La exitosa ofensiva conservadora de Estados Unidos en América Latina y el Caribe, tiende a ocultar el fracaso de su política en otras regiones del planeta. En semanas anteriores, hemos hablado acerca de las dificultades que han emergido tras los graves problemas que enfrenta su economía desde hace cuatro décadas, y en fechas más recientes […]
La exitosa ofensiva conservadora de Estados Unidos en América Latina y el Caribe, tiende a ocultar el fracaso de su política en otras regiones del planeta. En semanas anteriores, hemos hablado acerca de las dificultades que han emergido tras los graves problemas que enfrenta su economía desde hace cuatro décadas, y en fechas más recientes de los apuros que encara para resolver la confrontación que ha iniciado contra China, los cuales en su devenir van a causar mayor cantidad de problemas a los ciudadanos estadounidenses que a los del país que pretende ser afectado.
En esta ocasión, intentaremos hacer una revisión de los acontecimientos más inmediatos acaecidos en el Medio Oriente, el norte de África y las regiones occidentales de Asia Central, conformados por una mayoría de países árabes y musulmanes, donde Estados Unidos tampoco ha logrado imponer exitosamente su expediente criminal
Si nos atenemos a que cualquier política y cualquier guerra -que conceptualmente es la continuación de la política- se trazan en función del logro de objetivos estratégicos, se tendrá que concluir necesariamente que Estados Unidos ha fracasado estrepitosamente en la consecución de los mismos.
Las invasiones a Afganistán e Irak y las amenazas contra Irán han sido expresión de frustraciones y reveses toda vez que los objetivos no fueron cumplidos: la revolución islámica continúa en el poder teniendo incluso los aprestos suficientes para apuntalar el establecimiento de un gobierno aliado en Bagdad, tras la salida de Estados Unidos de Irak.
En el caso de Afganistán, después de 18 años de guerra, 3 presidentes, 3.564 muertos de de la coalición creada para combatir al talibán (entre ellos 2.428 del país norteamericano) y 20.467 heridos, además de 841 mil millones de dólares gastados desde 2001 hasta 2018 según cifras aportadas por el analista del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, Anthony Cordesman, Estados Unidos no pudo ganar la guerra y hoy se ha visto obligado a negociar con sus enemigos el fin del conflicto. Vale decir, que, desde otra perspectiva, Neta Crawford, codirectora del Proyecto «Costo de Guerras» de la Universidad Brown en Rhode Island, ha calculado que el gasto total en esta guerra ha sido de aproximadamente dos billones de dólares.
Ante el «peligro» que significaría para su política la continuidad de las negociaciones que el Talibán y el gobierno afgano han estado realizando bajo auspicio de Rusia, tomando en cuenta que alrededor del 60% de las fracciones del talibán han establecido una buena relación con Irán y que esta organización ha instalado una Oficina en Doha, capital de Catar, Estados Unidos se ha visto obligado a cambiar el curso de las negociaciones, imponer sus propios planes para no verse apartado de una solución que podría dejar sus intereses al margen del futuro del país.
Por otra parte, la larga intervención de Estados Unidos no ha logrado proporcionar mayor seguridad a sus aliados en la región, Israel en primer lugar, por el contrario las fuerzas que no toleran la hegemonía estadounidense se han incrementado toda vez que ha crecido la resistencia palestina y Hezbollah es hoy más fuerte al haber aumentado su capacidad militar tras la experiencia de su participación en la guerra en Siria y el mejoramiento de su potencial combativo con la adquisición de moderno material de guerra que ha transformado a la organización libanesa en una potencia militar regional en la frontera norte de Israel.
A todo esto se suma el fiasco de la participación de las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia norteamericanas en Siria, el objetivo principal: el derrocamiento del presidente Bashar el-Assad no fue logrado y con ello fue imposible instalar un gobierno pro-occidental en el país a través del cual se proponían obtener aprobación para construir oleoductos desde el Gofo Pérsico hasta el Mediterráneo a fin de llevar petróleo y gas a Europa a través de Irak, Siria y Turquía con lo cual se buscaba obtener mejores precios y competir con el gas de Rusia que teniendo costos más bajos resulta más beneficioso desde el punto de vista comercial para los países del Viejo Continente. Esto obligó a Rusia a asumir una participación más efectiva en el conflicto, lo cual derivó en la derrota del terrorismo y su expulsión casi absoluta del territorio sirio.
En términos geopolíticos, esto encauzó una mayor presencia de Rusia en el mar Mediterráneo, la cual se manifiesta en términos militares en los acuerdos de fortalecimiento de sus fuerzas armadas en territorio de Siria y con los grandes proyectos de cooperación en materia energética, tras el descubrimiento de importantes reservas de petróleo en las costas de Siria, Líbano, Israel y Palestina.
