Con la duda sobre la celebración definitiva de las elecciones parlamentarias en Pakistán, los movimientos de la clase dirigente se suceden a una velocidad vertiginosa y en ocasiones destapando el guión escrito en Washington o en Londres. Si la cercanía de una cita electoral es fuente constante de rumores, en Pakistán estas semanas los mismos […]
Con la duda sobre la celebración definitiva de las elecciones parlamentarias en Pakistán, los movimientos de la clase dirigente se suceden a una velocidad vertiginosa y en ocasiones destapando el guión escrito en Washington o en Londres. Si la cercanía de una cita electoral es fuente constante de rumores, en Pakistán estas semanas los mismos se están disparando. Declaraciones contradictorias, divisiones internas en las formaciones políticas, llamamientos al boicot electoral, atentados.. todo ello para configurar una escena donde los que siempre han ocupado el poder sigan haciéndolo, aunque para ello tengan que repartir algunas migajas del pastel con comensales más pequeños.
El centro de la atención recae una vez más en torno a Musharraf. Las maniobras del dirigente pakistaní buscan mantenerse en el poder, trazando para ello alianzas que hasta la fecha podrían parecer contra natura. Muchos pakistaníes ven al presidente Pervez Musharraf como la causa de los males y de buena parte de los problemas del país, haciendo responsable a su gobierno de la inestabilidad reinante. Muchos han llegado a percibir lo que se denomina como «el doble juego de Musharraf», utilizando la violencia de os militantes y la «guerra contra el terror» de manera coyuntural, en ocasiones tirando la cuerda para un lado y contentar a sus aliados occidentales y en otras soltándola para evitar un enfrentamiento a gran escala con los grupos islamistas radicalizados.
El actual presidente ha sobrevivido a diferentes crisis constitucionales a tres atentados contra su vida, y sin embargo parece que su próximo revés de importancia puede venir del descontento popular, motivado en buna parte por la crisis económica que sufre buena parte de la población del país. Algunos han comenzado a hablar del «factor de la harina», ya que el incremento del precio de esa materia y su escasez ha disgustado a los pakistaníes que utilizan la misma para realizar el roti, esa especie de torta de pan esencial en la alimentación de las familias pakistaníes.
A ello se suman la subida de los precios de la leche o el tomate, los cortes de electricidad y gas, obligando al cierre temporal de algunas empresas, unido todo ello a la inestabilidad política y a la violencia que sacude todo el país. Significativas son las palabras de un vendedor callejero, «una persona podía comprar antes dos rotis para cada comida, ahora en cambio con un poco de suerte puede conseguir uno. El gobierno de Musharraf no está haciendo nada, tan sólo llenar sus bolsillos».
Otro tema que «preocupa» a Occidente es la celebración de unas elecciones «limpias y libres». Las lecciones de estos adalides de la democracia con «label occidental», fiel a la doctrina de «consejos vendo que para mí no tengo», señalan algunas condiciones para catalogar las elecciones según sus parámetros. Así, hablan de independencia de poderes, sobre todo de la judicatura, libertad de prensa y acceso a los medios para todos, permiso para realizar manifestaciones y mítines, y libertad para aquellos detenidos por expresar sus ideologías.
Un actor que está ganando peso en los últimos días es la figura de Nawaz Sharif, líder la opositora Liga Musulmana de Pakistán- Nawaz (PML- N), sobre el que llueven los comentarios y las expectativas de otros protagonistas. Desde EEUU o Reino Unido, las apuestas por este camaleón político crecen tras la muerte de Bhutto, y toda una estrategia para acercar a este político con Musharraf centra buena parte de los planes actuales. Esas fuentes señalan que Sharif estaría dispuesto a completar el acuerdo iniciado por Bhuttto con el régimen de Musharraf. Las intervenciones de poderoso e influyente embajador saudí en Islamabad, reforzando la «vía saudita» en este escenario, o la mediación de Niaz Ahmad, importante militar retirado y amigo de la familia Sharif, refuerzan las teorías que hablan de «puentes entre el régimen y esa figura opositora».
La geopolítica en torno a Pakistán está poniendo nerviosos a los dirigentes norteamericanos y a sus aliados. Los viajes y visitas de figuras estadounidenses se han sucedido en las pasadas semanas, en buena medida para asentar el dominio de los militares pakistaníes en un futuro escenario post-electoral.
Partidos políticos
Si finalmente se llevan adelante las elecciones, tres partidos políticos parecen disputarse el triunfo. El PPP de la fallecida Bhutto quiere aprovechar la situación de simpatía generada tras su muerte para lograr un importante número de escaños que le sitúe en la primera posición. Cualquier medida precipitada puede desencadenar una batalla interna dentro de esta formación, que con el nombramiento del hijo de Bhutto y de su marido han pretendido cerrar las grietas internas, pero no presentan ningunas alternativa más allá de sustituir a los actuales gobernantes por otros del mismo corte aunque de diferente partido político.
La estrategia del PML-Q, que apoya a Mushrraf, busca desgastar a sus oponentes, acrecentando sus diferencias étnicas o internas, al tiempo que se aprovecha de toda la maquinaria puesta a su servicio por el presidente. Éste necesita paliar de alguna forma la previsible debacle electoral de esta formación para logara un gobierno manejable conforme a sus intereses en Islamabad. Para ello el PML-Q necesita hacerse con un número importante de escaños para disimular ese fracaso.
El partido de Sharif, PML-N, también espera ocupar el primer puesto. Pero tras las elecciones deberá nombrar a un candidato para primer ministro, y si esta figura gana peso y acaba haciendo sombra a los hermanos Sharif, las tensiones internas también aflorarán.
Por su parte, el Movimiento Democrático de Todos los Partidos (APDM), una alianza de diferentes formaciones políticas ha hecho un llamamiento al boicot electoral, como también lo ha hecho parte de la alianza islamista MNA. Este posicionamiento en ambos casos les ha costado una fractura en sus filas, por partidos partidarios a participar en la cita electoral. Así, el Partido Nacional Awami, al que algunos definen como «una de las opciones de izquierda del país», ha abandonado el APDM para presentarse a las elecciones, donde espera lograr buenos resultados en Baluchistán y en zonas de la Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP).
Por su parte, el líder islamista Maulama Fazlur Rehman, al frente de su partido Jamaat Ulema-e-Islam ha decidido participar, con la esperanza de materializar un acuerdo con Musharraf si éste necesita de apoyos minoritarios para conformar un gobierno a su antojo. Este dirigente, conocido como «Maulama Diesel», por su participación en los «negocios» en torno al diesel durante el régimen de la difunta Bhutto. Su alejamiento al mismo tiempo de las posturas militantes le han hecho colocarse en una delicada posición, y las diferencias internas y las amenazas extremistas pueden afectar el futuro electoral de la formación y de su dirigente.
Otras organizaciones menores de carácter comunal o étnico aspiran a colocarse en el nuevo escenario `post-electoral para maniobrar en defensa de sus intereses concretos. Lo cierto es que sean cuales sean los resultados la situación de Pakistán no parece que pueda variar mucho. Un sistema en manos de los militares y de los señores feudales, junto a una clase política inmersa en batallas por el poder y su trozo de pastel, no es la mejor solución para atajar el déficit político y social que sufre la mayoría de la población pakistaní.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)