Según muchos observadores, el primer Foro Social de las Américas fue un real éxito. Seguro más de 5 000 personas, probablemente alrededor de 10 000, representando varias centenas de instituciones de 40 países, han participado en los diferentes debates y actividades para «un otro mundo posible«, organizado en Quito, Ecuador, del 25 al 30 de […]
Según muchos observadores, el primer Foro Social de las Américas fue un real éxito. Seguro más de 5 000 personas, probablemente alrededor de 10 000, representando varias centenas de instituciones de 40 países, han participado en los diferentes debates y actividades para «un otro mundo posible«, organizado en Quito, Ecuador, del 25 al 30 de julio del 2004. El punto culminante de este encuentro continental fue sin duda la grande marcha popular del 28 de julio, linda de alegría e gravedad a la vez, uniendo en una comitiva multicolor asociaciones de defensa de los derechos de los pueblos indígenas, organizaciones campesinas, sindicatos, jóvenes comunitas… saludados por un concierto de cláxones y por los aplausos de los habitantes de la capital ecuatoriana. Unos momentos de tensión sin embargo, frente a la Embajada de los Estados Unidos (¿el verdadero palacio presidencial?), cuando las fuerzas de la policía le dispararon a los manifestantes que les gritaban: «¡cuida tu casa, cuida tu país, cuida tu pueblo!», por tiros de gas lacrimógenos rozando el suelo. El día siguiente, no fue en la prensa, sino sobre las paredes de la ciudad donde uno pudo leer las reivindicaciones de los manifestantes: «trasnacionales, fuera del país», «Bush asesino», «ALCA, TLC, Plan Colombia = muerte», «la calle es nuestra», «Camilo, Guevara, el pueblo se prepara»…
Durante estos días del Foro Social, lo más impresionante fue la presencia masiva de jóvenes, Ecuatorianos por supuesto, pero también Colombianos, Peruanos, Venezolanos, Brasileños… Su conciencia de los peligros que el neoliberalismo guerrero de los Estados Unidos hace pesar sobre la humanidad entera, su espíritu de fraternidad internacionalista, su compromiso militante generoso y resuelto… fueron lecciones de esperanza para nosotros todos. Esta magnífica movilización de la juventud nos impide de ser pesimistas. Pues si la juventud latinoamericana es a la imagen de la que hemos visto en Quito, entusiasta, solidaria, combativa, podemos realmente creer no solamente que un mundo mejor es posible, sino que está construyéndose, gracias a nuestras luchas comunes. El Foro de Quito ha demostrado los enormes progresos realizados por las fuerzas progresistas desde cinco años -desde 1999 y el surgimiento de la protesta mundial contra el neoliberalismo. Más allá de la extrema heterogeneidad de los movimientos sociales, de sus intereses y de sus reivindicaciones, un cierto número de puntos de convergencia han surgido en Quito.
El primer punto de convergencia concierne la urgencia imperativa de luchar contra la militarización y por la paz. Numerosos son ahora los militantes que piensan que la militarización es la prorrogación lógica del neoliberalismo -es decir de la dominación de las finanzas, principalmente estadounidenses-, que la guerra ya esta el modo de regulación del sistema mundial capitalista actual, pero también que ninguna alternativa progresista, de desarrollo económico, de justicia social, de democracia política, no será posible mientras los Estados Unidos hagan pesar una amenaza de guerra contra cualquier pueblo afirmando su voluntad de promover un proyecto nacional, social e autónomo. Unanimidad esta hecha contra la implantación de bases militares estadounidense en el mundo -y en Manta, Ecuador, en particular, convirtiendo este país en una de las plataformas estratégicas del ejercito de los Estados Unidos para el control militar de América latina. Unanimidad esta hecha -o casi- para una desmilitarización del planeta, empezando por el desmantelamiento de las armas de destrucción masiva de las potencias militares las más grandes. Unanimidad esta hecha para condenar la guerra de ocupación estadounidense en Irak.
