FSJ: ¿Qué campos semánticos y metafóricos se pueden utilizar para reemplazar los campos bélicos que son utilizados en los medios de comunicación e incluso en informes de memoria para presentar a las comunidades? JPA: Yo creo, que el primer elemento a considerar es que nuestro lenguaje -casi inevitablemente- ha sido impactado por la guerra. En […]
FSJ: ¿Qué campos semánticos y metafóricos se pueden utilizar para reemplazar los campos bélicos que son utilizados en los medios de comunicación e incluso en informes de memoria para presentar a las comunidades?
JPA: Yo creo, que el primer elemento a considerar es que nuestro lenguaje -casi inevitablemente- ha sido impactado por la guerra. En esa medida, nuestro lenguaje, las ciencias sociales, el campo de la comunicación y el conocimiento están profundamente impactados por la guerra.
Nuestro relacionamiento con el otro, está relacionado con los marcos de guerra, como explica Judith Butler, que nos obligan a reconocer ciertas vidas como dignas de duelo y otras muertes que no valen la pena ser lloradas.
Entonces creo que el elemento fundamental, e inicial, es repensar de qué manera nuestras estructuras epistemológicas han sido impactadas por estas dinámicas bélicas y cómo podemos reconocernos en ese otro que decimos no ser.
Muchas veces decimos: ¡no soy víctima! ¡No soy combatiente! Pero cuando replanteamos nuestra historia personal, nuestra genealogía descubrimos que muchos de nosotros o alguien de nuestra familia lo ha sido.
Puedes encontrar familias impregnadas por la dinámica de la guerra de este país. Necesitamos nuevos marcos epistémicos para reconocernos en otros, en ese que decimos no ser: todos tenemos algo de víctimas y de cómplices. Transformar esos marcos es un punto esencial.
FSJ: ¿ Esa representación constante del victimario y la persona victimizadas dignifica a las personas?
JPA: Creo, que la categoría de víctima es un concepto interesante; si bien etimológicamente viene de una idea del puesto en sacrificio, en términos legales tiene un buen recorrido porque permite reconocer que alguien te hizo daño, que no es tu culpa que alguien te haya hecho daño.
En términos legales nos dice que alguien hizo un daño y en ese sentido es un concepto justo, alude a que uno es víctima de alguien y no de uno mismo, en términos psíquicos significa que el daño es causado por otro y que no soy responsable de mi sufrimiento.
El concepto de victimario cada vez me gusta menos, especialmente cuando es aplicado genéricamente a todos los grupos combatientes, de los grupos armados ilegales.
A mí me parece que el concepto de victimario debería permitir diferenciar un combatiente y excombatiente y nombrarlo no solamente como victimario, pues eso nos permitiría reconocer otras historias.
El concepto victimario suena mejor cuando pensamos en grandes perpetradores de violencia como los genocidios; y no porque ellos no tengan responsabilidad sino porque los combatientes son más que victimarios, tienen historias de victimización, han tenido en sus vidas actos de compasión hacia otros seres humanos.
Además es importante destacar la diversidad entre combatientes y sacarlos del «monstruo» producido por la guerra porque a los monstruos no se los puede juzgar porque necesitan exorcismos, pero no ser juzgados.
Pero cuando reconocemos la humanidad del combatiente, reconocemos que entra en el ámbito de lo juzgable, y que tenía la posibilidad de hacer o no hacer algo. Si reconocemos que es un ser humano y no un producto monstruoso de la máquina de guerra podemos ver que es alguien que toma decisiones de compasión y de asesinatos, no solo de compasión y no solo de lo bélico.
FSJ: ¿Qué impacto tiene en el imaginario colectivo la representación constante y repetida de porciones de verdad por parte de los medios de comunicación?
JPA: Yo creo que eso genera algo que Martín Baró, un psicólogo social español que vivió en El Salvador, decía: que hay un efecto en la guerra por el poder de los medios de comunicación para establecer las mentiras institucionalizadas.
