El 13 de abril, EE.UU., Reino Unido y Francia lanzaron un ataque contra Siria. La razón, respaldada por unos entusiastas medios dominantes, fue la represalia por un presunto ataque químico en Ghouta Oriental. Hemos entrevistado a Stephen Gowans para analizar este incidente, la política exterior de EE. UU. en Siria, las comparaciones con la política […]
El 13 de abril, EE.UU., Reino Unido y Francia lanzaron un ataque contra Siria. La razón, respaldada por unos entusiastas medios dominantes, fue la represalia por un presunto ataque químico en Ghouta Oriental. Hemos entrevistado a Stephen Gowans para analizar este incidente, la política exterior de EE. UU. en Siria, las comparaciones con la política exterior en Iraq y la reciente desescalada en la península de Corea. Gowans es una de las voces más importantes a la hora de diseccionar la propaganda de guerra de los grandes medios de comunicación. Es el autor de Washington’s Long War on Syria (2017) y de Patriots, Traitors and Empire – the Story of Korea’s Struggle for Freedom (2018).
A pesar de la falta de pruebas, los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia han tratado de legitimar el último ataque contra Siria usando un enfoque humanitario. ¿Cuál ha sido la evolución sobre el terreno en los últimos meses y cómo podemos entender esos ataques?
Los ataques con misiles occidentales se llevaron a cabo ostensiblemente en respuesta a un presunto ataque con armas químicas del Ejército Árabe Sirio en Ghouta Oriental, un área que las fuerzas sirias estaban a punto de liberar, y poco después fue liberada. Unos días antes del presunto ataque con gas, el presidente estadounidense Donald Trump había pedido la salida de las tropas estadounidenses de casi un tercio del territorio sirio que las fuerzas estadounidenses ocupan ilegalmente.
Las condiciones en el terreno – la inminente victoria en Ghouta Oriental y la perspectiva de la retirada de EE.UU. de Siria eran altamente favorables para el gobierno sirio. Es muy poco probable que Damasco saboteara estos acontecimientos auspiciosos cruzando una línea roja de armas químicas que desencadenaría una respuesta estadounidense.
Por otro lado, desde la perspectiva de los insurgentes islamistas sirios y los altos funcionarios de los departamentos de defensa y estado de EE.UU. (que consideran los planes de retirada de Trump como poco meditados) había mucho que ganar recomendando la fabricación de un incidente, para terminar con los planes de retirada de tropas de Trump. Esto no quiere decir que esto sea lo que sucedió, pero es un escenario mucho más plausible que el que describe al gobierno sirio actuando en contra de sus intereses.
Si nos basamos en el informe de Robert Fisk para The Independent, un ataque con bomba en Ghouta Oriental había levantado el polvo, que llenó los sótanos y refugios subterráneos en los que los civiles se habían retirado para escapar. Asfixiados por el polvo y sufriendo de hipoxia, muchos huyeron a un hospital cercano. Con las cámaras girando, alguien gritó «¡gas!». La escena, capturada en video, se asemejaba a las consecuencias de un ataque con gas.
Además de la cuestión de si ocurrió un ataque con gas o no, hay otra cuestión más importante.
Imagínese, si quiere, que había pruebas irrefutables de que el ejército sirio, ignorando sus propios intereses, de hecho utilizó armas químicas. ¿Justificaría ello la respuesta estadounidense, británica y francesa? La respuesta, creo, es absolutamente no. Por lo tanto, la cuestión de si se utilizaron armas químicas es irrelevante para la cuestión de si el ataque con misiles estaba justificado.
El ataque con misiles ciertamente no tenía base legal. Ninguno de los países que atacaron a Siria actuaba en defensa propia. No tenían mandato del Consejo de Seguridad. Incluso desde el punto de vista de la ley estadounidense, la contribución de los Estados Unidos al ataque fue ilegal, ya que el presidente de Estados Unidos no tiene autorización legal para librar una guerra contra el estado sirio. Y si bien se puede invocar una agenda humanitaria como justificación, no hay absolutamente ninguna evidencia de que los países involucrados en el ataque con misiles se hayan inspirado en consideraciones humanitarias; por el contrario, hay muchas pruebas de que no lo fueron.
