En 2005 Estados Unidos se ha convertido en el mayor socio comercial del Viet Nam comunista. Los productos de Viet Nam inundan las tiendas norteamericanas. Pero el «trauma de Viet Nam» sigue siendo importante en la política norteamericana. Fíjense cómo el historial del servicio de los candidatos presidenciales en Viet Nam se convirtió en un […]
Como la educación pública brinda a los ciudadanos un contexto insuficiente, dependemos de que los medios masivos hurguen en su ático colectivo y saquen artículos de la «Caída de Saigón». Sin embargo, cuando la prensa comercial propone el método del aniversario para enseñar historia, el público tiende a divorciarse de sus conexiones pasadas, en vez de relacionarse.
Las anécdotas personales ahogan el análisis. Los familiares de los soldados muertos lloran en el Muro de Viet Nam en Washington; otros reviven las batallas y la muerte de camaradas. Pocas presentaciones de los medios ofrecen el pasado como forma de aprender para el futuro.
Mientras que la ocupación de Irak y Afganistán continúa por su sangriento camino, debiéramos estudiar las lecciones de la guerra de Viet Nam. Los vietnamitas se refieren a ese período desde principios de los años 60 hasta abril de 1975 como «La Fase Norteamericana». Ellos sufrieron períodos de dominio extranjero por parte de ocupantes chinos, japoneses y franceses los cuales, a diferencia de los norteamericanos, aprendieron la dolorosa lección de tratar de someter y ocupar esa tierra.
Los líderes norteamericanos se niegan firmemente a aprender que algunas personas, como los coreanos, los vietnamitas y los iraquíes, por ejemplo, no se someten a la fuerza y la brutalidad. ¿Cómo enseñar esa sencilla lección? Los maestros han compartido la experiencia de tratar de educar a los estudiantes que no han asimilado su propia historia. En vez de inculcar el contexto histórico desde el primer grado en adelante, los estudiantes norteamericanos aprenden un tipo de mitología patriótica disfrazada con palabras como «desprejuiciada» -como si junto con las críticas al comportamiento norteamericano en Viet Nam -o Irak-, uno tuviera que presentar el lado bueno de la tortura, el asesinato en masa y la quema de aldeas con napalm.
Un reportero de La Voz de Estados Unidos se compadecía de los historiadores norteamericanos que «durante años han luchado por encontrar una manera justa y balanceada de enseñar a los estudiantes acerca de la guerra de Viet Nam -y las atrocidades cometidas allí por soldados norteamericanos» (Maura Jane Farrelly, 28 de abril de 2005).
«Justa y balanceada» suena discordante en la era de Noticias Fox y CNN. Los maestros debieran mostrar a los estudiantes imágenes noticiosas de la indigna retirada de EEUU de Saigón en abril de 1975. Los helicópteros militares despegaban de la embajada mientras desesperados clientes vietnamitas se sujetaban de ellos y caían a tierra.
Los textos de secundaria no cuentan esa historia. Steve Jackson, un profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Indiana de Pennsylvania, descubrió que los estudiantes de su Introducción al curso de Política Norteamericana «tienen poco conocimiento, si acaso lo tienen, acerca de la guerra de Viet Nam y sus lecciones. A él le parece terrible, especialmente a la luz del actual involucramiento de EEUU en Irak». (Michael A. Fuoco, Pittsburgh Post-Gazette, 28 de abril de 2005.)
Gore Vidal llama a este síndrome «Estados Unidos de Amnesia». Como abundan los memoriales y los medios están repletos de veteranos que recuerdan a camaradas caídos y anécdotas de combate, muchas juntas escolares quieren la historia enseñada como lecciones de bien y mal en las cuales nuestros líderes pudieran cometer errores, pero no hacen el mal.
Como resultado, mis estudiantes universitarios no saben que EEUU dejó caer más bombas en el Sudeste Asiático que en la Segunda Guerra Mundial. El General Curtis LeMay quería bombardear a Viet Nam hasta «llevarlo hasta la Edad de Piedra, ¡Qué cristiano!
A pesar de una superioridad militar aplastante, EEUU perdió en Viet Nam. Cuando las fuerzas norteamericanas se marcharon en 1975, el ejército títere de Saigón «tenía tres veces más artillería, el doble de tanques y carros blindados, 1 400 aviones y un monopolio casi absoluto del aire y una superioridad de dos a uno en topas de combate». (Kolko, Anatomía de la guerra: Viet Nam, EEUU y la experiencia histórica moderna. Ver Counterpunch, 30 de abril de 2005.)
Siete años atrás, los norvietnamitas perdieron una gran batalla y ganaron la guerra. A fines de enero de 1968, los ejércitos del Norte y el Frente de Liberación Nacional del Sur realizaron un levantamiento armado durante el Tet, la fiesta vietnamita. El General Giap y otros líderes de Hanoi habían decidido que el número de bajas provocadas por masivos ataques de artillería norteamericana y por bombardeos se habían vuelto intolerables. El plan de Giap para una rápida victoria militar exigía ataques coordinados a objetivos cercanos a la frontera con Viet Nam del Sur para atraer las tropas norteamericanas lejos de las ciudades, donde el Viet Cong lanzó dramáticos asaltos (las fuerzas pro comunistas en el Sur) así como de tropas regulares norvietnamitas que se habían infiltrado en áreas urbanas de Viet Nam del Sur. Giap predijo que tales atrevidas iniciativas a gran escala inspirarían a los ciudadanos a levantarse en armas en contra del gobierno títere sudvietnamita. La caída del régimen apoyado por EEUU eliminaría el último pretexto para la ocupación y los norteamericanos se retirarían,
Sin embargo, el gobierno títere no cayó. Las fuerzas de EEUU tuvieron unas 1 100 bajas y muchos más heridos, pero luego respondieron e inflingieron fuertes bajas a las tropas de Giap -unos 35 000 muertos y 60 000 heridos. Pero el plan de Giap sí provocó una victoria no esperada en la guerra de propaganda. Unas imágenes de TV mostraron al Viet Congo combatiendo dentro de la embajada de EEUU en Saigón, fuertemente custodiada, lo que dramatizó la brecha existente entre las declaraciones oficiales de optimismo acerca de las debilidades del enemigo y los hechos reales del campo de batalla.