Las mentiras institucionalizadas son los fragmentos de verdad que se presentan como verdaderos a partir del lugar de poder que ocupan los medios de comunicación.
Por ejemplo, cuando Álvaro Uribe Vélez decía que los jóvenes víctimas de ejecuciones extrajudiciales no eran muchachitos que estaban recogiendo café, eso se instaló como una mentira institucionalizada, y ese lugar de enunciación, ese mismo poder no lo tenía la madre de Soacha porque los medios no estaban puestos su servicio.
De la misma manera que la guerra hablita marcos epistémicos para relacionarnos con los otros, también habilita una cierta manera de relacionarnos con las vidas y las muertes, para relacionarnos con más familiaridad con otros.
Los medios se movilizan más con el secuestro que con la desaparición forzada y eso es problemático, los medios habilitan un relacionamiento con ciertos hechos de violencia que terminan generando mayor compasión con unos que con otros.
Por ello, una señora de la clase media bogotana se conmueve con el relato de Ingrid Betancur, de Alan Jara pero no puede conmoverse ante los casos de ejecuciones extrajudiciales. Ese concepto de mentira institucionalizada nos revela mucha, y se relaciona con esas porciones de relatos como verdad imperecedera.
Algo que generan los informes de memoria histórica, sin proponérselo, es que han puesto la luz sobre ciertos hechos y oscurecen otras narrativas. Yo tengo un pronóstico triste: creo que acá puede pasar lo que ocurrió en Chile, una vez terminaron los informes de memoria, esas voces persistentes de las víctimas se convirtieron en voces molestas, impertinentes. (Los chilenos pensaban pero sí ya se les hizo un documental, ya se les publicó un libro):
Es como pasar la página sin terminar de leer el libro y ese pasar la página es problemático, es como: ¡ya está!, ya hicimos la tarea aunque el informe lo que indique es que la situación está tremendamente complicada.
FSJ: ¿Qué impacto tiene en las audiencias la espectacularización del conflicto armado, el desplazamiento, la desaparición forzada, el secuestro?
JPA: No es conveniente para la salud mental de nadie. Por ejemplo, estos escenarios de pedir perdón de los paramilitares no son emocionalmente favorables porque se cumple un requisito de la Ley de Justicia y Paz pero no es benéfico. En las audiencias el lugar de enunciación del victimario fue privilegiado y no el de la víctima, entonces se invierten los procesos.
En Argentina, en cambio, las víctimas son las que hablan y el tiempo para los «victimarios» es más corto. La estructura misma de la Ley de Justicia y Paz privilegia al victimario.
FSJ: ¿Qué efecto tiene en la persona que ha sido víctima y/o testigo de violencia cuando es representada como sujeto pasivo al recibir ayuda del gobierno y como sujeto activo, cuando exige y demanda del Estado algo. Por ejemplo, el viernes pasado en el plantón por los desaparecidos del Palacio de Justicia?
JPA: Las políticas del reconocimiento implican que si eres reconocido como pobre puedes aplicar por subsidios, puedes aplicar por subsidios para casas, si eres pobre y pilo puedes aplicar para becas universitarias.
Las políticas de reconocimiento promueven un lugar de enunciación incómodo para el resto de la sociedad, pero las víctimas son más que su lugar de enunciación. Una víctima puede recibir dinero un día por concepto de reparación y al otro día, ser un sujeto activo que se moviliza al igual que cualquiera de nosotros.
Los seres humanos somos más que ese lugar donde nos puso la guerra, una manera de quebrar esas narrativas, es enunciar las víctimas más allá del sufrimiento porque son personas que hacen más cosas, son universitarios, trabajadores, etc.
FSJ: ¿Cuáles son las consecuencias psicológicas de las imágenes fijas, auditivas, visuales y escritas, de desaparecidos, desplazados, torturados, repetidas por los medios de comunicación?