En el plano energético se debe entender también el incremento de la tensión en las rutas marítimas a través de las cuales se transporta el petróleo y sobre todo en los sensibles estrechos de Bab el Mandeb y Ormuz, en los que Estados Unidos tampoco ha podido lograr la hegemonía para controlar dichas áreas, estratégicas para la región y para el mundo.
En el primer caso, Arabia Saudí que creó una coalición para desatar una guerra contra Yemen con el auspicio y apoyo de Estados Unidos y Europa, ha malogrado su esfuerzo sin conseguir éxitos ostensibles, al contrario, la alianza se está extinguiendo después de la deserción de los Emiratos Árabes Unidos, tras los sensibles golpes recibidos de parte de las fuerzas armadas yemeníes en cooperación con el movimiento Ansarolá. La alianza se ha debilitado a tal punto que Arabia Saudiita se ha quedado sola con socios menores que no aportan mucho en términos militares. Los ataques yemeníes al territorio saudí han ido creciendo a partir de su capacidad para producir drones y misiles balísticos que golpean en la retaguardia de las fuerzas armadas de la monarquía wahabita, en la profundidad de su territorio.
Por su parte, el estrecho de Ormuz y el Golfo Pérsico están bajo control iraní como lo demuestra el derribo por parte de sus fuerzas antiaéreas de un dron estadounidense que había violado el espacio aéreo de la nación persa. La incapacidad de Estados Unidos de responder a esta acción que podría traer represalias de incalculables costos políticos, militares y económicos si Irán atacaba a Arabia Saudí (en particular su zona de mayor producción petrolera ubicada en el este del país y en las cercanías de Irán), a Israel e incluso a la 5ta. Flota de de las fuerzas navales estadounidenses basificada en Bahréin, obligó al presidente Trump a limitarse a amenazas, tras el cálculo de pérdidas y las implicaciones estratégicas que podría ocasionar un ataque directo a Irán.
La consecuencia directa más inmediata es que los aliados de Estados Unidos en la región comienzan a percibir que el «hermano mayor» ya no puede garantizar su seguridad. Esto marca una diferencia sustancial con el pasado si se considera que antes, Estados Unidos utilizaba al Estado sionista y a las monarquías petroleras árabes para castigar a sus enemigos en la región, mientras que hoy debe preocuparse de la seguridad de estos regímenes dado el cambio sustancial en la correlación de fuerzas. En el momento en que esto ha empezado a ponerse en entredicho, se manifiesta otro aspecto de la decadencia occidental en la región.
Todo esto, sin considerar los avances medulares que ha significado para estos países la llegada del proyecto estratégico chino del «Cinturón y la Ruta de la Seda» que ha establecido un contacto directo de la gran potencia asiática con Pakistán e Irán. En una mirada estratégica, China ha logrado salida al mar Arábigo a través del puerto de Gwadar en Pakistán tras un acuerdo de largo alcance con este país. Así mismo, a través de la Ruta de la Seda, China ha podido firmar importantes acuerdos con Teherán que le va a permitir, además, tener acceso a Irak y al puerto de Latakia en el Mar Mediterráneo sirio extensible a El Líbano, utilizando para ello el proyecto ferroviario acordado este mes entre esos países y que Estados Unidos trata de impedir con todos los medios a su alcance.
La creciente presencia de Rusia y de China en la región aunado a las alianzas de estas potencias con Turquía, Irán, Siria y Líbano son expresión de un gran bloque heterogéneo basado en intereses comunes a pesar de las diferencias que tienen, sobre todo debe considerarse la particularidad que emana de la ubicación de este conglomerado en las fronteras de Israel, lo cual crea un contratiempo de dimensiones colosales para la política de Estados Unidos en la región.
¿Qué le queda a Estados Unidos en esta situación? Solo orientarse a la búsqueda de salir de este desastre de la mejor forma posible y con la menor cantidad de pérdidas, sabiendo que tras sí, deja menos regímenes aliados a su política y que Europa ha comenzado a aceptar que debe construir una política propia hacia esta región, alejada geográficamente de Estados Unidos, pero muy cercana a su territorio, a donde emigran los millones de desplazados por el conflicto, en esa medida han resistido el abandono norteamericano del Plan Conjunto de Acción Comprehensiva (JCPOA, por sus siglas en inglés) e incluso están evaluando la posibilidad de reabrir sus embajadas en Damasco a fin de ir normalizando las relaciones, de la misma manera que lo han hecho varios países de la Liga Árabe.
Finalmente, hay que decir que en el ámbito diplomático, Estados Unidos tampoco ha podido mostrar éxitos en la aplicación de su política, toda vez que tanto las iniciativas propias emprendidas como las de sus socios han terminado en absolutos fiascos.
