El 26 de abril una multitud de cinco a 15 mil personas «ajusticiaron» al alcalde de Ilave. Esto ha generado una crisis política en Perú. Fernando Rospiglosi, el ministro del Interior, tuvo que dejar su puesto. El gobierno de Toledo ha descendido a sus niveles más bajos de impopularidad (sólo 7% de los encuestados le […]
El 26 de abril una multitud de cinco a 15 mil personas «ajusticiaron» al alcalde de Ilave. Esto ha generado una crisis política en Perú. Fernando Rospiglosi, el ministro del Interior, tuvo que dejar su puesto. El gobierno de Toledo ha descendido a sus niveles más bajos de impopularidad (sólo 7% de los encuestados le apoyan). En otras ciudades peruanas se vienen produciendo movimientos populares para remover a sus autoridades mientras que en la vecina Bolivia, Felipe Quispe, el parlamentario más votado del norte de La Paz, ha felicitado el linchamiento mientras llama a los aymarás peruanos a rebelarse para reconstituir junto a sus pares bolivianos y chilenos el Collasuyo prehispánico. El 19 de mayo otro linchamiento se produjo cerca de Ilave. Esta vez un millar de peruanos «ajusticiaron» en Desaguadero a un boliviano acusado de robos.
Lo que examinaremos en este artículo es el impacto que dichas acciones puedan tener en la posibilidad de gestar un nacionalismo aymará.
Ilave es un pueblo de 60 mil habitantes que queda en el departamento sudperuano de Puno en la ribera noroccidental del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo (a casi cuatro mil metros de altura). En el llamado «Mediterráneo andino» sólo Puno y Juliaca tienen más peruanos. Desaguadero es la principal ciudad de la frontera peruana con Bolivia. Gran parte de la economía de ambas se beneficia del activo comercio de la vecina república.
La cuenca del Titicaca está habitada por los aymarás. Según datos de la principal página web aymará (aymara.org) los últimos censos de Bolivia y Chile (1992) y del Perú (1993) registraron 1,237,658 aymaristas bolivianos, 296,465 aymaristas peruanos y 48,477 aymaristas chilenos. Mas, esas cifras tienen más de una década de antigüedad y no toman en cuenta a los cientos de miles de indígenas y mestizos que se visten o practican la cultura aymará aunque hayan acabado adoptando la lengua oficial de sus respectivas repúblicas.
En los Andes sólo el quechua es hablado más que el aymará. Sin embargo, los ocho millones o más de quechua-parlantes se comunican en dialectos que podrían ser caracterizados como idiomas aparte y tienen identidades diferenciadas. Los aymarás, en cambio, son más homogéneos en su lengua, territorio y cultura.
Desde Puno hasta el norte del departamento de Oruro el aymará es la lengua más usada en las zonas rurales. También se la emplea en las grandes ciudades, en particular en El Alto de La Paz.
Los aymarás tienen rasgos étnicos diferenciados. Por lo general son de tez oscura y contextura baja y corpulenta. Tienen su respectiva indumentaria. Dentro de sus distintivos culturales mantienen un espíritu comunitario, creencias en la divinidad de la tierra, las montañas y el cosmos y la reivindicación de la herencia del Collasuyo y de la rebelión antiespañola de Tupac Katari.
Los aymarás tienen todas las características de una nación pues poseen territorio, lengua, costumbres, cultura, historia y carácter psicológico comunes.
Ellos, al igual que los vascos, baluches o kurdos pueden reclamar que carecen de su propio estado y que su territorio se haya esparcido entre dos o más estados.
Sin embargo, mientras estos tres pueblos euro-asiáticos han generado largas confrontaciones armadas, los aymarás aún no han desarrollado ningún movimiento armado significativo. Tampoco han logrado los niveles de autonomía que, por ejemplo, han adquirido los kurdos en Irak o los vascos en España.
Las Américas aún no han conocido los movimientos étnicos separatistas que han sacudido al viejo mundo, sobre todo tras la desintegración de la Unión Soviética y la federación Yugoslava. Más, esto no implica que la ola de nuevos movimientos étnicos no acabe llegando a sus tierras.
En cierta manera la globalización alimenta ese tipo de fuerzas. Al ir hacia una cultura y economía cada vez más universalizada, muchas etnias que se han sentido aprisionadas en estados que tienen lenguas o culturas oficiales distintas, tratan de acentuar sus propias peculiaridades y entrar al integrado mundo con su propia identidad.
Felipe Quispe se ha convertido en el abanderado del nuevo nacionalismo aymará. El pasó del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) en los iniciales 90 para, tras haber estado en prisión, convertirse en el líder de la confederación campesina, de bloques campesinos y del bloque parlamentario (Movimiento Indio Pachacuti) más votado en el altiplano aymará de La Paz.
Mientras otros dirigentes acusados de terroristas evolucionaron hacia convertirse en parlamentarios moderados, él mantiene su radicalismo y ahora habla de poder renunciar a su curul para organizar bloqueos armados campesinos. El llama a restaurar el Collasuyo desmantelando la república blancoide de Bolivia. Cuestiona al sindicalista campesino Evo Morales, el líder indígena de la oposición, de ser un conciliador que no quiere llevar a los indios al poder.
En Perú, mientras tanto, el Ejecutivo está desgastado y las zonas aymarás vienen encabezando una tendencia hacia tomar la justicia con sus propias manos.
La corrupción, la crisis económica y política, y el rechazo al racismo van germinando tendencias hacia un nacionalismo aymará. Es posible que crezcan planteos en pro de la autonomía o separación aymará. Del lado de los oponentes a este nacionalismo estas tendencias pueden ser alimentadas por quienes incentiven la confrontación entre bolivianos de las tierras altas con las bajas para favorecer que el gasoducto de Tarija pase por Chile.