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Los creativos de la agroindustria

Fuentes: Rebelión

No es elegante llamar publicista a un vendedor, es más sutil llamarlo creativo: la creatividad necesaria para mentir por medio de verdades a medias, para mentir ocultando la parte de verdad que no interesa mostrar, para mentir asumiendo la ignorancia o dejadez de los clientes, para mentir haciendo que el público se sienta bien cuando […]

No es elegante llamar publicista a un vendedor, es más sutil llamarlo creativo: la creatividad necesaria para mentir por medio de verdades a medias, para mentir ocultando la parte de verdad que no interesa mostrar, para mentir asumiendo la ignorancia o dejadez de los clientes, para mentir haciendo que el público se sienta bien cuando consume el producto que se anuncia.

La necesidad de contar con los servicios de un gran creativo suele ser inversamente proporcional a la calidad del producto ofertado: no hará falta una costosa campaña publicitaria para vender algo que sea realmente bueno, que ofrezca ventajas competitivas claras con respecto a la competencia; aunque también es posible que la publicidad tenga que combatir la desconfianza de la gente, injustificada, ante un nuevo producto que ofrezca unos servicios inmejorables aún a riesgo de producir efectos, digamos, un tanto impredecibles.

Los últimos productos estrella de la agroindustria, los organismos genéticamente modificados (OGM), han estado desde su implantación masiva expuestos a las críticas de colectivos, asociaciones, sociedad civil y muchos gobiernos en todo el mundo. Parecen pedir a gritos una buena, y costosa, campaña de marketing agresivo, que deje sin argumentos y sin poder a los que se oponen a ellos.

La estrategia, por tanto, debe mostrar el producto con estas características: de calidad, carente de riesgos, beneficioso para la sociedad, innovador, vaya, incluso democrático. Ante las objeciones, se ofrecerán buenos argumentos, avalados por centros científicos de reconocido renombre, basados en exhaustivos estudios, que probarán que, si la naturaleza es sabia en su evolución, la ciencia humana lo es más, y más rápido.

El argumento central de la campaña aplasta por su sencillez: los OGM han sido creados, fundamentalmente, para acabar con el hambre mundial (no se puede negar que se apunta alto), quién se oponga a ellos está obstaculizando la lucha contra la pobreza, esta impidiendo que millones de personas mueran de inanición en todo el mundo. ¿Quién puede negarse a participar en un objetivo tan loable?

El problema surge cuando enfrentamos este objetivo con la realidad de la aplicación de los OGM en la agricultura: la agroindustria, es decir, si las aplicaciones de los OGM se han llevado a cabo en productos agrícolas no alimenticios (soja para piensos para el ganado, maíz para agro-combustibles, algodón para tejidos), ¿cómo es posible que ayuden a acabar con el hambre mundial? Partiendo de la base de que ese fuera su objetivo real.

Si se está acaparando tierras en el Sur para sembrar forraje para el ganado en el Norte; si se acumulan tierras en el Sur para sembrar combustibles para los vehículos en el Norte, si se roban tierras en el Sur para sembrar ropa que vestiremos en el Norte, resulta imposible de creer que el fin del hambre en el mundo sea el objetivo de la aplicación de los OGM en la agricultura.

Pero esto no parece desanimar a los creativos, de hecho sólo hace que se intente aumentar la velocidad de venta del producto: es tan urgente acabar con el hambre en el mundo que no debemos pararnos a realizar demasiados controles a los OGM, al fin y al cabo se trata de mutaciones que, con el tiempo suficiente, hubiera podido crear la propia naturaleza, eso sí, la naturaleza lo hubiera hecho gratis; no se puede olvidar que si la naturaleza es sabia, nosotros somos listos.

Así que, con la enormidad de la tarea que tenemos por delante, olvidémonos de engorrosos procesos legales, de largos periodos de prueba o de costosos análisis, los OGM deben tener la presunción de inocencia: no necesitan demostrar que son perjudiciales, serán los otros los que tengan que demostrar que no lo son, mientras tanto pueden venderse sin receta, pero pagando derechos, eso sí.

No se debe olvidar tampoco que la gente, los clientes, pueden ser desconfiados ante algo que no conocen así que, para evitar que esto influya de manera negativa en los OGM dedicados al consumo humano directo, no se debe exponer al consumidor a la difícil tarea de elegir entre productos TRANS y otros que no lo son: en este caso, la mejor publicidad es aquella que no existe, ya que, simplemente, se evitará que el etiquetado de los productos muestre la diferencia, de hecho, se hará ilegal que los productos libres de OGM puedan anunciarse como tales.

La ciencia es, por tanto, un mercado, el cual se autorregula de manera automática y eficaz; oponerse a esta «libre ciencia» es estar anclado en el pasado, las objeciones serán más políticas, filosóficas, morales o religiosas que ciertamente técnicas o científicas; quién se opone a los OGM se opone al progreso humano, se opone a la «tecnología de la vida». La dinámica de los OGM es tan rápida que no debe encontrar impedimentos, ni legales ni de otro tipo, a su avance.

Y, aún así, el número de hambrientos en el mundo ha aumentado considerablemente desde que se declararon los Objetivos del Milenio, ¿será, entre otras causas, porque la agroindustria puede ser un arma de destrucción masiva? No, debe ser porque está demasiado regulada para poder atajar de manera eficaz el hambre en los países del Sur, responderá el creativo.

Si quieren ver como trabajan estos creativos, aquí tienen un ejemplo: http://blogs.publico.es/dominiopublico/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.