JPA: En mis clases de psicología comprendí que el desencanto de los estudiantes con la violencia y el conflicto armado obedecía al cansancio y agotamiento frente a estos temas.
Hace dos años comprendí que ese desencanto de mis estudiantes era el reflejo de su aversión a los impactos de la guerra. Ellos me dijeron que no es que no les importara sino que estaba relacionado con una condición de exacerbación mediática de los temas lo cual ha generado un distanciamiento de esos temas.
El impacto psicológico es un síntoma social, un trauma social. Un síntoma social sería una cierta aversión, negación y toma de distancia frente a estos temas porque no queremos acercarnos a ellos, queremos ver la Selección Colombia, a la gente ganando y no la guerra.
Otro impacto es por ejemplo, es el impacto psicosocial de del asesinato de candidatos políticos en los años 90 y porque las nuevas generaciones no somos capaces de llegar a algo más pleno porque asociamos la política con el dolor y el sufrimiento y es difícil que esta generación se lance a la política, que es asociada con la muerte.
FSJ: ¿Puede la forma en que los medios representan los tipos de victimización obstaculizar o retrasar el proceso de superación de la condición victimizante por parte de las personas?
JPA: Creo no tienen el poder de retrasar o empujar pero si tienen un deber ético de crear escenarios para que la sociedad se relacione en términos de escucha, utilizando otros sonidos, otras voces y cambiando el espectro auditivo para que no resuene con lo mismo.
Los medios de comunicación son recurrentes en el desencanto y fijación de los mismos sonidos. Por eso necesitas escuchar otro tipo de enunciación de voces, que nos hablen de la violencia de otra manera que nos permitan salir del embotamiento en que hemos caído con esa reiteración de sonidos e imágenes, para eso está la literatura el cine, es buscar otros lugares de enunciación, ver otra cosa.
FSJ: ¿Qué impacto tiene en la salud mental de los colombianos que no han sido victimizados el discurso de la impotencia construido por los medios de comunicación para representar a la persona victimizada?
JPA: Primero, habilita un tipo de ideas sobre las víctimas relacionadas con un ser humano desprovisto de agencia y de condiciones económicas favorables, de asociación de las víctimas con el pobre y el pobrecito.
Esto hace que, como sociedad, la narrativa de víctima que se ha instalado es la de alguien que solamente sufre, pero quienes los conocemos cercanamente sabemos que son seres «con agencia» no solo seres sufrientes y mares de lágrimas, sino capaces de movilizarse social y políticamente, y que también algunos pueden ser pusilánimes o mediocres.
FSJ: ¿Cómo se podría informar sobre hechos como la desaparición, las ejecuciones extrajudiciales, entre otros, sin apelar al efectismo que genera emociones a través de adjetivos calificativos que describen el «horror» y el miedo que nutren las noticias diarias?
JPA: Reconociendo en las experiencias de victimización no solamente el daño ni el hecho violento sino al sujeto que vivió el daño porque caes fácilmente en narrar la tortura, narrar desde la tortura y no hablar del sujeto torturado, que resistió, se enfrentó con dignidad, se entregó que son actos que nos permiten reconocer el sujeto no es solo la tortura sino que se convierte en ese hecho que narra porque le preguntamos solo por eso.
Lo mismo pasa con los combatientes y ex combatientes. Si les preguntas a los niños excombatientes por un solo tema hablará solo de eso. Pero el sujeto es más que esas narrativas de efectividad del daño.
Hay una relación entre dos, entre el que enuncia y el que pregunta, que puede ser el periodista, el psicólogo, el investigador, el abogado, debemos reconocer que hay dos sujetos: el que pregunta y escucha y el que habla y enuncia, se debe promover una escucha ética, no de subalternización del otro.
Fernanda Sánchez Jaramillo, periodista, maestra en relaciones internacionales y trabajadora comunitaria.
@vozdisidente
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