A la izquierda latinoamericana, especialmente a sus núcleos intelectuales, les ha costado mucho empezar a comprender el fenómeno de Hugo Chávez en Venezuela. La razón no es sólo la complejidad del proceso seguido por el comandante que de golpista se convirtió en candidato contra los partidos tradicionales y de ahí en revolucionario, amigo de Castro […]
A la izquierda latinoamericana, especialmente a sus núcleos intelectuales, les ha costado mucho empezar a comprender el fenómeno de Hugo Chávez en Venezuela. La razón no es sólo la complejidad del proceso seguido por el comandante que de golpista se convirtió en candidato contra los partidos tradicionales y de ahí en revolucionario, amigo de Castro y adversario de primer orden de los ultraconservadores que hoy dominan la Casa Blanca. El problema también es el de la evolución de la propia izquierda, que en línea general se desplazaba hacia el centro, buscando asimilar el globalismo y la noción de que sólo con una política de no confrontación era posible llegar a ser gobierno. Entonces, el chavismo tenía que sonar disonante, extraviado, de mal gusto. Por eso ha pasado tanto tiempo sin una definición categórica. Y ha habido tantos ensayos sobre el caudillismo, autoritarismo, corporativismo y champú ideológico del venezolano, que algunos han empezado a revisar curiosamente recién después que comprobaron que los intentos de Estados Unidos y la derecha por renunciarlo, a través de un referéndum, resultaron infructuosos.
Si quisiéramos tomar demasiado en serio la ideología del movimiento de Chávez, tendríamos serios dilemas. En primer lugar porque ha ido modificándose a través del tiempo y sería una perfecta tontería de nuestra parte pedirle que salga armada de los cuarteles o peor aún que aparezca reconociendo en los de la izquierda que teníamos la razón, pero no nos funcionaba lo que íbamos haciendo. Toda la experiencia del nacionalismo latinoamericano, en su versión civil o militar, es el de una profunda lucha de ideas para saber dónde llevar a nuestros países. Fidel Castro mismo es un caso de la forma como un movimiento nacionalista radical se convierte en revolucionario. El APRA es todo lo contrario. La misma izquierda de la que somos herederos, tiene su origen en los movimientos nacionalistas y modernizantes que tuvieron auge a finales de los 50 y comienzos de los 60. Sus alas juveniles se radicalizaron y rompieron, mientras los militares que empujaron a Belaúnde a gobernar para que cumpliera sus ofertas de reforma, lo terminaron sustituyendo y haciendo ellos mismos la experiencia de las nacionalizaciones a través de Velasco.
La izquierda cometió muchos errores en el trato con el gobierno de Velasco. Sin embargo por esas cosas que tiene la historia, en particular por el coraje de sus dirigentes y militantes en la etapa del gobierno de Morales Bermúdez, concluyó convertida en su heredera de oficio, recogiendo la bandera de la resistencia a la contrarreforma y el conjunto de las organizaciones sociales construidas o fortalecidas en ese período. Por supuesto que no olvido aquí que Velasco encarnó un régimen autoritario, que tomó duras medidas represivas contra la izquierda y la derecha a la vez en función a su sobrevivencia (yo estuve preso para que aprendiera a no ser comunista), y limitó la participación popular de muchas maneras, por ejemplo con los comités que controlaban las empresas agrarias asociativas. Pero sin embargo fue un gobierno digno frente a la presión del imperio, progresivo en muchas de sus medidas económicas y sociales, y representó un factor de incorporación de muchísimos sectores de la población a la vida política, en el agro, la industria, los barrios, etc. Esto fue intensamente democratizador, aunque se diera por fuera de todos los preceptos de la democracia formal que conocemos. Estoy convencido que cuanto camine la historia se verá mejor el valor de instante de la vida nacional.
