Estamos ante un proceso que algunos quieren despreciar tachándolo de populista, sin comprender el desafío que representa y el fracaso de las élites políticas que implica». En una comparecencia parlamentaria, el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, sintetizó con estas palabras el fenómeno del viraje hacia la izquierda que está experimentando América […]
Estamos ante un proceso que algunos quieren despreciar tachándolo de populista, sin comprender el desafío que representa y el fracaso de las élites políticas que implica».
En una comparecencia parlamentaria, el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, sintetizó con estas palabras el fenómeno del viraje hacia la izquierda que está experimentando América Latina tras la infausta década neoliberal de los noventa. No le faltaba razón.
La nueva realidad latinoamericana no se puede caricaturizar como la aventura de una pandilla de desquiciados, sino que exige una aproximación más serena y, sobre todo, respetuosa en términos democráticos. Más allá de los sentimientos íntimos que nos inspiren Chávez o Morales, ambos han llegado al poder mediante las urnas y, de momento, al margen de aspavientos y exabruptos, no han traspasado líneas rojas que permitan catalogarlos de déspotas o tiranos.
Es posible que Chávez esté avivando la actual crisis con fines meramente propagandísticos. Ello no se contradice, sin embargo, con una verdad de fondo: los intentos de las viejas oligarquías locales, apoyadas por EEUU, de recuperar el poder perdido mediante una ofensiva implacable de desestabilización que recuerda la que padeció Allende.
La mejor manera de calibrar la incipiente experiencia latinoamericana es dejarla avanzar. A sus sociedades no les podrá ir en ningún caso peor que bajo los dictados ultraliberales de Friedman.