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Las tradiciones internacionalistas del 1º de mayo

Fuentes: Rebelión

Damocles envidiaba la prosperidad y el lujo de Dionisio I, El Viejo, tirano de Siracusa, y este, para demostrarle lo efímero de su riqueza, decidió que Damocles lo sustituyera en una fiesta disponiendo que sobre su cabeza pendiera una afilada espada desnuda suspendida de una crin de caballo. De la misma manera las reformas laborales […]

Damocles envidiaba la prosperidad y el lujo de Dionisio I, El Viejo, tirano de Siracusa, y este, para demostrarle lo efímero de su riqueza, decidió que Damocles lo sustituyera en una fiesta disponiendo que sobre su cabeza pendiera una afilada espada desnuda suspendida de una crin de caballo. De la misma manera las reformas laborales representan una amenaza recurrente para los trabajadores dado que implican un empeoramiento de nuestra condiciones de trabajo y nunca parecen ser suficientes.

La última reforma laboral en nuestro país se pactó en 1997 y los sindicatos alegaron que la rebaja en la indemnización por despido, para los nuevos contratos, se compensaría con una radical reducción de la temporalidad. La realidad revela, sin embargo, que el porcentaje de temporales sigue siendo del 32%, casi tres veces mas que la media europea. Por eso la baja tasa de ocupación y la elevada temporalidad serán los ingredientes principales de una nueva reforma laboral en la que los empresarios quieren conseguir despidos mas baratos, fragmentar la negociación colectiva, reducir sus cotizaciones y revisar el subsidio de desempleo. Nada que ver con la estabilidad y la seguridad que demandan cumplimiento de la legislación, reducción drástica de las modalidades de contratación, reforma de la normativa de las ETTs, control de las empresas de servicios precarizadoras de empleo y regulación estricta de contratas y subcontratas.

Los datos revelan la continua pérdida de poder adquisitivo de los salarios en favor de los beneficios empresariales, el incremento constante de los ritmos de trabajo, y el aumento de la siniestralidad laboral por el incumplimiento sistemático de las leyes de seguridad por las empresas, las interminables cadenas de subcontrataciones, la falta de formación a los trabajadores, la precariedad en el empleo y la insuficiente actividad de las Administraciones Públicas. Además, los beneficios empresariales crecen porque se trabajan mas horas por menos dinero y más rápido. Sustituyen mano de obra con mayores salarios y derechos por otra más barata y precaria e introducen mas tecnología manteniendo los sueldos por debajo del aumento de productividad e incluso por debajo del aumento del nivel de vida (IPC).

Esta tendencia a reducir al máximo los costes laborales y aumentar la inseguridad en el puesto de trabajo se refuerza en un contexto de diferencias notables entre los distintos países de la U.E. y entre los propios trabajadores, facilitando así el libre movimiento de las grandes empresas transnacionales mediante la práctica del «dumping social», sin tener que pagar gran coste por ello.

Por eso las organizaciones obreras son mas necesarias que nunca y sin embargo están mas cuestionadas que nunca. De los pactos en las alturas han hecho una práctica habitual para escenificar un consenso social que esconde la subordinación a un desarrollo económico basado en dogmas incuestionables como el mercado, la competitividad o la productividad. En los convenios, en los planes de empleo, en los expedientes de crisis, en las reformas laborales o en los acuerdos para privatizar servicios públicos, se han institucionalizado unos métodos que debilitan un sindicalismo de participación y de respuesta ante la actual situación.

Pasar de estructuras sindicales eficazmente burocratizadas a organizaciones socialmente activas requiere fortalecer la democracia interna y habilitar medios para profundizar en el conocimiento, el debate y la reflexión. Porque las respuestas necesarias requieren orientaciones claras, formación y participación de los cuadros sindicales en una confrontación que se revela claramente ideológica. Para ello la autonomía financiera es clave. La dependencia económica en una organización obrera condiciona su política en todos los ámbitos. El que paga al flautista decide la melodía. Afecta también a la gestión interna de los recursos humanos. Los reinos de taifas, los contratos blindados, las corruptelas en el manejo de recursos que se obtienen de la administración y de las empresas públicas son ejemplos que hay que combatir.

Soplan vientos de crisis. La economía en Alemania y Francia, que representa el 50% del total del PIB de la eurozona, se caracteriza por bajo crecimiento, aumento del déficit público y agravamiento del paro. La rápida apertura a los países del Este, en los que las multinacionales europeas sólo ven un mercado de cien millones de personas y mano de obra barata y cualificada, profundiza los déficit de integración en materia fiscal, social, laboral o política. Los alemanes y holandeses, principalmente, han comprado buena parte de las empresas checas y húngaras y han ido instalando allí industrias que han deslocalizado sus plantas buscando fuerza de trabajo mas barata. General Motors invierte en Rusia, Daewoo en Polonia, Seat «amenaza» con trasladarse a Eslovaquia. Este es el progreso que se nos propone: equiparar por abajo las condiciones salariales y de trabajo. Y todo ello en una Europa con más de 20 millones de parados, una cifra similar de trabajos precarios, y 50 millones de pobres. Una sociedad en la que cada vez hay más sin techo, más sin papeles y más sin derechos.

Esta es la explicación de las movilizaciones obreras en Alemania, Italia, Grecia, Francia, Portugal, Suecia, Austria o España durante los últimos años. El problema es que la creación del mercado único ha dado como resultado una concentración del poder económico a nivel europeo que no se ha visto acompañada por una concentración paralela de poder sindical. El derecho de huelga europeo, el derecho a la negociación colectiva o los derechos sindicales transnacionales dependerán de acuerdos con la patronal pero no se recogen en la Constitución Europea.

Es el momento de arrimar el hombro, por encima de fronteras nacionales, en defensa de una Europa social basada en el reparto del trabajo, en empleos estables y con derechos, en servicios públicos de calidad y en el derecho a una renta básica. Una Europa que reconozca el derecho de ciudadanía basado en la residencia, que defienda la igualdad en la diversidad y que se oponga al consumismo y al despilfarro consustanciales al capitalismo.

Para ello es necesario cuestionar este sistema económico cuya lógica interna se enfrenta a la mayoría de la población en beneficio real de unos pocos y también una nueva actitud sindical que recupere las tradiciones internacionalistas, de lucha y de solidaridad del movimiento obrero. Ningún día mejor que el 1º de mayo para recordarlo.