La relación izquierda nacionalismo es un problema que quedó pendiente de la forma como se cerró la década de los90 y se ingresó nuevamente a la democracia de las elecciones. Como si ya no fuera a volver a ocurrir que sectores de la sociedad trataran de expresar un proyecto nacionalista, muchos izquierdistas creyeron que lo que único que había que resolver era su nueva filiación como demócratas. La política cambió bruscamente de parámetros: de un lado la derecha antinacional, pero democrática, en el sentido que presentaba candidatos en las elecciones, aunque promoviera los comandos políticos militares, estados de emergencia y los asesinatos de sus adversarios; el centro (APRA) coqueteando a la izquierda para lograr votos y gobernando como la derecha, y también demócrata, pero con paramilitares; y la izquierda que iba desertando de sus posiciones más radicales, para poder ser creíble como demócrata, imaginando que así llegaría alguna vez al gobierno, aunque a lo que llegamos fue a una división catastrófica.
En los 90 el Perú neoliberal se movía en un vacío de alternativas. Todos los partidos, los que apoyaban a Fujimori y los que se le oponían, que intentaron un gobierno paralelo después del golpe del 92, y una candidatura de lujo (Pérez de Cuellar) contra la primera reelección, asumían que no era el tiempo para programas alternativos. Que todo era cosa de estilos y formas de gobierno. En economía: el modelo neoliberal; en materia antiterrorista: el modelo Montesinos; en constitucionalidad: la carta de Fujimori de 1993. En la izquierda el programa más avanzado era el de los que nos oponíamos a las privatizaciones y tratamos de impulsar la defensa de Petroperú y otras parte del patrimonio público, siempre a la defensiva; mientras que para otros sectores la fórmula ideal era ser socios de la derecha democrática reclamando programas sociales de complemento a la reforma y el ajuste considerados inevitables.
Con este país llegamos a la crisis del año 2000, a los Cuatro Suyos, a la rebelión del pueblo de Lima y la fuga de Toledo para que no le chantaran los muertos del Banco de la Nación, a la instalación precaria del tercer gobierno de Fujimori, el destape del video Kuori-Montesinos como expresión de la descomposición general del régimen, la mesa del entrampamiento de la OEA, el levantamiento de los Humala en Tacna, la aparición de las cuentas del Doc., en Suiza y la fuga del dictador. Ese fue el punto de partida de lo que se llamó sin mucha fortuna «transición democrática», y que era la tercera transición en veinte años que producía nuestra inestable vivencia política. ¿Qué papel iban a jugar las reivindicaciones económicas y nacionales, en el contexto del intento de desmontaje del viejo régimen y de estructuración de un sistema que debería haber encarnado las esperanzas de cambio que se expresaron tan fuertemente durante la crisis? Cada uno tenía su propia opinión. Muchos pensaban que la caída del chino era el comienzo de la derrota del neoliberalismo y un giro hacia mayores decisiones nacionales. Otros, creían más bien que era el momento para hacer las reformas que le faltaron a Fujimori por exceso de populismo en los últimos años de su gobierno. De eso acusó Toledo a Lourdes Flores durante la campaña y luego trajo a Kuczynski para que lo aplicara durante su gobierno, con los resultados lamentables que conocemos.
En la izquierda había los que apreciaron a Toledo como el centro que andaban buscando para asociarse y con toda franqueza declararon que no le iban a pedir que no fuera neoliberal, porque: ¿cuándo alguien ha dicho que el centro no es neoliberal? Para eso es centro. Este fue el paraguas para poner su cuota de personajes prestados al gobierno para el menjunje del gabinete de todas las sangres. Otros sectores se mantuvieron por fuera de esta experiencia, tratando que de alguna forma pudiese revivirse un espacio como el de la izquierda electoral de los 80, con los liderazgos más envejecidos, las ideas un poco más oxidadas y una notoria falta de novedad que fuese capaz de entusiasmar a las masas y en especial a la juventud. Las crisis de Toledo, que lo acompañan desde sus primeros día, han puesto a prueba a la izquierda. Los que optaron por la colaboración con el gobierno ya han sido prácticamente expulsados en su totalidad, y su lectura actual es que hubo un toledismo mientras ellos estaban y ahora hay otro que se ha perdido de sus calificaciones técnicas, que siguen ofertándose en el mercado político. Los que se impusieron inscribirse para después hablar, siguen tratando de lograrlo y casi no tienen presencia en los acontecimientos nacionales. Los que fueron por el terreno de la oposición sindical, han tenido existencia durante las huelgas, y han tenido que soportar nuevas disputas orgánicas para no ser desalojados de sus puestos.
