Los talibán no surgieron en la época medieval como lo sugieren a diario los medios. Son el producto de una encrucijada histórica en los peores momentos de finales del siglo XX e inicios del XXI.
Fueron catapultados a protagonizar un momento histórico para el cual no tenían el bagaje para hacerlo, sino un pasado rigorista y fundamentalista apegado a su tierra y al islam, sin una mirada al mundo exterior desconocido. De los otros pueblos vecinos y al margen solo prevalecían los elementos de confrontación.
Pero fueron moldeados por la vida bajo los bombardeos aéreos de los soviéticos, y los más actuales por drones y misiles norteamericanos. También los moldearon los campos de refugiados, el comunismo, la “guerra contra el terrorismo”, los interrogatorios-torturas, la cárcel de Guantánamo, el cambio climático en un país desértico, la amplia difusión del internet y la espiral de desigualdad y tierra arrasada del capitalismo actual. Viven, como casi todo el mundo, en nuestro tiempo, pues están dejando atrás el tiempo propio.
Otro lugar común es señalarlos y encasillarlos con el wahabismo árabe saudí que fueron financiadores y dieron apoyo logístico a los muyahidines. Pero los talibanes no son árabes ni de la rama wahabíes, y su moral para la sociedad tiene más que ver con el pashtunwali que con el islam. Incluso a nivel de la jurisprudencia los talibanes siguen una escuela llamada hanafi, lejos del fundamentalismo wahabí, que los puede tornar más flexibles a la hora de las definiciones actuales.
Los talibanes han cambiado y seguirán cambiando. ¿Ahora entonces tendrán que pedirle permiso a “Occidente” –el proyecto más estático que ha conocido la humanidad– para cambiar?
El abanico étnico se airea con el triunfo talibán
El problema étnico no es un problema afgano ni solo de los talibanes, es un grito ahogado que ahora resuena por todas las latitudes del mundo. Las respuestas modernas han sido erráticas, parciales y mezquinas ofreciendo soluciones. Solo si se resuelven los problemas indispensables se podrá dar viabilidad a los pueblos fragmentados y enfrentados.
Se requiere mucho conocimiento y comprensión, una gran diplomacia, aportes contra la pobreza, y más ingredientes humanitarios como respeto y solidaridad, en vez de sobornos para comprar o apaciguar a los señores de la guerra que les sean útiles para sus negocios. Es lo que ha hecho históricamente el colonialismo y el imperialismo en el mundo.
Por eso es necesaria esta mirada pausada y recóndita sobre el abanico étnico afgano para entender las guerras civiles anteriores y los enfrentamientos o posibles acuerdos hacia el futuro. En los pliegues del abanico podemos encontrar los profundos intríngulis de esos afganos y muchas explicaciones a sus comportamientos históricos. ¿De qué están hechos? De esos 3.000 años de contradictorias y civilizacionales maneras de comportarse ante la adversidad, de las dificultades de su territorio y de los impactos extranjeros, pero también de los aprendizajes, sus realizaciones materiales y espirituales, la unidad ante los invasores y la fragmentación cuando deben decidir su propio destino.
¿Será esta, hoy, la posibilidad de lograr la máxima unidad posible con un gobierno inclusivo, como lo proponen los talibanes y los grandes pasos que se están dando, para sacar a su tierra del pantanal en que se los han dejado? Las negociaciones han contado con el exprimer Karzai, el opositor Abdullah Abdullah, la Alianza del Norte y todos los grupos representativos, menos el ex vicepresidente Salleh y Ahmed Mousad de Panjshir.
¿Tendrán la capacidad –unos y otros– de aprender y transformarse para enfrentar los retos históricos de esta dificilísima reconstrucción? Es la primera vez que tienen la oportunidad de decidir su futuro entre ellos mismos, sin injerencias directas. Pero los ojos del mundo están puestos en los “demonios” talibanes y en las otras etnias, actores del proceso también. Están expuestas al escrutinio público y sus responsabilidades serán visibles. Quiénes aportan y quiénes obstruyen. Quiénes se la juegan por el interés general y quiénes por su puesto personal en un gobierno. ¿Cómo van las apuestas?
