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Los golpistas y Aung Suu Kyi han traicionado a la democracia en Birmania

Fuentes: Counterpunch [Foto: Embajada de Estados Unidos en Myanmar – CC BY 2.0]

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Lo que se está produciendo en Birmania en estos momentos es un golpe militar. No puede describirse de otra manera un acto tan injustificado como la deposición del gobierno por un decreto militar y la imposición de Min Aung Hlaing, comandante en jefe del ejército, como gobernante no elegido.

No obstante, por mucho que se hablara de democratización en los años previos al golpe, Birmania estaba lejos de ser una verdadera democracia.

Aung San Suu Kyi, líder del antiguo partido gobernante, la Liga Nacional para la Democracia (LND), apenas ha contribuido a realizar cambios significativos desde que fue designada Consejera de Estado.

Desde su regreso a Rangún en 1989 y su reclusión bajo arresto domiciliario durante años, Suu Kyi pasó de ser una activista que defendía la democracia en su país a convertirse en un “icono de la democracia” y, con el tiempo, en una intocable personalidad de culto. Su título, “Consejera de Estado”, inventado por la LND tras las elecciones de 2016, tenía como objetivo colocar su autoridad por encima del resto del gobierno.

Este estatus extraordinario se justificaba porque el ejército, que continuaba teniendo una influencia sustancial sobre el gobierno, no permitió que Suu Kyi ejerciera de primera ministra porque su marido y sus hijos son británicos. Pero hay algo más. Según escribía recientemente Richard C. Paddock en el New York Times, Suu Kyi controlaba su partido con un estilo similar al usado por los militares para controlar anteriormente el país.

“Los críticos empezaron a decir que el partido era un culto a su personalidad”, escribió Paddock, y añadía que “a menudo criticada por su terquedad y su estilo imperioso, Suu Kyi ha mantenido al partido firmemente sujeto bajo su mando y tiene fama de exigir lealtad y obediencia a sus seguidores”.

Quienes habían celebrado el legado de “la señora” quedaron decepcionados cuando la supuesta campeona de los derechos humanos decidió participar en las elecciones de 2016, a pesar de que millones de birmanos pertenecientes a los grupos étnicos marginados (como los perseguidos rohinyás) quedaron excluidos del derecho a voto.

Las débiles y tímidas críticas quedaron sofocadas por la celebración global de la democracia en ciernes birmana. Tan pronto como Suu Kyi se convirtió en la líder de facto,  aunque en alianza con la antigua junta militar del país, las corporaciones multinacionales (principalmente occidentales) se lanzaron a Rangún para aprovechar los generosos recursos naturales de Birmania, en gran parte si explotar a causa de las sanciones económicas impuestas al país.

Con el fin de no poner en duda lo que fue calificado como una victoria para la democracia, milagrosamente conquistada a los militares por una sola mujer que simbolizaba la determinación y la lucha de décadas de su pueblo, se obviaron muchas dudas legítimas. No obstante, tras esta apariencia cuidadosamente coreografiada e idealizada se escondía una realidad genocida.

El genocidio de los rohinyás,  un pogromo de asesinatos, violaciones y limpieza étnica, se remonta muchas décadas atrás en Birmania. Cuando la junta militar desarrolló sus operaciones de “limpieza” de los musulmanes rohinyás en el pasado, sus campañas violentas fueron totalmente ignoradas o convenientemente clasificadas bajo el discurso general de las violaciones de derechos humanos en aquel país.

Pero cuando el genocidio (que continúa en marcha) se intensificó en 2016-2017, surgieron muchas cuestiones legítimas sobre la culpabilidad del partido gobernante, la LND, y sobre la persona de Suu Kyi.

Durante los primeros meses de los episodios más recientes del genocidio rohinyá a manos de fuerzas gubernamentales y milicias locales, Suu Kyi y su partido se comportaron como si el país estuviese atravesando un episodio de violencia comunal del que, en último término, hubiera que culpar a todas las partes involucradas. Pero ese discurso resultó ser insostenible.

En el ámbito internacional, los rohinyás  pasaron a ser un tema recurrente en los medios de comunicación cuando cientos de miles de personas se vieron obligadas a abandonar el país y a refugiarse mayoritariamente en Bangladés. La magnitud de su desgracia dio lugar a titulares terribles día tras día. Naciones Unidas y otros grupos internacionales de derechos humanos documentaron historias de asesinatos y violaciones. Como consecuencia, y gracias a los esfuerzos de un grupo de 57 países musulmanes, en 2019 se inició una trascendental querella en la Corte Internacional de Justicia de la ONU con sede en La Haya por la que se acusa a Birmania de genocidio.

Para Suu Kyi, y para su partido, las lealtades étnicas y la realpolitik eran más importantes que cualquier tópico sobre democracia y derechos humanos, por lo que respondió con actitud desafiante a las críticas internacionales y defendió abiertamente a su gobierno y a su ejército. En su testimonio ante la Corte de Naciones Unidas en diciembre, Suu Kyi describió la violencia genocida contra los rohinyás como “ciclos de violencia intercomunal que se suceden desde 1948”. Además, reprendió la “impaciencia” de los investigadores y grupos de derechos humanos internacionales, a los que echó la culpa por precipitar el juicio.

Al desestimar lo que “muchos expertos en derechos humanos han calificado como los peores pogromos de este siglo”, Suu Kyi pasó de ser “la campeona de los derechos humanos y la democracia a una aparente apologista de la brutalidad”, en palabras del New York Times.

Así como debemos insistir en que el regreso de los militares al gobierno es inaceptable, del mismo modo debemos exigir que Birmania adopte una verdadera democracia para todos sus ciudadanos, con independencia de su raza, etnia o religión. Un buen comienzo sería disociar a Aung Suu Kyi de cualquier movimiento democrático inclusivo en aquel país. La señora de Birmania tuvo su oportunidad, pero, desgraciadamente, no supo aprovecharla.

Ramzy Baroud es periodista y editor de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros, el último de los cuales lleva el título de These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es un destacado investigador no-residente del Center for Islam and Global Affairs (CIGA) y del Afro-Middle East Center (AMEC). Su página web es: www.ramzybaroud.net

Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/03/01/coup-leaders-aung-san-suu-kyi-betrayed-democracy-in-burma/

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