La primera complejidad para afrontar este debate tiene que ver con la definición misma de movimiento social. A mi modo de ver, hay multitud de iniciativas que intervienen en eso que llamamos lo social o lo político (que podría caracterizarse en radical oposición a eso que también llamamos política-representación) que a su manera, y desde […]
La primera complejidad para afrontar este debate tiene que ver con la definición misma de movimiento social. A mi modo de ver, hay multitud de iniciativas que intervienen en eso que llamamos lo social o lo político (que podría caracterizarse en radical oposición a eso que también llamamos política-representación) que a su manera, y desde infinidad de luchas sectoriales, alza la voz contra los desmanes, injusticias, etc. que se producen en este sistema. Si el todo es la suma de las partes (o algo más si por momentos se producen sinergias) esta nube de mosquitos podría considerarse, por agregación y abstractamente, como «los movimientos sociales».
Algunos grupos o luchas sectoriales emergen cada cierto tiempo (por causas endógenas y exógenas) consiguiendo que sus reivindicaciones se hagan públicas -trascendiendo el marco muchas veces autorreferente de los grupos mismos-, durando más o menos tiempo en la escena y agregando en torno suyo más o menos apoyos individuales y colectivos, esto es, siendo más o menos movimiento, entendido, ahora sí, como un potente artefacto que consigue traspasar la espesura de la censura democrática y empatizar con un amplio espectro social que hace suyas muchas de las ideas y proclamas de aquel. En algunas épocas estas efervescencias se suceden en el tiempo y en otras se produce un aparente vacío.
Simplificando en exceso, hay movimientos sociales con pretensiones rreformistas y los hay con propósitos radicales. En ocasiones confluyen y en otras se distancian.
Los primeros buscan mejorar, cambiar aspectos del sistema que no gustan, y en general conectan bastante con esa porción de sociedad que aún conserva algo de masa crítica. Reconocen sus límites y se saben parte integrante de un todo que no es perfecto pero es mejorable. Entre sus miembros se encuentra una parte importante de la izquierda que considera los planteamientos ilustrados como un proyecto malogrado pero recuperable. El Estado tal como lo conocemos, con el Derecho y las instituciones a la cabeza, sirve al capitalismo y no a la justicia. Lo malo no es el modelo, sino la forma en que se ha desarrollado históricamente.
Los segundos se definen en una teórica oposición a los otros, solo que muchas veces este antagonismo es sólo formal. Me explico.
Algunos de nuestros movimientos sociales más potentes -a nadie se le eescapa que en esto, como en muchas otras cosas, funciona la sintonía identitaria- están subvencionados por instituciones, manejan abultados presupuestos, cuentan con multitud de profesionales e incurren, para su propio sostenimiento, en flagrantes contradicciones. El sistema es la expresión totalitaria de una relación de fuerzas en la que hasta sus partes débiles, conscientes o no, se ven en la obligación de sostener el polo de fuerza que las oprime.
Si en otras épocas los movimientos sociales tuvieron alguna capacidad de influir en los acontecimientos, la realidad hoy deja mucho que desear. Nos guste o no, la práctica de muchos colectivos sustenta el mundo contra el que lucha: no es fácil habitar la tremenda aporía de ser miembros de pleno derecho de aquello que repudiamos y contra lo que luchamos. Decimos NO a una miríada de experiencias indeseables que, si se produjeran, vaciarían de sentido la vida tal y como la vivimos: si el NO que proferimos en infinidad de luchas se hiciera carne y no sólo verbo deberíamos desertar de infinidad de chucherías cotidianas -alimentarias, de transporte, de tecnología, de ocio…-. Por eso podemos decir una cosa y hacer la contraria: el acto mismo de la protesta es un gesto que reconforta el ánimo pero deja el mundo intacto. Para que podamos dislocar este binomio debemos afrontar que el diagnóstico del malestar es realizado por la enfermedad misma.
O mantenemos discursos radicales que difícilmente pueden llevarse a efecto (y que por tanto nos eximen de su cumplimiento) ó reivindicamos una pedagogía de mínimos concebida como una metodología de lo posible para ir avanzando: ¿hacia dónde? Los planteamientos de máximos, ni son posibles ni entendibles, pero, ¿adónde nos conduce reivindicar lo posible?
Los movimientos sociales de hoy han cambiado la utopía por la audiencia. Por eso los pocos que no buscan reconocimiento y se salen del guión, son acusados de terroristas, son juzgados y encarcelados – Itoiz- lo que es poco o nada deseable por una cibermilitancia ávida de diversión y poco amiga de llevar hasta las últimas consecuencias la radicalidad discursiva -lo que por otro lado es entendible, dado el alto coste-. La esencia espectacular se ve en las manifestaciones antiglobalización, las movilizaciones contra la guerra y las huelgas generales, por poner algunos ejemplos. No podía ser de otro modo si los colectivos están formados por sujetos sujetados, que con nuestros empleos, nuestras formas de consumo, en definitiva, con nuestras formas de vida, somos el sustento necesario de un mundo abominablemente abstracto que incorpora el descontento y lo transforma en democracia.
La idea de una transformación social radical motivada por una crisis coyuntural puede invitar a pensar a quienes conciben la acción política de los Movimientos sociales teleológicamente que ha llegado el momento de que las ideas y prácticas de estos nutran el malestar social. Estaríamos así ante un reordenamiento del sistema que pretende cobrarse un precio -grande o pequeño- para resituar su estado de equilibrio. Sería un reajuste más que desgasta -o potencia- al gobierno de turno y que busca aprovecharse del miedo y la incertidumbre para aumentar la brecha entre clases sociales e implementar medidas de control de más calado. Los MMSS buscarían aquí denunciar la precariedad, los abusos, las injusticias…, en una acción reactiva, defensiva, en un entorno que hace cada vez más difícil abrir espacios no contaminados por la lógica mercantil y militarista que, en líneas generales, define el marco social en el que actuamos y del que en buena medida estamos impregnados.
Para quienes esperan que una crisis sistémica constituya una suerte de acontecimiento derivado de la necesidad (que en poco o nada se alimente de la larga tradición de luchas), y que posibilite otras formas de actuar y de pensar el modo de realidad que moramos, sólo decir que un acontecimiento impredecible podría posibilitar una inversión radical del actual estado de las cosas a nuestro gusto o dar una vuelta de tuerca más
La crisis que nos ha congregado en este medio con diversas reflexiones puede ser pensada como la crisis de nuestro modo de vida y como la de nuestros métodos para evitarla. Mientras tanto pondremos en marcha iniciativas sin tener la seguridad de que lo que hacemos vaya a servir: ¿imperativo categórico?, ¿hipotético? En éstas estamos.
http://www.eutsi.org/kea/lucha-social/estado-espanol/mmss.html