Nos estamos acabando el planeta Tierra. Eventos como la destrucción en Australia debido incendios que van de la mano con olas de calor no antes registradas o la posibilidad de que sean fuegos provocados por el hombre con el fin de sobre explotar la tierra, nos deben poner en perspectiva de que estamos cada día […]
Nos estamos acabando el planeta Tierra. Eventos como la destrucción en Australia debido incendios que van de la mano con olas de calor no antes registradas o la posibilidad de que sean fuegos provocados por el hombre con el fin de sobre explotar la tierra, nos deben poner en perspectiva de que estamos cada día más cerca del punto sin retorno…
Según la ONG Global Footprint Network, la humanidad cada año agota más pronto sus recursos naturales que debieran rendir para, al menos, los 365 días del ciclo terrestre; cada vez más pronto, el animal «racional» que somos como especie, consume toda el agua, la tierra, el aire limpio, los recursos naturales que ofrecía el planeta.
El llamado Día de la Sobrecapacidad (o del Sobregiro) de la Tierra, que se calcula desde 1986, llega así dos meses antes que hace 20 años, y cada año se adelanta en el calendario. En 1993, se produjo el 21 de octubre; en 2003, el 22 de septiembre; y en 2017 y 2018 el 2 de agosto y el 1 de agosto, respectivamente.
En 2019 se adelantó un tanto más, a lo que dicha ONG apuntó: «El hecho de que el día de la sobrecapacidad de la Tierra sea el 29 de julio significa que la humanidad utiliza actualmente los recursos ecológicos 1,75 veces más deprisa que la capacidad de regeneración de los ecosistemas».
La sobre explotación de la Tierra y el consumo de alimentos promovidos por el ser humano, como el caso de la ganadería, por lo que se dice, quemaron los bosques australianos para crear pastos de ganado, no es un tema nuevo. Muchos investigadores han teorizado sobre el tema, e incluso desde una visión primitivista. Tal es el caso del escritor irlandés Andrew Flood, quien explica que si el ser humano quisiera vivir sólo de lo que se genera naturalmente, tendría que desaparecer un 90 por ciento de la población mundial.
En su libro «Civilización, primitivismo y anarquismo», Flood expone el caso de Irlanda como punto de referencia, donde hay un aproximado de 5 millones de habitantes y él asegura, no existe el territorio suficiente para alimentarlos a todos; es decir, dicho país no puede ser autogestivo.
«Los cazadores-recolectores suelen vivir con una densidad de población de 1 habitante por 10 kilómetros cuadrados (la densidad de población actual de Irlanda es de alrededor de 500 habitantes por 10 kilómetros cuadrados). Aplicando este cálculo, el número de habitantes de Irlanda debería ser menor de 70 mil. Probablemente menos del 20 por ciento de Irlanda sea tierra cultivable», expone el investigador.
Y ante la sustentabilidad humana añade: «Siendo benévolos y asumiendo que Irlanda podría mantener a 70 mil cazadores-recolectores, resulta que necesitaríamos ‘eliminar’ unos 4 millones 930 mil habitantes. Es decir, el 98.6 por ciento de la población actual. La arqueología estima en 7 mil el número de habitantes de Irlanda antes de la llegada de la agricultura».
Luego entonces, explica Flood, este parámetro podría aplicarse también al planeta entero, en referencia al término «capacidad de carga», es decir, cuánto aporta un ser humano en su esfuerzo para obtener el alimento que necesita. Sin embargo, el modelo de producción actual implica que sólo unos cuántos trabajan para generar el alimento de territorios sobrepoblados cuyos recursos no alcanzan para satisfacer las necesidades, por lo que comienzan procesos de industrialización alimentaria y transportación, los cuales generan mayor contaminación.
Según el propio texto de Flood, la humanidad debería tener sólo 50 millones de habitantes recolectores y cazadores para ser autosustentable, y no los cerca de 7 mil 300 millones que somos actualmente, los cuales se espera crezcan para 2030 a 8 mil 500 millones.
Y todo esto es, en síntesis, parte de las consecuencias de ser una sociedad que adora la sobre producción y el consumo. En su libro «Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias», el sociólogo polaco Zymunt Bauman, pone como ejemplo de la enfermedad consumista de la humanidad la ciudad de Leonia, emanada del texto: «Las ciudades invisibles», de Italo Calvino. En él, se expone como los habitantes de dicha comunidad basan su pasión y felicidad en «gozar de las cosas nuevas y diferentes».
«La ciudad de Leonia se rechace a sí misma todos los días», dice Calvino, y explica que los pobladores, despertaban entre sábanas fescas cada día, se lavaban con jabones recién sacados del empaque, extraían del refrigerados más perfeccionado siempre latas sin abrir de alimentos, y escuchaban los últimos sonetos en sus radios nuevas. Sin embargo, «en las aceras, envueltos en tersas bolsas de plástico, los restos de la Leonia de ayer, esperan los carros de la basura. No sólo tubos de dentífrico aplastados, bombilla fundidas, periódicos, envases, materiales de embalaje, sino también calderas, enciclopedias, pianos, servicios de porcelana».
«Más que de las cosas que cada día se fabrican, venden, compran, la opulencia de Leonia se mide por las cosas que cada día se tiran, para ceder su lugar a las nuevas, tanto que uno se pregunta si la verdadera pasión de Leonia es en realidad, como dicen, gozar de las cosas nuevas y diferentes y no más bien expulsar, apartar, purgarse de una recurrente impureza».
Ahí entonces la gran crítica que hace Calvino a la sociedad actual, porque en efecto, como en Leonia, la gente de nuestra era no quiere saber nada de lo que pasa con sus desechos después de haberlos tirado, que se amontonan en algún lugar que no es secreto, pero que por vergüenza queremos negar.
¿Qué tan conscientes somos de la huella ecológica que dejan nuestras decisiones de súper mercado? El uso de instrumentos desechables, cambiar de teléfono o de auto sólo porque un año después sentimos que ya es viejo, dejar de usar ropa casi nueva para comprar la de temporada, tirar la mitad de una ensalada porque estamos satisfechos y no valorar que la tierra tardó cinco meses en crear un jitomate… Nos encanta consumir y no sabemos qué hay detrás de ello.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.