Por una parte, la principal asociación de aliados de Estados Unidos en la región, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) se ha resquebrajado y ha perdido eficacia después del bloqueo económico que Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin aplicaron a Catar por su política de mantenerse equidistante en el conflicto que la monarquía wahabita ha entablado contra Irán. Catar ha defendido su derecho de establecer relaciones de forma soberana y ha reiterado su decisión de mantener vínculos con el país persa. Omán y Kuwait, también miembros del Consejo no se han plegado a las sanciones y han apostado por mejorar sus relaciones con Irán.
De la misma manera, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos están siendo acosados por su desastrosa participación en la guerra contra Yemen, que ha causado el peor desastre humanitario de la actualidad en el mundo.
A eso le se suma, el desprestigio de Riad y del príncipe heredero saudí, Muhammad bin Salman Al Saúd, que ha sido acusado de ordenar el asesinato y posterior desaparición del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de ese país en la ciudad turca de Estambul. En este caso, hasta el propio Senado de Estados Unidos se distanció del presidente Trump -que ha buscado evitar una condena a su importante aliado- y aprobó por unanimidad y de manera abierta, una resolución no vinculante en la que señala al príncipe como «responsable» del crimen.
En otro ámbito, hay que resaltar el estrepitoso chasco que ha significado el proyecto fallido del presidente Trump para construir un «Acuerdo del Siglo» con el objetivo de anular la causa palestina y favorecer a Israel, impidiendo al mismo tiempo el retorno de los refugiados a quienes se pretendía instalar en «una patria alternativa» en Jordania y la península egipcia de el Sinaí.
Para esto se realizó en Manama, capital de Bahréin una conferencia entre el 25 y el 27 de junio, que finalizó en con un descalabro absoluto, tal como fue previsto de forma casi unánime. La reacción del banquero sionista Jared Kushner, yerno de Trump y principal organizador del evento, fue insultar a los líderes y grupos palestinos a los que acusó de actuar a espaldas de su pueblo, sin tomar en cuenta las manifestaciones masivas en ambos territorios palestinos contra el «Acuerdo» y el rechazo de todos los dirigentes y organizaciones palestinas al mismo.
La realidad es que se trató de tomar decisiones sin consultar a los palestinos y a la opinión pública del mundo musulmán que, a pesar de sus contradicciones internas, en su gran mayoría sigue apoyando la causa palestina, pese a las maquinaciones de Washington y sus aliados en la región, entre otras razones porque Estados Unidos perdió su cualidad de mediador al apoyar irrestrictamente a Israel.
A este respecto, Abbas Daher, analista del diario libanés El Nashra cree que la conferencia de Manama fue planteada por Bahréin, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos como una oportunidad para lograr un acercamiento a Israel a costa de los intereses del pueblo palestino. A partir de ahora, estos tres regímenes y Estados Unidos han quedado al margen de opinar sobre la causa palestina, por el contrario, el protagonismo internacional de la misma ha quedado totalmente en manos del Eje de la Resistencia. Según este analista, «…esto será una verdadera calamidad para Riad, Abu Dhabi y compañía.
De la misma manera, otra iniciativa estadounidense se verificó, durante la cumbre de la Liga Árabe celebrada en Egipto en marzo de 2015, la cual intentó resucitar el proyecto de una fuerza militar árabe, para hacer respetar la soberanía y defender sus intereses, sin injerir en los asuntos internos de ningún Estado en medio de una situación de inestabilidad general de la región provocada por el accionar terrorista por un lado, la guerra en Yemen por el otro, así como la desarticulación de Libia y su transformación en Estado fallido y los intentos saudíes de hegemonizar la región.
La iniciativa que fue retomada y apoyada en primera instancia por Arabia Saudí y los países del Golfo Pérsico en 2017, se inscribía en el viejo proyecto de Estados Unidos de establecer una «OTAN árabe» contra Irán, pero estuvo condenada al fracaso desde un inicio dada la inexistencia de una política común entre estos países. El certificado de defunción de la misma fue firmado cuando Egipto, llamado a ser la principal fuerza dentro de la nueva coalición, informó que se retiraba y no participaría «debido a las dudas sobre la seriedad de la iniciativa y por el peligro que puede suponer un incremento de la tensión con Irán» según informaron las autoridades de El Cairo en el mes de abril de este año.
Estados Unidos, una vez más no logró imponer el consenso para que los países árabes consideraran a Irán un enemigo común, idea que solo está presente en Arabia Saudí y sus aliados menores del Golfo Pérsico, sumando con ello una nueva debacle a la ya naufragada política estadounidense en la región que no se ve por donde pueda ser reflotada.
Fuente: https://barometrolatinoamericano.blogspot.com/2019/07/requiem-para-un-fracaso-la-ruina-de-la.html