La gran victoria también enseña
Una victoria engrandece, una victoria se puede asumir con beneplácito y altruismo, o se puede ser inmovilista, manteniendo el fondo guerrerista de venganza y ejercicio infame del poder. Una victoria inspira y permite vislumbrar un futuro mejor para un pueblo, o se revuelca en su mezquindad y deja que la inercia le permita afianzarse en los privilegios y excesos del vencedor.
Una victoria histórica cambia hasta a los vencedores, y eso es lo que muy seguramente puede estar pasando en Afganistán. Que los talibanes están renunciando a un punto decisivo y milenario de su código social y ético pashtunwali, como es el de la venganza, y esta puede ser la llave para entender la profundidad de los cambios que se pueden venir en esta nueva etapa histórica.
La reconciliación hasta ahora de casi todas las etnias, a excepción del rebelde “León de Panjshir” Ahmad Masud y su nuevo compañero de armas, Amrullah Saleh, el ex vicepresidente autoproclamado presidente interino, algo así como un Guaidó con Duque. Es el cambio más rotundo y radical producto de este triunfo, que se expresó en esa estrategia de ir envolviendo al gobierno y a los norteamericanos en una operación tipo anaconda, valle por valle, montaña por montaña, pueblo a pueblo y región por región. Sin combates, pocos disparos, ningún tanque, mínimos muertos y eso en Afganistán significa un gran cambio y para otros una gran derrota.
El triunfo antiimperialista y la derrota de la estrategia occidental en Afganistán magnifica las luchas de los pueblos invadidos como Iraq, Siria y Libia que esperan expulsar a los mismos e idénticos invasores. Los demás pueblos del Sur global, para llamarlos de alguna manera, también celebran esa nueva situación que se empieza a perfilar en el mapa del mundo. Las organizaciones terroristas que fueron formadas y financiadas por Occidente también se frotan las manos y es otro de los infinitos problemas que tienen que enfrentar los talibanes, aunque es clara su condena al terrorismo.
Los talibanes están cumpliendo con altura al momento histórico. No pudieron hacerlo en 1996, pues eran unas tribus de pastores de cabras, campesinos heroicos, hombres y mujeres urbanos desplazados por el conflicto, pero con la obligación política y moral incólumes de haber enfrentado a los invasores extranjeros y de seguir haciéndolo. No podían como dueños del poder absorber la rica diversidad étnica y cultural para ganar legitimidad como dirigentes que debían sacar a un país de tamaña crisis. Se la jugaron solos, atrapados entre una sociedad tribal a la que no querían modificar y un aparato estatal al que no pudieron darle forma porque no sabían qué hacer con él. Y fracasaron, poniendo a los no pastún en su contra.
Los talibanes de hoy están cambiando, han cambiado y así cambiarán muchas cosas en su país. Quien nunca aprende ni cambia es quien se aferra a su “excepcionalismo”, a su autismo secular, a su incapacidad para aprender.
Además, el factor objetivo de la victoria cuenta. Los talibanes están surfeando en la ola más importante del país. Todo el pueblo afgano clama: ”no más guerra”, salvo excepciones, quieren la paz y todos los movimientos y declaraciones apuntan a acompañar ese sentimiento como imperativo nacional.
Y el entorno internacional es propicio. Asia vive un estado de optimismo cauteloso, al igual que Afganistán. La salida en derrota de EE. UU. lo inhabilita para ejecutar nuevas invasiones inmediatas, aunque siempre tiene el as escondido, como imperio del caos. Mientras siga en el aturdimiento de la derrota seguirá privilegiando esconder las responsabilidades e inventar bulos que distraigan la atención.
Muchas sorpresas nos deparará este nuevo Afganistán.
Carlos García Tobón. Analista internacional con énfasis en China, Asia Central y la Ruta de la Seda histórica y actual. Arquitecto y urbanista de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL)
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