Mucho ruido y pocas nueces. Es lo que ofrecen los informes sobre la guerra en Afganistán filtrados por Wikileaks, sin sorpresas para cualquier persona que ya estuviera medianamente informada. Los documentos, curiosamente, se han publicado poco después de la destitución del general McChrystal, síntoma de las contradicciones imperiales respecto a la gestión invasora. Al separar […]
Mucho ruido y pocas nueces. Es lo que ofrecen los informes sobre la guerra en Afganistán filtrados por Wikileaks, sin sorpresas para cualquier persona que ya estuviera medianamente informada. Los documentos, curiosamente, se han publicado poco después de la destitución del general McChrystal, síntoma de las contradicciones imperiales respecto a la gestión invasora.
Al separar el trigo de la paja, se salvan datos que en esencia confirman lo ya sabido. Por ejemplo, se detallan episodios repugnantes, cometidos por escuadrones de la muerte ocupantes que acribillan a niños y mujeres embarazadas. Son actos frecuentes, tipificados como crímenes de guerra y que no caben en el mantra oficial de «lamentables errores aislados».
Al Pentágono le va bien colgar a otros el sambenito de la inestabilidad en la región. Los papeles también prueban otro secreto a voces: la colaboración con los talibanes del protectorado de EEUU en la zona, la República Islámica de Pakistán, con unos servicios secretos que han llegado incluso a planear atentados perpetrados contra la OTAN y el Gobierno títere afgano. El mismo Estado que recibe desde 2001 miles de millones de dólares de Occidente ampara a quienes queman convoyes de la ISAF e invierte en la construcción de oscuras escuelas teológicas. Los talibanes sirven para mantener la influencia pakistaní en su patio trasero e impedir que sus rivales regionales rellenen el espacio vacío afgano. Si un gobierno independiente en Kabul nunca será aceptado por el régimen de Islamabad, el control de este sobre el primero tampoco será tolerado por Nueva Dehli o Teherán.
Washington conocía esta realidad mejor que nadie. Está claro que ofrece una versión muy distorsionada de los hechos y que su maldita guerra persigue otras metas muy diferentes a las oficiales, como el control de las rutas energéticas. Todo en un caos inducido para justificar su permanencia en Asia central.
Debería remover nuestras conciencias que el debate gire en torno a la difusión del material filtrado y no de sus contenidos, la enésima muestra del dolor infligido a millones de inocentes.
Por cierto, ¿qué opina al respecto el Gobierno español, tan implicado en esta farsa?