En el 2001, los hermanos Humala son finalmente amnistiados ante la obvia evidencia que se estaba castigando en ellos la insubordinación al gobierno ilegítimo de Fujimori y a su corrupta cúpula militar. Una vez en política activa, Antauro Humala se lanza a sacar un periódico que busca apropiarse del flanco izquierdo del escenario y confrontar duramente con el gobierno de Toledo que caía estrepitosamente en la aceptación popular. Con una caracterización del establecimiento político como una conjunción de pequeños intereses particulares y grandes corrupciones, que se resiste a cualquier cambio. Con propuestas económicas que cuestionaban el privilegio transnacional que impera en el país y la ausencia de políticas de protección de la producción interna. Con un discurso de sanción que buscaba claramente alarmar a la clase dominante y suscitar aplausos en el bajo pueblo. Con una estructura armada con la participación de los reservistas, licenciados de las fuerzas armadas que carecen
de espacios de reinserción dentro del sistema.
El nacionalismo militar estaba de vuelta. ¿En disputa con la izquierda?, claro que sí; ¿armando su propia propuesta para captar un sector del país?, obviamente que sí; ¿combinando ideas progresivas con otras equivocadas y hasta reaccionarias, que no sabemos hasta dónde van a marcar su historia?; también es verdad. Mientras unos buscaban un centro más bien ilusorio y ellos mismos se hacían centristas, emergía una fuerza competitiva que polarizaba en el escenario político. Algunos pensamos esta era una corriente con futuro, que incorporaba nuevos actores y que tenía suficientes elementos de progresividad como para dar una batalla por entenderse en el terreno de la defensa del los intereses populares. Para la izquierda progobierno eran provocadores. Para la izquierda proinscripción no existían, porque estaban ocupados en otra cosa. Para la izquierda de los gremios se convirtieron en un aparato fastidioso que invadía las marchas y trataba de imponer hegemonía. En fin, si la izquierda tiene tantos motivos para dividirse en innumerables pedazos, qué iba a querer cerca a un competidor que venía de fuera, con ademanes de tenerlo todo resuelto.
Para los que hemos mantenido diálogo con el llamado etnocacerismo la experiencia ha sido difícil. En varios momentos hemos discrepado duramente, con la peculiaridad que nosotros no lo hemos hecho para tachar al otro con un anatema y ponernos lo más lejos posible. Hemos tenido diferencias serias en el asunto precisamente de la caracterización de la izquierda, en la ausencia de políticas de alianzas (sectarismo), en el asunto del antichilenismo, en los anuncios de fusilamientos para resolver todos los problemas, etc. Pero no nos equivocamos en decir que se trataba de una fuerza enfilada a representar a sectores populares. De hecho, Humala ha comprendido que su mejor referente es el velasquismo que ahora reivindican con mucho mayor fuerza. Pero eso ha sido parte de una evolución que se ha reflejado en cambios en su programa y en la plataforma de Andahuaylas. Pero la izquierda no ha querido ver, no le ha interesado ver. Todo izquierdista que se respete- especialmente los intelectuales, que hablan en la tele o son entrevistados por los diarios-, tiene su batería de citas sobre que el humalismo quiere robarse a nuestros hijos, hacernos comer cañihua todos los días y meternos en un cuartel nacional para hacernos marchar todo el día. Con ellos ni a la esquina. Tan ni a la esquina, que muy poco a importado la suerte del grupo que estaba en la comisaría cuando había altas probabilidades de que fueran enfrentados con la fuerza. Durante la masacre de los penales, parlamentarios de izquierda intentaron detener el exterminio a los internos senderistas. Aquí, en cambio, la tónica fue: éstos se la buscaron, que asuman las consecuencias.
¿Qué es lo que tanto irrita en Humala que hace que algunos puedan pensar que mejor fuera si desaparecen? Me parece que no es la competencia abajo. Tal vez eso haya ocurrido en algún momento durante la huelga cocalera y algunas movilizaciones en el sur. Es porque los medios tomaron a Antauro como un vocero de la radicalidad antitoledista que ponía a la izquierda en compromiso. Tanto esfuerzo por exorcizar el violentismo que marca el izquierdismo originario; por ser demócratas verdaderos, pero sociales, pero más demócratas que sociales; por ir ganando espacios institucionales e irse institucionalizando; y llegan estos pendencieros a mostrar que todo espacio vacío se llena. Creo que en Humala la izquierda cree estar salvando la deuda que le imputa la derecha, de que no delimitó lo suficiente y lo oportunamente que era necesario con Sendero. La propia tesis de que son una tira de locos, payasos y suicidas, abona a dejarlos que se vayan solos al abismo, y a contribuir al gran bloque de la democracia. Lo malo es que el pueblo no apoya este camino.
