Rusia acude el domingo a las urnas para elegir al futuro presidente. A partir de esa fecha dos de los más importantes asuntos sobre la política en el gigante ruso van a resolverse, cuando con casi toda seguridad Dmitry Medvedev sea proclamado presidente y Vladimir Putin se convierta en Primer Ministro. Lo que ya no […]
Rusia acude el domingo a las urnas para elegir al futuro presidente. A partir de esa fecha dos de los más importantes asuntos sobre la política en el gigante ruso van a resolverse, cuando con casi toda seguridad Dmitry Medvedev sea proclamado presidente y Vladimir Putin se convierta en Primer Ministro. Lo que ya no parece estar tan claro es el escenario que nos presentará esta nueva situación política.
A lo largo de su mandato Putin ha forjado un estrecho círculo de colaboradores que le han ayudado en distintos frentes. Además, ha utilizado como pilares de su estrategia a los militares, el FSB (antiguo KGB) y las empresas de recursos energéticos, sin olvidar tampoco a la poderosa Iglesia Ortodoxa del país. Económicamente la política de Putin ha logrado utilizar las ricas fuentes energéticas para desarrollar otros proyectos y otras industrias, al mismo tiempo que la clase media rusa ha emergido ocupando una parte importante de la pirámide social.
Las especulaciones y los debates a partir de ahora se centrarán en ver cuál es el papel de las dos figuras políticas, y sobre todo si nos encontramos ante un escenario donde prime una «estrategia de continuidad», que algunos han definido maliciosamente como el «tercer mandato de facto» de Putin, o bien ante la figura emergente de Medvedev, al que algunos, sobre todo en Occidente, quieren verlo con diferencias insalvables hacia su predecesor y mentor, esperando que sea capaz de impulsar las reformas liberales demandadas por los intereses extranjeros, y sobre todo que pueda acabar con el poder tejido por el propio Putin y los llamados slovikis.
De entre los diferentes escenarios que se especulan, encontramos aquél donde Putin se presenta como «el guardián de Medvedev», salvándole de la amenaza que representarían las luchas internas de las distintas facciones. Si durante el período de Yeltsin los oligarcas jugaron un papel predominante en la escena del país, desde hace unos años, los llamados slovikis habrían establecido una especie de «silovigarquía» soterrada. No obstante dentro de esta poderosa fuerza heterogénea, conviven diferentes intereses. Por eso algunos apuestan por la figura de Medvedev, ya que le ven más proclive al diálogo con Occidente y sobre todo «más dispuesto a colaborar».
No obstante, dentro de los slovikis nos podríamos encontrar ante una lucha en torno a las élites del poder. Un ejemplo lo encontramos en el desarrollo soterrado del enfrentamiento entre dos de los allegados más importantes del propio Putin, Igor Sechin, con su base de poder en torno a la empresa petrolera Rosnett, y Vladislav Surkov, asentado sobre el gigante del gas Gazprom. Este pulso buscaría que unas facciones desplazasen a otras y generasen una ruptura con el edificio labrado por el propio Putin. De ahí que el hasta ahora presidente podría estar buscando con su nuevo puesto frenar esas luchas intestinas y controlar la situación. Medvedev no tendría la capacidad de frenar los enfrentamientos entre los silovikis o las presiones de grupos juveniles pro-Putin como Nashi o Molodaya Gvardiya.
Un posicionamiento independiente y liberal por parte del propio Medvedev le generaría importantes enemistades entre los silovikis y otras poderosas fuerzas más proclives a la intervención estatal en aspectos estratégicos.
Otro escenario que apuntan algunas fuentes habla de «un tandem unido» de Putin y Medvedev, dispuestos a mantener el status quo, aprovechando para ello la coyuntura económica favorable de los elevados precios del gas y petróleo, , la ausencia de alternativas articuladas (la oposición apenas tiene ideología, exceptuando el Partido Comunista, y se basa generalmente en determinadas personalidades) y sobre todo la comparación con el caos que representó la etapa de Yeltsin.
Desde Occidente se habla del «plan de Putin para Rusia», lleno de especulaciones, suposiciones y parámetros preconcebidos, mientras que frente a ello, los dos dirigentes rusos tienen un ambicioso plan para transformar el país para el año 2020. Si Putin centró buen parte de su mandato en dos objetivos, reformar el sector financiero y devolver al estado el control de los bienes estratégicos «robados por los oligarcas», ahora, tanto Putin como Medvedev, comparten una visión común sobre el futuro de Rusia, girando su estrategia en el combate de la corrupción, impulso de la vivienda y al sanidad, cambio de la tendencia demográfica, y el desarrollo de nuevas tecnologías. Y los más importante de todo es que parecen contar con una importante base sobre la que construir todo ello.
Medvedev ha señalado el «programa de las cuatro Is», «instituciones, infraestructuras, innovación e inversión), junto a siete tareas: desarrollo de un sistema judicial independiente; reducir la burocracia; también los impuestos; trasformar el rublo en la moneda de la reserva local; modernizar el transporte y la infraestructura energética; formar las bases de un sistema de innovación nacional; y, un programa de desarrollo social.
No es sencillo adelantar el escenario post-electoral, es demasiado pronto para saber si Medvedev será un instrumento de Putin o si actuará con total independencia, e incluso si se producirán maniobras políticas para en un futuro no muy lejano se cambien los papeles. Lo que sí es evidente es que de momento, en ese teatro político ruso, el papel de Putin será esencial, como lo serán también el sector energético y la política exterior (que no presentará grandes variaciones), y que en muchas ocasiones estarán estrechamente ligadas.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)