La ofensiva del Tet reveló lo absurdo de los alardes del Presidente Lyndon Johnson de cuán debilitado había quedado de manera permanente «el enemigo». El hecho de que la ofensiva tuvo lugar después de repetidas aseveraciones oficiales de victoria inminente -la luz al final del túnel, según el Secretario de Defensa McNamara- minaron tanto los esfuerzos de los propagandistas de la guerra que la opinión pública se inclinó de manera convincente en contra de la guerra. A pesar de las inmensas pérdidas, los norvietnamitas ganaron la guerra de propaganda.
Siete años después del Tet, el público vio por TV las imágenes de funcionarios de la embajada norteamericana que quemaban documentos y dinero norteamericano para evitar que los comunistas que avanzaban rápidamente se apoderaran de ellos. Esas imágenes y los comentarios que las acompañaban inducían repugnancia y duda acerca de la prudencia de EEUU. Tres años después, si aún existían dudas acerca de la duplicidad de los funcionarios norteamericanos, Daniel Ellsberg, un ex funcionario de seguridad nacional, dio a la publicidad un enorme archivo de documentos que The New York Times publicó. Los miles de documentos de loa Papeles del Pentágono confirmaron que el gobierno había mentido y encubierto importantes hechos acerca de los orígenes de la guerra. También mostraban que Estados Unidos no había logrado mucho en ganarse «los corazones y mentes» del pueblo de Viet Nam. Los Papeles del Pentágono también revelaron que Lyndon Johnson había mentido repetidamente y que ni él ni ningún otro funcionario habían ideado un plan para terminar la guerra y abandonar Viet Nam. La brecha de credibilidad entre el gobierno y el pueblo se hizo insalvable.
La mayor parte de los norteamericanos no recuerda o no sabe por qué Estados Unidos intervino y luego se empantanó más en Viet Nam. Sus líderes no habían aprendido de Corea, donde otro duro adversario asiático combatió contra tropas de EEUU hasta llegar a un sangriento empate. Bush ha repetido el asesino guión en Irak. En cada guerra, la máquina norteamericana de matar ha asesinado a muchos más nativos que norteamericanos. En Viet Nam, Lyndon Johnson confesó a su Asesor de Seguridad Nacional, McGeorge Bundy, que él no «creía que valía la pena luchar». Pero siguió enviando a cientos de miles de soldados a matar y a que los mataran -para finalmente perder.
El 1 de mayo, el periódico reportó una noticia particularmente idiota. Stephen J. Morris, de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins culpó al cabildeo en contra de la guerra de haber convencido al Congreso de que redujera el financiamiento, garantizando así la victoria comunista en Viet Nam. ¿Cuántos de los lectores de The New York Times recuerdan el colapso instantáneo del ejército sudvietnamita cuando tuvieron que pelear, a pesar de ser militarmente superior y estar entrenado por EEUU? ¿Cuántos recuerdan que Estados Unidos inventó Viet Nam del Sur en 1955 como forma de impedir una victoria del Presidente Ho Chi Minh en las elecciones nacionales? ¿O que la corrupción generalizada caracterizó todos los regímenes impuestos por EEUU? ¿Cuántos saben que EEUU seleccionó a católicos para gobernar a una población predominantemente budista?
El pretexto de Morris niega los hechos: a principio de 1975, Viet Nam del Sur mostraba todas las señales de descomposición.
The Times no publica las lecciones vitales de Gabriel Kolko. «Administraciones sucesivas en Washington no tienen ninguna capacidad para aprender de los errores anteriores. La derrota total hace 30 años en Viet Nam debió haber sido una advertencia para EEUU. Las guerras son demasiado complicadas para cualquier nación, incluso la más poderosa, como para hacerlas sin correr un grave peligro. No son sencillamente ejercicios militares en los cuales el equipamiento y el poder de fuego son decisivos, sino también desafíos políticos, ideológicos y económicos. Los hechos en Viet Nam del Sur hace 30 años debieran haber demostrado esto». (Counterpunch, 30 de abril de 2005.)
En Irak, Bush repite la pecaminosa estupidez de Lyndon Johnson de desperdiciar un superávit en
la locura militar y de seguridad. El nuevo presupuesto del Congreso congeló el gasto interno, pero no el financiamiento militar ni el de «seguridad». Los asesores de Bush debieran leer esta cita de Pat Buchanan en Una república, no un imperio: «… todos los imperios han desaparecido. ¿Cómo perecieron? Por la guerra -todos ellos.»
El más reciente libro de Landau es El negocio de Estados Unidos: cómo los consumidores reemplazaron a los ciudadanos y de qué manera se puede invertir la tendencia. También dirige Medios Digitales en el Colegio de Letras, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Cal Poly Pomona y es miembro del Instituto para Estudios de Política.