En buena parte de la sociedad china siempre ha existido una cierta admiración por “Meiguó”, los Estados Unidos, literalmente “país hermoso”. Incluso entre las élites se puede hablar de una especie de sana envidia hacia el poder y el desarrollo de dicho país. El viaje que Deng Xiaoping realizó a EEUU en enero de 1979, en plena guerra fría con la URSS, fue decisivo para certificar el sentido inicial de la reforma y apertura que China iniciaba entonces para dejar atrás el maoísmo.
En los últimos años, sin embargo, esa admiración, mantenida en gran medida a pesar de discrepancias y tensiones, algunas graves como el bombardeo “accidental” de la embajada china en Belgrado en 1999, se ha ido mitigando. Primero fue la crisis financiera de 2008, que puso fin a la devoción por la ingeniería financiera estadounidense, repleta de sombras. Aquella crisis explica, entre otros, la renuencia a ampliar alegremente la apertura de la cuenta de capital e incluso en parte también las reticencias manifestadas en el reciente caso del gigante financiero Ant Group de Jack Ma. Después, llegó la pandemia, con la pésima gestión del presidente Trump, resultante en el fiasco que todos conocemos.
Lo que en China llamarían el “Incidente del Capitolio” puede marcar un tercer punto de inflexión y dar el golpe de gracia a cualquier atisbo de admiración residual. Cierto que a Xi Jinping le viene al pelo para exhibir una vez más fortaleza frente a unos disturbios que fácilmente pueden calificarse de expresión de la decadencia de la democracia estadounidense, aunque bien podrían actuar como un revulsivo. Dirán que ahora prueban de su misma medicina, una “revolución de color” como las instigadas por medio mundo, incluso en “su mundo”: Taipéi o en Hong Kong, pongamos por caso. En Taiwán, el asalto de los estudiantes al Yuan Legislativo en 2014 supuso el fin de la bonanza cooperativa entre los dos lados del Estrecho y el inicio del imparable ascenso del independentismo más pro-estadounidense que culminaría en 2016. A diferencia de la demócrata Nancy Pelosi, el entonces presidente del parlamento taiwanés, Wang Jin-pyng, del Kuomintang, se negó a expulsar a los estudiantes del recinto parlamentario. Aquel Movimiento Girasol no consumó un golpe de Estado pero si propició un cambio de rumbo radical en la política taiwanesa. En Hong Kong, el Movimiento de los Paraguas está en el origen de una larga crisis política que con el asalto al Consejo Legislativo en 2019, enarbolando por cierto banderas estadounidenses, dio un vuelco: no logró del todo hacer hincar la rodilla a Beijing pero supuso un punto de inflexión en aquella crisis abonando argumentos para justificar la vía represiva ahora en pleno auge en la región.
¿Puede la China de Xi vivir una situación similar a la de EEUU? Dejando a un lado las cuestiones de seguridad, sobre las que Beijing lleva tiempo muy alerta, la cuestión política clave radica en la división de la sociedad. Trump elevó la confrontación, tanto a nivel interno como exterior, a la condición de marca de su política. Estados Unidos es un país partido en dos como también en todo el mundo alentó la política de con nosotros o con China. Por el contrario, China, con su sueño de revitalización nacional, y a pesar de sus agujeros negros, no solo presenta un balance globalmente exitoso sino también una sociedad que mayoritariamente está unida en torno a un proyecto nacional. Añadamos a esto que las políticas adoptadas por el capitalismo ultraliberal en EEUU –ya con anterioridad a Trump- desgarraron profundamente la sociedad de dicho país, mientras que en China desde hace una década se está realizando un fuerte empeño por corregir las desigualdades, acabar con la pobreza, ensanchar la clase media, etc., para crear aquella sociedad armoniosa que decía Hu Jintao.
En clave china, Trump ejerce de auténtico neomaoísta, apelando a las masas para utilizarlas en su empeño político de permanecer en el poder ignorando y despreciando los resultados de las urnas, como igualmente hizo Mao con su Revolución Cultural para movilizar a millones de almas y truncar la restauración burocrática que le había apartado del poder para, supuestamente, iniciar la senda de la recuperación capitalista. Los “patriotas” que secundan a Trump dicen luchar contra el “socialismo” de Joe Biden….¡Otra locura es posible!
La contraposición entre el “Incidente del Capitolio” y el centenario del Partido Comunista de China representa ahora una oportunidad que viene como anillo al dedo para exhibir músculo político, confianza sistémica, y para reforzar internamente la opción de persistir en la exploración de una vía autónoma no solo en términos de desarrollo económico o social sino también político. Rechazar el modelo occidental ya no es únicamente una cuestión ideológica sino puramente empírica y de sentido común, algo que culturalmente la sociedad china entiende mejor.
Los próximos años serán duros y difíciles en EEUU. Biden no solo deberá reparar las relaciones con sus aliados sino prestar una enorme atención a sanar internamente el país, con fracturas mucho más serias de lo que inicialmente se podía prever. Es probable que ello acentúe en el liderazgo chino la convicción de enfrentar otra oportunidad estratégica para apurar el paso, dentro y fuera. Las prisas, no obstante, son malas consejeras.