Luego de escribir sobre los «delirantes» que con regularidad se aparecen en conferencias para afirmar que el presidente Bush/la CIA/el Mossad/etc perpetraron los crímenes de lesa humanidad del 11 de septiembre de 2001, recibí una carta esta semana: de Marion Irving, quien teme que miembros de su familia pudieran estar en riesgo de convertirse en […]
La carta de la señora Irvine se refería al ataque terrorista a un avión en Lockerbie, Escocia, en el que perecieron 270 personas, y yo, al igual que ella, creo que hay muchos ángulos oscuros y siniestros en esa atrocidad. No estoy tan seguro de que la CIA no haya escenificado un falso robo de drogas a bordo y tampoco de que el diminuto agente libio Megrahi -finalmente condenado con la memoria de un sastre maltés como prueba- haya en verdad arreglado que se plantara la bomba a bordo del vuelo 103 de Pan Am en diciembre de 1988.
Pero tomo doblemente en serio la carta de la señora Irvine porque su hermano, Bill Cadman, estaba a bordo del 103 y murió esa noche en Lockerbie, hace 19 años. Era ingeniero de sonido en Londres y París y viajaba con su novia Sophie -quien, desde luego, también pereció- para pasar la Navidad con la tía de ella en Estados Unidos. Nada, por tanto, podría ser más elocuente que la carta de la señora Irving, de la cual debo tomar unas citas. Ella tiene serias dudas, dice, de que Libia haya participado en el ataque.
«Desde los primeros días de diciembre de 1988 -escribe-, hemos sentido que nos han ocultado algo… la llamada de advertencia de (la embajada de Estados Unidos en) Helsinki a la que no se le hizo caso, la presencia de la CIA en suelo escocés antes de que propiamente empezara el trabajo de identificar cadáveres, la conducta de Teflón de ministros y del gobierno: todo contribuyó a una profunda sensación de inquietud.
«Esta sensación llegó a un punto culminante cuando un miembro de la Comisión Presidencial Estadunidense sobre Terrorismo y Seguridad de la Aviación le dijo a mi padre que nuestro gobierno sabía lo que ocurrió, pero que la verdad no se sabría. En ausencia de la verdad, el peor escenario -que se sacrificaron vidas en expiación por las vidas iraníes perdidas en junio de 1988- cobra cierto grado de credibilidad. El avión fue derribado en los peligrosos momentos finales de la presidencia de Ronald Reagan.»
Debo explicar aquí que las vidas iraníes a las que se refiere la señora Irvine son las de pasajeros de esa nación en un vuelo civil de Airbus que fue derribado sobre el golfo Pérsico por un buque de guerra estadunidense pocos meses antes de Lockerbie, y antes de que la guerra de ocho años entre Irán e Irak llegara a su fin.
El barco estadunidense Vincennes -apodado Robocrucero por los tripulantes de otros navíos de ese país- lanzó sus misiles al Airbus porque lo tomó por un jet de la fuerza aérea iraní que venía en picada. No lo era, y además iba remontando el vuelo, pero Reagan, después de unas cuantas disculpas de trámite, culpó a Irán de la matanza por haber rechazado un cese del fuego solicitado por la ONU en la guerra contra Irak, en la cual nosotros apoyábamos a nuestro viejo amigo Saddan Hussein (¡sí, el mismo!)
La Armada estadunidense condecoró -el cielo nos asista- al capitán del Vincennes y a sus artilleros. Semanas más tarde, el jefe del comando general del Frente Popular para la Liberación de Palestina -agrupación palestina pro iraní radicada en Líbano- convocó a una repentina conferencia de prensa en Beirut para negar ante los asombrados reporteros que tuviera alguna relación con el atentado en Lockerbie.
¿Por qué? ¿Alguien lo había delatado? ¿Fue Irán? Fue tiempo después de eso cuando las conocidas «fuentes oficiales» que en un principio habían apuntado a Irán comenzaron a culpar a Libia. Por entonces necesitábamos el apoyo de Siria, aliada de Irán, y de la aquiescencia iraní para liberar a Kuwait después de la invasión ordenada por Saddam Hussein en 1990. En lo personal, siempre creí que Lockerbie fue la venganza por la destrucción del Airbus -la extraña conferencia del FPLP avalaba esa creencia-, lo cual da sentido a la valerosa carta de la señora Irvine.
En la misiva relata que sus padres, Martin y Rita Cadman, tuvieron incontables reuniones con miembros del Parlamento británico, como Tam Dalyell y Henry Bellingham, Cecil Parkinson, Robin Cook y Tony Blair, y con Nelson Mandela (cuya petición de que Megrahi fuese transferido a una prisión en Libia fue apoyada por los Cadman).
En una contundente oración, la señora Irvine añade que sus padres «están envejeciendo y, en su ansiedad de que vayan a morir sin que nadie haya asumido verdadera responsabilidad por la muerte de su hijo, tienen miedo de perder la perspectiva y sentir que se están volviendo ‘delirantes’. La guerra (de 1980-88) en Irak significó que no se aprendió ninguna lección y, como mi hermano estaba en ese avión, ahora todos tenemos un mayor sentido de responsabilidad ante la situación mundial».
Y entonces llega al meollo del asunto. «¿Qué podemos hacer? Ahora que mi padre es mayor nos corresponde a nosotros, la siguiente generación, atenazar al gobierno, pero, ¿hay esperanza? Le escribo para preguntarle si cree que haya alguna acción razonable que podamos realizar con alguna probabilidad de éxito… Negarse a entender y a aceptar el pasado es peligroso para el futuro». Yo no lo habría expresado mejor, y sí tengo una idea muy directa. Si se dijeron mentiras oficiales sobre Lockerbie -si hubo una jugada sucia encubierta por los gobiernos británico y estadunidense y si los encargados de nuestra seguridad dijeron mentiras-, entonces muchas personas con autoridad saben de ello.
Llamo a todos los que sepan de alguna mentira semejante a que me escriban (por correo ordinario o mensajería personal) a The Independent. Pueden dirigir sus cartas a la señora Irvine en un sobre que venga a mi nombre. En otras palabras, es un llamado a servidores públicos honestos a que revelen la verdad. Ya escucho los murmullos de los chicos de azul. ¿Acaso estamos alentando a servidores civiles a que violen la Ley de Secretos Oficiales? Desde luego que no. Si se dijeron mentiras, los funcionarios deben hacérnoslo saber, pues en tal caso dicha ley se habría utilizado en forma vergonzosa para imponerles silencio. Si lo que aflora es la verdad, nadie habrá violado ley alguna.
Así pues, espero noticias. Los delirantes pueden abstenerse. Pero los que saben verdades que no pueden decirse pueden tener el honor de revelarlas. Es lo menos que merecen Martin y Rita Cadman y la señora Irvine… así como Bill y Sophie. Y si algunos alguaciles se ve tentados a amenazarme a mí o a la señora Irvine en esta demanda de la verdad, pues que se vayan al diablo.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya