La hipocresía es un elemento determinante en la actual política imperial; determinante y novedoso podríamos decir. Los viejos imperios no se andaban con vueltas a la hora de amenazar y arrasar pueblos enteros. Pero la humanidad ha evolucionado y se ha revolucionado con los medios de comunicación masivos. Hoy puede verse la sangre; que la […]
La hipocresía es un elemento determinante en la actual política imperial; determinante y novedoso podríamos decir. Los viejos imperios no se andaban con vueltas a la hora de amenazar y arrasar pueblos enteros.
Pero la humanidad ha evolucionado y se ha revolucionado con los medios de comunicación masivos. Hoy puede verse la sangre; que la sociedad acepte una guerra implica más esfuerzos y las guerras ya no son para ampliar dominios, sino para extender la democracia. Eso nos los enseñó el siglo XX y lo perfecciona el XXI.
Hace poco más de 2 años se rumoreaba sobre la liberación de Ingrid Betancourt por parte de las FARC. Quienes trabajamos con la información estábamos muy atentos ante las gestiones de un enviado del gobierno francés en las selvas de Colombia, se había reunido o debía reunirse con Raúl Reyes en su campamento.
Pocos días después el gobierno colombiano atacó la base del líder guerrillero en territorio ecuatoriano y puso a la región al borde una guerra.
El presidente venezolano Hugo Chávez, calificó entonces a Colombia como el Israel de América Latina. La condena unánime que generó aquel ataque militar colombiano no fue acompañada por Washington.
Hace 6 días la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, dijo que un acuerdo firmado entre Irán, Brasil y Turquía hacía del mundo un lugar más inseguro.
Para fortalecer la teoría de Clinton, la Colombia del Medio Oriente (Israel), atacó y masacró a por lo menos 19 ciudadanos que viajaban en un barco cargado de asistencia humanitaria para la población de la bloqueada Franja de Gaza.
El barco tenía bandera turca y Tel Aviv ni siquiera tuvo la delicadeza de atacarlo dentro de sus límites territoriales, lo hizo en aguas internacionales para asegurarse que la provocación fuese más clara.
Si no fuera por la impunidad cultural con la que operan los medios de comunicación hegemónicos, este sistema debería estar largamente agotado.
Nos cansamos de escuchar y conocer las graves amenazas que para la paz del mundo representan gobiernos como los de Irán, Corea del Norte, Siria, Venezuela -o el más novedoso-, Brasil.
Sin embargo las acciones reales prácticamente no significan nada. Las acciones que verdaderamente ponen en riesgo la seguridad mundial siempre las llevan a la práctica el imperio y sus aliados y nunca nos enteramos de su peligrosidad.
Mientras el eje del mal sigue amenazando a la humanidad sin que se le conozcan acciones militares, los defensores de la democracia asesinaron a cientos de miles de iraquíes y vietnamitas, a otros tantos palestinos y a un número similar de colombianos; también a decenas de miles de afganos, a centenares de pakistaníes y a otros tantos libaneses; cuando se les ocurre pueden bombardear Somalia o Yemen.
De vez en cuando a alguno de los representantes de ese poder imperial se le escapa increíblemente una declaración de sinceridad y por 10 ó 15 segundos la hipocresía no cuenta.
La semana pasada, el presidente de Alemania, Horst Köhller visitó a las tropas de su país en Afganistán y a su vuelta ofreció una entrevista en la emisora estatal Deutschlandradio, allí estimó que «la mayoría de los alemanes empieza a entender que un país tan poderoso como el nuestro, con una orientación hacia las exportaciones y con ciertas dependencias, tiene que saber que, si es necesario, hay que defender nuestros intereses con fuerza militar».
Quince segundos de sinceridad le costaron el cargo, el poder imperial tiene que decir que invade y mata por la democracia y no por defender sus intereses económicos, si alguno de sus representantes se atreve con la verdad, debe ser marginado del poder.
Son historias muy cruentas y genocidas las de todas esas guerras, pero nos siguen haciendo creer que los que nos amenazan son Ahmadineyad ó Chávez.
Hay que decir que a Irán sí se le puede achacar una conflagración armada, pero casualmente también fue fogoneada por Washington, cuando estos últimos apoyaron a Saddam Hussein para intentar derrocar a la revolución islámica en la década del ´80 del siglo pasado.
La liberación de Ingrid Betancourt era un gesto simbólico de trascendencia por parte de la guerrilla colombiana de cara a una posible negociación dentro del conflicto de ese país, pero no pudo ser porque el gobierno Álvaro Uribe asesinó al principal negociador.
Eso nunca fue calificado como una amenaza a la paz en la región por parte de Clinton ni de nadie que se le parezca.
El acuerdo entre Irán, Brasil y Turquía abría un marco interesante para discutir un trato diferente a Irán, mucho más cerca de la necesaria negociación que de la insana terquedad de no sentarse a dialogar con Teherán.
¿Pero cómo es que Turquía se sienta a negociar con Irán sin el aval de Washington?
Tres días después de la reprimenda verbal de Clinton, su principal aliado ataca militarmente un barco turco en aguas internacionales.
¿A alguien se le ocurre pensar que Washington pueda calificar este ataque como una acción que hace al mundo más inseguro?
Para este imperio enfermo que nos enferma a todos con su casi perfecto arsenal cultural, más amenazante y peligroso es la firma de un acuerdo político que un ataque militar contra un grupo de pacifistas armados con sillas de plástico y 10 mil toneladas de ayuda humanitaria.
Israel dice horas más tarde que no tiene que pedir perdón por defenderse.
El mensaje debe quedar bien en claro, el imperio quiere la guerra y no otra cosa; y la guerra no puede correr riesgos de detenerse, ni en el Medio Oriente, ni en Colombia, ni en la península coreana ni en ningún otro oscuro rincón del planeta (como le gustaba decir a George W. Bush).
La paz puede hacer al mundo un lugar mucho más inseguro para el imperio, por eso debe evitarse cueste lo que cueste.