El altruismo no entiende de edades. Lo sabe bien el profesor emérito José Carlos García Fajardo, fundador de la ONG ‘Solidarios para el Desarrollo’. Una organización nacida en la Universidad con el objetivo de canalizar el espíritu generoso de cientos de jóvenes voluntarios, con proyectos dirigidos a personas mayores, discapacitados, internos en las cárceles o […]
El altruismo no entiende de edades. Lo sabe bien el profesor emérito José Carlos García Fajardo, fundador de la ONG ‘Solidarios para el Desarrollo’. Una organización nacida en la Universidad con el objetivo de canalizar el espíritu generoso de cientos de jóvenes voluntarios, con proyectos dirigidos a personas mayores, discapacitados, internos en las cárceles o gente que ni siquiera dispone de un techo bajo el que dormir. Hoy en GEA PHOTOWORDS hablamos con él de una apuesta personal por la solidaridad.
«Nadie sabe de lo que es capaz hasta que se pone a hacerlo», repite con pasión José Carlos García Fajardo . Quizás él nunca imaginó que llegaría hasta donde ha llegado. A sus setenta y cinco años, ya jubilado después de ejercer durante décadas como profesor de la Universidad Complutense de Madrid, dedica las sofocantes mañanas de agosto a revisar artículos, enviar cartas y poner al día sus recuerdos. Todos ellos con un denominador común: la desinteresada ayuda a quienes quedaron a un lado de la sociedad.
Con ese espíritu, animado por un pequeño grupo de estudiantes de la facultad de Ciencias de la Información con inquietudes sociales que trascendían lo académico, el profesor Fajardo fundó la organización ‘ Solidarios para el Desarrollo’ hace más de 25 años. Desde entonces, y con el apoyo de cientos de voluntarios, ha desarrollado programas de asistencia para diferentes colectivos.
Aunque, como recuerda Fajardo, «todo empezó en la cárcel», concretamente en el centro penitenciario de Segovia. Allí fue a parar un antiguo alumno del profesor «por uno de esos errores que cualquiera podemos cometer en un momento de nuestra vida», dice Fajardo. «Mi día libre aquí (señala el edificio de la facultad, que asoma entre las copas de los árboles) era el miércoles, y yo dedicaba cada semana a ir hasta Segovia para acompañar, primero a este chico, y luego se fueron sumando otros presos y también otros voluntarios que me acompañaban».
El proyecto fue creciendo y pasó a llamarse Aula de Cultura. Se organizaban conferencias, conciertos o talleres de teatro, y ya no sólo en la prisión de Segovia. Las cárceles de Valdemoro, Soto del Real, Sevilla o Texeiro, en A Coruña, se fueron sumando a la iniciativa. «Tú no ibas a hacerle ningún favor al preso», explica Fajardo, «¡era él quien te estaba acogiendo en su mundo!».
Mundos aislados, como hasta entonces era el ambiente penitenciario. O incluso más, como el entorno en el que tenían que resistir los enfermos de SIDA en la década de los ochenta, cuando la enfermedad era considerada una epidemia o, en el mejor de los casos, un tabú. También ‘Solidarios’ se encargó de visitar los hospitales y acompañar a los enfermos. «Los voluntarios no somos enviados, somos llamados. Nosotros recogemos a quien se cae, lo devolvemos hacia arriba y pasamos desapercibidos. De eso se trata».
POBLACIÓN DIANA
Fueron años difíciles, en los que cada pequeño avance significaba una profunda bocanada y cada momento de respiro, un nuevo impulso. De ahí nacieron, ya en los años noventa, nuevas líneas de asistencia social. La primera de ellas estaba enfocada a los propios alumnos universitarios que, por algún tipo de discapacidad física, no podían asistir a las clases. Era el Programa de Atención a Estudiantes Discapacitados (PAED), que aún mantiene plena vigencia. «Antes no venían y nosotros fuimos a buscarles a sus casas, a ofrecerles una posibilidad como a los demás», asegura Fajardo. «Esos chicos y chicas, voluntarios que se levantaban a las seis de la mañana para ir a recogerles, que les ayudaban a cambiarse la sonda en el baño, que les cortaban el filete de carne en la cafetería si ellos no podían… fue duro», rememora emocionado, «pero mereció la pena, las familias nos lo agradecían».
