Con el aumento de las críticas, cada vez más duras, por la forma en que el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadineyad, maneja la economía nacional, regresan los reclamos para que sea destituido. La mayoría de los observadores creen que es poco probable que el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, impulse el fin anticipado del […]
Con el aumento de las críticas, cada vez más duras, por la forma en que el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadineyad, maneja la economía nacional, regresan los reclamos para que sea destituido.
La mayoría de los observadores creen que es poco probable que el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, impulse el fin anticipado del gobierno de Ahmadineyad, cuyo mandato termina a mediados de 2013, por temor a que la impugnación no haga más que sembrar el caos en un contexto político cada vez más polarizado.
Unos 100 miembros del parlamento, Majlis, firmaron una petición para que el presidente sea llamado a sala a explicar su política económica tras una drástica devaluación de la moneda.
La inflación galopante, sumada al creciente desempleo, puso nerviosos a muchos legisladores, preocupados de que el impacto de la devaluación afecte el precio de importaciones clave y el costo operativo de fábricas y empresas agrícolas.
Si el presidente se niega a comparecer ante el parlamento o la explicación no satisface al cuerpo legislativo, el asunto podría ser remitido al Poder Judicial, que, a su vez, allanaría el camino para su destitución antes de las elecciones presidenciales previstas para junio del año que viene.
Pero ni siquiera los parlamentarios que reclaman explicaciones de Ahmadineyad se animan a avanzar en ese camino.
«Ni los parlamentarios esperan que un cuestionamiento lleve a ningún lado ni los representantes del gobierno tratan de frenar el proceso», según el diario Etemaad Daily.
Los reclamos de destitución de Ahmadineyad no son nuevos.
En el verano boreal se dijo incluso que dos exintegrantes de su gabinete, el excanciller Manuchehr Mottaki y el ex ministro del Interior Mostafa Purmohammadi, habían pedido a Jamanei por escrito su destitución.
Pero el líder espiritual supremo se ha mostrado renuente a criticar al presidente o a reconocer las graves dificultades económicas que atraviesa el país.
Incluso llegó a negar que hubiera una crisis económica en medio de una intensa volatilidad registrada en el mercado de divisas.
Reconoció que los problemas de desempleo e inflación existen, pero «como en cualquier otro lado», e insistió en que se pueden superar. «No hay nada que la nación y las autoridades no puedan resolver», sostuvo.
La población toma con escepticismo la actitud positiva de Jamenei frente a la situación de la economía local. Mucha gente ve al líder supremo ajeno al aplastante peso de las dificultades económicas que ya dominan las conversaciones de las cenas, en los cafés y en la calle.
El continuo apoyo de Jamenei a Ahmadineyad también es motivo de controversia.
El vicepresidente del parlamento, Mohammadreza Bahaonar, declaró públicamente que Jamenei quiere que el gobierno cumpla su mandato.
«El costo de destituir al presidente es mayor que el que nosotros estemos un año sin hacer nada», arguyó.
En cambio, Ahmad Tavakoli, otro destacado parlamentario, dijo esta semana que «el gobierno de Ahmadineyad se acabó, y que su continuación no es positiva».
Para Ali, un periodista que no quiso dar su nombre completo, Jamenei no puede retirar su apoyo a Ahmadineyad porque tendría que explicar el costo que significó haberlo apoyado en los controvertidos comicios de 2009 para el pueblo y el país.
«Jamenei prefiere la situación actual a reconocer que se equivocó», insistió.
Según Reza, un activista político de 58 años, el miedo es lo que explica el apoyo de Jamenei a Ahmadineyad.
Él cree que la inclinación a crear «carpetas de corrupción» sobre actores políticos clave «termine recayendo sobre la familia de Jamenei, cuyas cuentas no son impolutas».
Presionado, «Ahmadineyad podría revelar la información que tiene y eso asusta al ayatolá. Con su apoyo, Jamenei le paga al presidente por su silencio», opinó Reza.
Jamenei está frente a una disyuntiva. Por un lado, debe lidiar con el malestar popular y las duras críticas contra las políticas económicas de Ahmadineyad, y por otro, atender el impacto desestabilizador que implica destituir al presidente.
La actitud de Jamenei parece responder a una tercera opción que, según opinó un analista político que no quiso dar su nombre, «es asumir el control efectivo del Poder Ejecutivo y transformar a Ahmadineyad en un presidente nominal que se pase viajando al extranjero».
Jamenei siempre fue considerado como un líder formal cuyas apariciones públicas o viajes estaban reservados solo para ocasiones oficiales, como el aniversario de la muerte del ayatolá Ruhollah Jomeini, fundador de la República Islámica.
Pero tras las polémicas elecciones de 2009, Jamenei realizó varios viajes cortos.
A comienzos de este año, por ejemplo, ofreció consuelo a la familia de un científico nuclear asesinado en su casa. También se trasladó al este de Azerbaiyán tras el terremoto de agosto, mientras el presidente estaba en Arabia Saudita.
Y lo que es más significativo, se ha reunido con varios actores económicos y representantes de la Cámara de Comercio e Industria para escuchar sus opiniones y prometerles compensaciones.
De hecho, un parlamentario que no quiso dar su nombre, dijo a IPS: «Mandé mis pedidos sobre las necesidades de mi distrito directamente al líder, no al presidente».
Según un profesor de la Universidad de Teherán, que tampoco quiso revelar su identidad, el origen de la creciente actividad política de Jamenei se encuentra en el amplio uso que hizo Ahmadineyad de sus privilegios como presidente y de las potestades legalmente ampliada para sortear y marginar a otras ramas del Estado, en especial al parlamento.
Pero según el profesor, Jamenei también podría actuar de forma inconstitucional al interferir en los asuntos del Poder Ejecutivo.
Jamenei se defiende también de este tipo de críticas. En abril de 2011, tras impedir que Ahmadineyad destituyera al ministro de Inteligencia, Heydar Moslehi, dijo que «la oficina del Líder no tiene intenciones de interferir con las decisiones y las actividades del gobierno, a menos que considere que se está ignorando un interés del Estado».