insiste en la necesidad de «incidir en lo social, porque la competitividad del desarrollismo nos lleva siempre a la desigualdad». Martínez añade a esto la virtualidad del decrecimiento para cuestionar «el trabajo asalariado, la distribución de lo que se considera trabajo asalariado y lo que no se considera trabajo, los trabajos de cuidado, reproducción, etc.». Taibo completa esta visión con la defensa del ocio frente al trabajo obsesivo que dará paso a un «triunfo de la vida social frente a la lógica de la propiedad y del consumo ilimitado».

«Empezamos a palpar, al calor de la crisis, la idea de que gente común que no está particularmente concienciada en virtud de su experiencia vital personal llegue a conclusiones similares a las que se defienden desde el decrecimiento», reflexiona Taibo.

Y es que, como subraya Bárcena, «puede juntar a mucha gente que padece lo mismo, movimientos sociales muy diversos que van encontrando un camino convergente» y destaca la virtualidad de recoger «las reivindicaciones del movimiento feminista, sobre todo en el tema de los cuidados y el papel de las mujeres en la producción y reproducción, y sirve para que muchos movimientos se den cuenta de la reivindicación histórica del ecologismo y para que algunos sindicalistas se planteen que no se puede producir cualquier cosa ni en cualquier sitio, suma también demandas del movimiento indígena, del movimiento antiglobalización, etc.». Eso sí, para muchos como Martínez es necesario subrayar el «elemento anticapitalista» para evitar un discurso del consumo responsable ‘cojo’, esto es, «que insiste en la cuestión del consumo de los ciudadanos sin analizar el aspecto de la producción en la cual los ciudadanos no tenemos nada que decir». Por ello, Taibo subraya la necesidad de que esta transformación de la sociedad conforme a reglas distintas implique «todo el acervo de las críticas de siempre al capitalismo, dándolas teóricamente por buenas y agregando la filosofía decrecentista».

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-revolucion-cultural-del-menos.html