También las personas mayores que viven solas en las grandes ciudades, centraron la atención de la ONG. La idea inicial era que jóvenes estudiantes universitarios dedicasen un par de horas semanales a acompañar a estos mayores en cualquiera de sus actividades diarias: dar un paseo, hacer la compra, o simplemente ayudarles a preparar la merienda. «Nos empezamos a dar cuenta de cómo esas personas mayores se cuidaban más, se arreglaban, recogían la casa… porque sabían que el chico o la chica volvería en unos días a acompañarles de nuevo, y eso les hacía mantener la ilusión», asegura Fajardo.
Tal fue el éxito de aquellas primeras experiencias, que desde ‘Solidarios’ pensaron en ampliar esos acompañamientos a estancias permanentes. Y lo hicieron mediante la iniciativa Convive con Mayores. Se trataba de que los estudiantes que vinieran de otros lugares de España o del mundo tuvieran la posibilidad de residir con una de estas personas mayores, de manera gratuita y comprometiéndose a una convivencia intergeneracional, activa y solidaria. «Es algo más complejo incluso que nuestros comienzos en las cárceles», advierte Fajardo, «porque aquí hace falta un trabajo de selección, entrevistas con los chicos y las personas mayores, un seguimiento constante…»
Por eso ahora buscan nuevas vías de financiación con las que mantener y potenciar el proyecto, para conseguir que un centenar de personas mayores que viven solas puedan recibir el apoyo y la compañía permanente de otros cien estudiantes universitarios.
Y además de todo lo anterior, están las calles. Las calles de una ciudad como Madrid, donde viven, comen y duermen cada día unas 6.000 personas según datos de Cáritas. Desde 1995, voluntarios de ‘Solidarios’ recorren la noche madrileña -y también la de otras ciudades como Barcelona, Murcia o Granada- ofreciendo una taza de café, un bocadillo y un poco de conversación a quien lo necesite.
Pero eso sí, advierte el profesor Fajardo, «nosotros no estamos aquí para decirle al borracho que deje de beber o para enviar a un albergue a alguien que prefiere estar en la calle, ¿qué derecho tenemos nosotros a hacer algo así?», se pregunta. Lo que sí les entregan es una pequeña guía de recursos sociales como esta, por si quieren hacer uso de ella. De nuevo, echar una mano y pasar desapercibidos.
Sin embargo, España no es el único país donde ha estado presente ‘Solidarios’. Del año sabático del profesor Fajardo por «más de veinte países» del África subsahariana surgieron -además del libro ‘ Encenderé un fuego para ti’ – nuevos planes e ideas renovadas para poner en marcha. Por ejemplo, la creación de centros de medicina preventiva en diferentes universidades africanas o la construcción de un «Puente Solidario» a través del cual, y hasta 2003, la organización envió toneladas de medicamentos a hospitales de países del Sur.
«Pero también enviamos miles de libros a las Universidades Populares y Escuelas Normales de América Latina», recuerda Fajardo, que ahora dedica la mayor parte de su tiempo (incluidas las calurosas mañanas de verano) a coordinar el Centro de Colaboraciones Solidarias , una red de comunicación que cada semana envía varios artículos de producción propia a centenares de medios latinoamericanos o departamentos universitarios de Estados Unidos y Canadá, y que además organiza, cada año, un taller de periodismo solidario.
Fajardo, un hombre para quien la solidaridad no tiene edad de jubilación. «Soy feliz. Hago lo que me gusta, hago lo que quiero… pero lo más importante, es que quiero lo que hago». Y se nota.
Borja González Andrés es estudiante de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido redactor en la Cadena SER y actualmente trabaja para la agencia Reuters.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.