Estados Unidos y sus aliados han creado probablemente más sufrimiento en Siria que el creado por todas las armas químicas utilizadas en el país. Lo han hecho a través de muertes civiles colaterales causadas por su guerra aérea contra ISIS y el asedio de Raqqa y mediante un devastador programa de sanciones que duró casi dos décadas. Esto sin mencionar que Estados Unidos inflaman deliberadamente la larga guerra civil en Siria (que data de fines de la década de 1940) y la mantienen financiando la insurgencia islámica, tanto directamente como a través de sus aliados, Arabia Saudita, Qatar, Turquía, Israel y Jordania.
Si Estados Unidos y sus aliados estuvieran verdaderamente animados por preocupaciones humanitarias, no matarían a los sirios con sus propias bombas, con la enfermedad y la malnutrición causada por las sanciones, e indirectamente a través de los insurgentes a los que apoyan.
Finalmente, consideremos un paralelo. Durante las protestas del viernes en Gaza antes del 70 aniversario de la Nakba, los soldados israelíes han matado a decenas de palestinos y han herido a cientos más, que en el mejor de los casos han representado una amenaza trivial para Israel. ¿Sería justificado que China o Rusia hicieran llover un bombardeo de misiles sobre Tel Aviv como respuesta?
Los principales medios de comunicación han estado presentando el actual conflicto sirio especialmente como una guerra civil. En su libro La larga guerra de Washington contra Siria, usted refuta la idea al afirmar que Estados Unidos comenzó esta guerra antes de 2011. ¿En qué se basa?
La guerra civil entre el Islam político y el nacionalismo árabe secular ha azotado a Siria desde finales de los años cuarenta. La intensidad de la guerra ha aumentado y disminuido, y la guerra ha asumido diversas formas en diferentes momentos: batallas callejeras, huelgas, manifestaciones, disturbios y revueltas armadas, no solo desde 2011, sino también incluyendo el sangriento levantamiento de Hama en 1982. La guerra civil ha sido una constante de la vida política de Siria durante más de medio siglo.
Estados Unidos se ha aprovechado de la guerra civil, apoyando un bando, el de los islamistas, para lograr un objetivo estadounidense de cambio de régimen de larga fecha. Como un estado comprometido con los objetivos nacionalistas árabes, aliado con la Unión Soviética, y más tarde con Rusia, y en guerra con Israel, Siria ha sido durante mucho tiempo un objetivo de la política exterior de Estados Unidos.
Washington no busca reemplazar al gobierno nacionalista árabe por los islamistas. Su estado final preferido es un gobierno de hombres de negocios sunitas más interesado en hacer dinero que política. Pero sí explota a los islamistas como un medio de presionar a los nacionalistas árabes para que acepten una transición ordenada a un gobierno laico, orientado a la empresa libre, más del gusto de Washington – y Wall Street-.
A menudo se olvida que en 2002, Washington agregó a Siria al infame eje del mal, la lista de países que originalmente incluía a Irak, Irán y Corea del norte, pero que se extendió al incluir a Cuba, Libia y Siria, donde Washington tenía la intención de provocar un cambio de régimen. El plan inicial de la administración Bush para Siria era anexarlo a la invasión de Irak como acto II. El Pentágono, sin embargo, llegó a la conclusión de que una invasión siria era demasiado ambiciosa. Las fuerzas de resistencia en Irak y Afganistán fueron más fuertes de lo previsto, y el Pentágono se vio obligado a concentrar sus recursos en sus dos objetivos iniciales de invasión. El cambio de régimen en Siria, entonces, tendría que ser llevado a cabo mediante otros medios.
Los otros medios fueron las sanciones y la intervención estadounidense en la guerra civil de Siria. Las sanciones sabotearían la economía siria, crearían miseria y fomentarían la inestabilidad. Esto crearía la paja que podría encenderse con el toque de chispa. La chispa sería proporcionada por la Hermandad musulmana Siria. Los principales personajes de la organización islamista – el precursor de al Qaeda, Isis y al Nusra – fueron trasladados a Washington para reunirse con Bush en la Casa Blanca y con su personal de seguridad nacional. A medida que las sanciones hicieron los estragos esperados en Siria y profundizaron las fisuras en la economía siria, las fuerzas islámicas respaldadas por Estados Unidos volvieron a encender la guerra civil de larga fecha al lanzar una confrontación armada con las fuerzas de seguridad sirias en la ciudad de Da’ara.