Algunos creen que es necesario añadirle historia y teoría a toda estas perspectiva. Los pragmáticos dirán que es una pérdida de tiempo. Pero de todos modos hay los que han encontrado la caracterización que explica porqué nos estamos peleando con Humala, cuando Humala se está peleando con el gobierno. El fascismo. Hay alguien que ve las camisas negras de los reservistas y se le ocurre que están tirando para pardo y que la transición de Toledo es el equivalente a la república de Weimar. La analogía, como siempre, es altamente riesgosa. No importa. Los seguidores de Humala son ex soldados como los de Hitler. Uno es mayor dado de baja el otro fue ex sargento. Weimar era una democracia con una constitución avanzada, aquí elegimos al presidente y los parlamentarios. Debe ser casi lo mismo.
En Alemania el gran capital financió la organización contrarrevolucionaria para que destruyera los sindicatos y los locales de los partidos, aquí el gran capital se muere de miedo de ver a sus ex defensores heridos porque después de usarlos los dejaron al abandono. Como dos gotas de agua. El fascismo es la fuerza de choque del gran capital explicaba Mariátegui, ¿se aplica eso al etnocacerismo de los hermanos Humala? Claro, con la palabra fascismo pasa lo de siempre que significa tantas cosas que uno termina por confundirse. Bush es tan fascista que su régimen es ahora señalado como el Cuarto Reich. Pero Hussein también era fascista. A Chávez también lo han fascistizado, pero por no hacer lo de Chávez (girar a la izquierda) a Lucio Gutiérrez le dice facho en el Ecuador. Fascista fue Velasco para Sendero Luminoso. Y muchos subrayan los rasgos fascistas del APRA y los aires de nuevo fuhrer que adopta Alan García. O sea que la definición es clarísima.
Pero vamos al fondo del asunto: ¿es verdad que los Humala nos regimentarán como si todos fuésemos sus soldados? No veo en que se sostiene una suposición de ese tipo. Y si fuera su último objetivo, cómo lograrían imponerlo a los peruanos. Pero el problema del Perú no es esta amenaza hipotética, sino unir fuerzas para cambiar el curso de descomposición de la transición fallida y permitir precisamente que las masas participen, logres protagonismo político que ahora no tienen.
La crisis de Andahuaylas es un extraordinario ejemplo: mientras los humalistas apelaron a la gente y se movieron dentro de ellas, tratando de representarlas; el Estado respondió con puras fuerzas de represión, sin convocar a la población a la defensa democrática. Al pueblo se le llamaba a desalojar en Andahuaylas y a espectar en el resto del país. Ferrero decía: sépanlo bien que tenemos suficientes fuerzas policiales y materiales para tomar la comisaría. No tenía nada más. Y los partidos marchaban detrás de esa posición, porque tampoco creen en la participación en las horas decisivas.
¿Humala podría llegar a ser un fascista? No lo sé. No lo creo. Además hay un montón de grados de eventual desviación que puede sufrir su organización y cualquier otro sector político. Pero no estamos para hacer predicciones sino para definir una política. Y de manera clara y responsable. Los que no quieran ver lo que ha pasado que no lo hagan. Las masas no son tan despistadas como creen. El año nuevo del 2005 ha reactualizado el tema de si iremos hasta el final del mandato de Toledo, con el aparato de la dictadura en funciones y con cada vez mayor número de administradores fujimoristas gerenciando el poder, con los partidos metidos en un pacto de sucesión que es el de las mutuas impunidades. Y con los grandes intereses económicos rotándose las manos por la nueva ola de privatizaciones que está lista, el TLC y otras francachelas; o si se retoma y profundiza la resistencia a todo este esquema. Tengo la convicción que lo que ha ocurrido entona la lucha. Lo veremos en las próximas semanas y meses.