Las recientes operaciones militares de la ONU en Cite Soleil revelan una estrategia soterrada que se basa en una serie de falsos supuestos que vienen siendo propagados por los responsables políticos de la administración Bush a través de la embajada de los Estados Unidos en Haití. El argumento para tal estrategia es el siguiente: 1. […]
Las recientes operaciones militares de la ONU en Cite Soleil revelan una estrategia soterrada que se basa en una serie de falsos supuestos que vienen siendo propagados por los responsables políticos de la administración Bush a través de la embajada de los Estados Unidos en Haití. El argumento para tal estrategia es el siguiente:
1. Aristide fomentó y armó a redes de pandillas con el fin de hostigar a la oposición y mantenerse en el poder.
2. Lo que tenemos ahora son los restos de esas mismas pandillas que controlan el mayor barrio de chabolas de Haití, y que siguen recibiendo apoyo de Aristide.
3. Esas pandillas están por detrás de las grandes manifestaciones que siguen llevándose a cabo en apoyo a Aristide y a su movimiento Lavalas.
4. Si las pandillas fuesen expulsadas, las manifestaciones cesarían.
Los generales brasileños, que lideran la campaña militar de la ONU en Haití, han combinado esta estrategia con tácticas que han desarrollado para hacer frente a sus propios problemas de «pandillas» en las favelas de Rio y São Paulo. Esto es lo que ha dado a luz a un entorno dónde el dueño de maquilas Andy Apaid, miembro de la coalición anti-Lavalas de entidades de la «sociedad civil» llamada Grupo 184, pudo apoyar a las bandas paramilitares como una fuerza de contraposición en las chabolas de la capital de Haití donde el apoyo a Aristide sigue fuerte.
Ha sido esta amalgama de tácticas brasileñas con estrategias estadounidenses la que ha permitido que la banda Labanye pudiera proveerse de armamentos en Cite Soleil en 2004, y también la subsiguiente constitución por la policía haitiana del tristemente célebre Ejército Pequeño Machete en 2005. La ONU también dio cobijo a conocidos pandilleros que ayudaron a derrocar a Aristide y que actualmente gobiernan la cuarta mayor ciudad de Haití, Gonaives. Tampoco lograron desarmar al antiguo y brutal ejército de Haití, y de hecho lo premiaron con una recompensa de 29,5 millones de dólares. La estrategia política de la ONU ha sido la de propiciar, con la ayuda de elecciones, el lavado de la bien merecida reputación que esos individuos tienen como violadores de los derechos humanos. A pesar de que se cree que esos grupos están momentáneamente durmientes y/o que han sido suficientemente cooptados, la larga búsqueda de la ONU de la estabilidad política ha relegado a las futuras generaciones al carrusel de la instabilidad política.
Mientras que la ONU ha implementado fielmente la estrategia de la administración Bush de desmembrar el movimiento Lavalas de Aristide, este ha sido infiltrado también por las opulentas elites de Haití, que fue la verdadera fuerza detrás de lo que los grandes medios informativos proclamaron como el «levantamiento popular» que derrocó a Aristide en febrero de 2004. Se puede decir que fue la forma de hacer negocio de la reducida elite adinerada lo que acabó creando un abismo enorme entre ella y gran parte de la mayoría haitiana desesperadamente pobre, lo que históricamente ha dado origen a Aristide y a su movimiento Lavalas.
Las masas de pobres marginados veían a Aristide y al movimiento Lavalas como la única fuerza política que jamás haya representado sus intereses en toda la historia de Haití. Por este motivo solamente resistieron a la violencia patrocinada por el Estado y a las persecuciones políticas llevadas a cabo durante el régimen de Gerardo Latortue, instalado por los Estados Unidos y provista de legitimidad bajo la égida de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Siguen hasta hoy arriesgando la vida en manifestaciones de apoyo a Aristide y a Lavalas, a pesar del precio tan alto que han tenido que pagar por su confianza en Lavalas, cuyo principio primordial era de que las masas pobres tenían derecho a jugar un papel en la determinación del futuro de Haití, y por ende del futuro de sus hijos.