En su ensayo usted describe la estrategia de de-Baazificación en Irak, dirigida por el cónsul de Estados Unidos en Irak. ¿Se ha elaborado un plan similar para Siria?
La «de-Baazificaci ó n» se refiere a la depuración de nacionalistas árabes del estado. No es ningún secreto que Estados Unidos ha conspirado contra los movimientos nacionalistas durante décadas. De hecho, la historia de la política exterior norteamericana es en gran medida uno de los esfuerzos por reprimir o destruir a los nacionalistas radicales, ya sea en América Latina, Corea, Vietnam, Indonesia, Irán o en otros lugares.
El Iraq de Saddam fue gobernado por Baazistas, es decir los nacionalistas árabes. Era predecible que Estados Unidos purgara a los nacionalistas árabes del estado iraquí y, al crear una Constitución para su neo-colonia post-Saddam, construyeran disposiciones en ella que impidieran el resurgimiento de la influencia nacionalista árabe. Esto era predecible, ya que la eliminación del nacionalismo árabe iraquí era la raison d’etre de las guerras estadounidenses contra el estado árabe rico en petróleo.
Como ya he mencionado, Washington vinculó a Irak y Siria como miembros de un eje del mal para ser «sacados», como dijo una vez el ex general del ejército estadounidense Wesley Clark, e inicialmente vinculó su agresión contra Irak con la siguiente invasión prevista de Siria. El nexo entre la Siria de Assad y el Iraq de Saddam, a juicio de Washington, era su nacionalismo árabe. Saddam pertenecía al partido Baaz. También lo hace Assad. Si los Estados Unidos hubieran invadido Siria y derrocado al presidente sirio, no hay la menor duda de que la de-baazificaci ó n habría sido llevada a cabo en Damasco, también, seguida de una reescritura supervisada por Estados Unidos de la Constitución Siria con los nacionalistas árabes excluidos para siempre de la posesión de cargos electos, al igual que en Irak.
Después de haber analizado el ejemplo de Iraq, en su libro enfatiza que algunos activistas por la paz aceptaron las sanciones «como alternativa, viéndolas erróneamente, no como una forma de guerra, sino como una coacción pacífica». ¿Cuáles son las consecuencias de las actuales sanciones de Estados Unidos contra países como Siria y Yemen?
Las sanciones, impuestas en 2003, como una alternativa a los planes abandonados para invadir Siria, devastó el país. En octubre de 2011, The New York Times informó que la economía siria «cedía ante la presión de las sanciones de Occidente». En la primavera de 2012, las hemorragias financieras inducidas por las sanciones obligaron a los funcionarios sirios a dejar de proporcionar educación, atención médica y otros servicios esenciales en algunas partes del país.
En 2016, las sanciones económicas de Estados Unidos y la Unión Europea sobre Siria estaban causando un gran sufrimiento entre los sirios comunes e impidiendo la entrega de ayuda humanitaria, según un informe interno filtrado de la ONU. El informe reveló que las agencias de ayuda no podían obtener medicamentos y equipos para hospitales porque las sanciones impedían que las empresas extranjeras realizaran comercio con Siria.
Las sanciones se asemejaban a la guerra económica que Washington había librado contra el nacionalismo árabe iraquí en la década de 1990, una campaña que mató a más de 500,000 niños iraquíes debido a enfermedades y desnutrición, según la ONU. El corresponsal extranjero británico Patrick Cockburn comparó las sanciones a Siria con las sanciones contra Iraq. Las sanciones a cualquier país, ya sea Irak, Siria, Yemen, Corea del Norte o Irán, son el equivalente económico de las bombas atómicas. Tienen consecuencias enormes, pero en gran medida invisibles, en la desnutrición, el hambre, las enfermedades, la interrupción de los sistemas de salud y tratamiento del agua y la muerte.