Un segundo punto de convergencia parece ser la toma de conciencia de la necesidad de articular nuevos proyectos sociales a la escala nacional, regional y mundial. Suprimir la miseria, el desempleo y la explotación, reducir lo más rápido que sea posible las desigualdades sociales, instaurar sistemas públicos voluntaristas de salud, de educación, de infraestructura, de pensionados… asegurar una distribución igualitaria de los productos de base, abolir las discriminaciones raciales y sexistas, implementar reformas agrarias, permitir la reapropiación por el Estado de los medios de producción estratégicos para el desarrollo del país y de los recursos naturales de la nación… participan juntos, sin duda, de las medidas a tomar al nivel nacional. Rechazar el ALCA, los tratados de libre comercio y el plan Colombia, y proponer al mismo tiempo nuevas regionalizaciones, adaptadas a las exigencias de progreso social en el Sur, tienen que imponerse a la escala regional. Pero la reflexión tendrá también que poner en cuenta la definición de un nuevo orden político mundial, lo que pasa por la democratización de la ONU, la redistribución internacional de los recursos y la creación de un fisco mundial, la negociación del acceso a los mercados y a los sistemas monetarios y financieros, la reducción drástica de la deuda exterior del Sur y -¿como no pensar en eso seriamente?- la supresión del FMI, del Banco mundial y de la OMC como funcionan actualmente -última proposición que levanta sistemáticamente el entusiasmo del público, especialmente de las jóvenes generaciones.
El tercer punto de convergencia que parece salir de este Foro es la necesidad imperativa de construir nuevas organizaciones de nuestras luchas, alargar y profundizar la educación y la conciencia de las clases populares, como la formación de militantes permanentes, por un trabajo de memorización, de síntesis, de análisis y de difusión de nuestras ideas de progreso, de nuestras experiencias de resistencia y de nuestras proporciones de transformación, discutidas durante los Foros Sociales. Todo eso implica el fortalecimiento de nuestras sociedades civiles nacionales respectivas, combinando el potencial transformador de los movimientos sociales con la experiencia de luchas de los partidos de izquierda y de los sindicatos de trabajadores obreros y campesinos, pero también la reconquista de la soberanía nacional por los Estados del continente, para que el poder estatal no sea virado contra los servicios públicos, sino puesto al servicio de los pueblos, para que no sea un instrumento de violación de los derechos de los individuos y de los pueblos, sino que sirve fielmente las demandas sociales y los deseos de democratización. Estas utopías se convirtieron en realidades solamente si nuestros esfuerzos convergen y se concentran para agrupar sobre ellos lo máximo de fuerzas populares en el mundo, a fin de imponer su lógica de progreso, contra la de destrucción y de ganancia inmediata de las transnacionales y de las finanzas.
Lo que no podemos aceptar es de ver criminalizar nuestros sueños, es de vernos considerados como «terroristas» porque queremos construir un mundo sencillamente humano, porque queremos alimentar, cuidar y educar nuestros niños, porque queremos un día llamarnos «compañeros». La toma y el ejercicio del poder por las clases populares se quedan entonces más que nunca de actualidad. El mundo cambiara solamente a esta condición. Y fuimos algunos a hablar de nuevo de socialismo. No de un socialismo destruido por la caída del muro de Berlín, sino de un socialismo liberado por la caída del muro de Berlín -liberado del dogmatismo. De un socialismo inseparable de la democracia. No de una democracia formal, de una ficción de democracia, de un multipartidismo disimulando la realidad de un partido único del capital, sino de una democracia real, efectiva, social, de un poder popular. Que esta tarea sea extremadamente difícil es una evidencia. Que sea para nosotros todos una necesidad vital lo es también, mas aun. Enfrente de la barbarie del capitalismo neoliberal, de su apartheid mundial, de su genocidio silencioso de los más pobres, la vía de la civilización es la de un control integral y democrático por las clases populares y por los pueblos de su futuro colectivo. Eso podría constituir un nuevo proyecto de transición al socialismo por el siglo XXI -y uno de los temas que podríamos discutir fructuosamente durante los próximos Foros Sociales, comenzando por el de Porto Alegre, en enero del 2005.
* CNRS, Universidad de Paris 1, Francia