Las multitudinarias manifestaciones de 7 de febrero a lo largo del país, exigiendo el retorno del derrocado presidente Jean-Bertrand Aristide, pasaron en su mayor parte desapercibidas por los grandes medios informativos, en contraste a la avalancha de informaciones dos días más tarde cuando las fuerzas de las Naciones Unidas, conocidas por el acrónimo MINUSTAH, lanzaron otra de una larga serie de operaciones militares en el barrio costero de chabolas Cite Soleil. A pesar de que el objetivo de la incursión fue supuestamente librar al barrio de las pandillas, siguió un patrón que apuntaba a la estrategia central adoptada por la administración Bush.
Con anterioridad a esta última ofensiva militar de la ONU en el barrio de chabola más desesperado de la capital de Haití, ya se había establecido un patrón entre las expresiones de apoyo al presidente derrocado y las operaciones militares de la ONU. En 16 de diciembre pasado vimos a otra gran manifestación de apoyo a Aristide que comenzó en Cite Soleil, y seis días más tarde la ONU llevaría a cabo un asalto mortífero que los residentes y grupos de defensa de los derechos humanos dicen que ha ocasionado una gran matanza de víctimas inocentes. No miembros de pandillas como la ONU diría más tarde, si no residentes desarmados que intentaban huir de los disparos que según ellos venían mayormente de las fuerzas de paz de la ONU.
El 22 de diciembre de 2006 hubo lo que sería llamado una segunda masacre perpetrada por las fuerzas de la ONU en Cite Soleil, parecida a las acusaciones anteriores provocadas por la operación militar de 6 de julio de 2005. En la matanza producida en 6 de julio de 2005, la ONU sostenía que solamente «seis bandidos» habían sido muertos, al paso que organizaciones locales de defensa de los derechos humanos y activistas comunitarios alegaban que unos 70 residentes desarmados podrían haber caído ante los disparos de la ONU. La ONU fue aún más lejos y aseveró que, a pesar de que no estaban en condiciones de precisar el número exacto de muertos, si hubieran residentes entre los muertos esto se debió a la acción de los las pandillas en venganza contra aquellos que ellos creían que habían aplaudido las operaciones militares de la ONU. Para los partidarios del presidente derrocado, la incursión del 6 de julio de 2005 fue vista mayormente como un ataque preventivo de la ONU y de las elites opulentas de Haití para sofocar el impacto de las protestas que estaban programadas para el día del aniversario de Aristide, que tendría lugar nueve días después del 15 de julio. El paralelismo entre los dos acontecimientos es innegable, y la mayor vergüenza es que ninguna organización internacional de derechos humanos, inclusive Amnistía Internacional, jamás quiso llevar a cabo una investigación seria sobre esas acciones militares de la ONU, a pesar de las peticiones de los supervivientes y de las familias de las víctimas.
Las manifestaciones exigiendo el retorno de Aristide y justicia para el movimiento político Lavalas no cesarán a pesar de las operaciones militares de la ONU contra las pandillas que ellos erróneamente creen que está detrás de ellos. A pesar de la propaganda de parte de periodistas bien situados, que alimentan la imagen de Lavalas como la de un grupo constituido exclusivamente por matones, la inmensa mayoría del movimiento está compuesta por los mismos representantes de las mayorías pobres de Haití que están siendo asesinados por las balas de la ONU.
Mientras muchos en los grandes medios informativos describen la realidad de la población de Cite Soleil como formada por dos categorías de personas, la primera compuesta por residentes indefensos atrapados por el fuego cruzado, y la segunda por pandilleros, hay una tercera fuerza que no va a desaparecer. Se trata de gente conciente e inteligente que se opone a la ocupación de su país por la ONU. No tienen ningún tipo de armas más que la convicción de que son Aristide y Lavalas los que representan a ellos y a un futuro mejor para sus hijos. Los partidarios de Aristide y de Lavalas creen que tienen el derecho de manifestar públicamente sus convicciones. Desafortunadamente, la ONU ya ha demostrado cuál es su postura en relación al derecho de expresión reivindicados por los seguidores de Aristide y su movimiento Lavalas.
Traducido por José Luis Vivas
http://www.haitiaction.net/News/HIP/2_15_7/2_15_7.html