Dos politólogos, John y Karl Mueller, escribiendo para el Foreign Policy, el diario no oficial del Departamento de Estado de EE. UU., mostraron que las sanciones en el siglo XX habían matado a más personas que todas las armas de destrucción masiva en la historia, incluidos los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki y todas las armas químicas usadas en la Primera Guerra Mundial. Conferían a las sanciones la designación adecuada de «sanciones de destrucción masiva». Si vamos a estremecernos ante los horrores de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, también deberíamos estremecernos ante los horrores de las sanciones, que han sido mucho más devastadoras. Después de un período de creciente tensión entre Trump y Kim Jong-un, el anuncio de un acuerdo de paz en Corea ha sido un alivio para la comunidad internacional y los pacifistas en todo el mundo. ¿Cuál es su opinión sobre este resultado inesperado? ¿Cuáles serían los próximos pasos?
Los norcoreanos han solicitado reiteradamente a Estados Unidos que firme un tratado de paz para poner fin al estado de guerra que ha existido entre los dos países durante los últimos 68 años. Con la misma frecuencia, Estados Unidos ha descartado las súplicas de Corea del Norte. Tanto el deseo de paz de Corea del Norte como el escaso interés de Washington en él se explican por los objetivos de EE.UU. respecto a Corea del Norte y la realidad de que es Estados Unidos el que amenaza a Corea del Norte, mientras que Corea del Norte no representa la menor amenaza para Estados Unidos.
La política estadounidense para Corea del Norte es «El fin de Corea del Norte», como John Bolton una vez la apodó. Esta ha sido la política estadounidense desde 1948, año en que se fundó Corea del Norte. Además del intento de destruir el pequeño país de Asia oriental mediante la intervención militar directa de 1950 a 1953, Estados Unidos ha tratado de lograr el fin del estado comunista arruinando su economía. Este objetivo se persigue de dos maneras: primero, mediante la imposición de paralizantes y, en la actualidad casi totales, sanciones económicas; y segundo, al mantener una desenfrenada presión militar sobre Corea del Norte, lo que obligó a Pyongyang a privar de fondos a su economía doméstica, con el fin de financiar su defensa nacional.
Un tratado de paz y la normalización de las relaciones implican el abandono de la política estadounidense de «terminar con Corea del Norte». Esto explica por qué Corea del Norte desea fervientemente la paz (pone fin a una amenaza existencial) y por qué Estados Unidos no (no ofrece nada a Washington y, por el contrario, implica el abandono de un objetivo de política exterior estadounidense de larga fecha).
Corea del Norte -incluso con armas nucleares- plantea un peligro insignificante para Estados Unidos. No puede atacar a Estados Unidos militarmente. Un ataque nuclear sería suicida, y los funcionarios estadounidenses reconocen que los líderes del país no están agobiados por un deseo de muerte. Además, tanto la CIA como el nuevo secretario de Estado, Mike Pompeo, reconocen que Kim Jong-un es «fríamente racional».
La opinión dentro del establishment de la política exterior estadounidense es que las conversaciones entre Washington y Pyongyang no pueden tener otro objetivo que la capitulación de Corea del Norte. Eso es lo que significa la paz para Washington. Pyongyang debe entregar sus armas nucleares, estar de acuerdo con inspecciones intrusivas, aceptar una presencia permanente de tropas estadounidenses en la península de Corea y acceder a la integración en un orden económico global liderado por Estados Unidos. De lo contrario, la política de estrangulación económica continuará.
Algunas personalidades en la administración de EE.UU. temen que Trump, tratando de demostrar que es un negociador de talento incomparable, y embelesado con los sueños de ganar un Premio Nobel de la Paz, podría regalar demasiado, en busca de un acuerdo. Si esto sucede, cualesquiera que sean las concesiones que haga Trump, será revocado a tiempo.
No deberíamos engañarnos a nosotros mismos pensando que Estados Unidos va a abandonar de repente una política de hace 70 años de poner fin a un país militarmente intrascendente y no amenazante que rechaza la dominación estadounidense. Como observó una vez Mao, los imperialistas nunca dejarán sus cuchillos de carnicero y se convertirán en budistas. Y no hay evidencia de que Washington esté a punto de hacer una conversión al pacifismo.