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Los oligarcas de Davos hacen bien en tener miedo al mundo que han construido

Fuentes: The Guardian

Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García


Los milmillonarios y los oligarcas de las corporaciones que se encuentran esta semana en Davos (*) están empezando a sentirse preocupados por la desigualdad. Quizá sea difícil de digerir que los caciques de un sistema que ha desembocado en la peor desigualdad económica de la historia de la humanidad estén nerviosos por las consecuencias de sus propias acciones.

Pero hasta los arquitectos del orden que está en el origen de la crisis económica internacional están empezando a ver los peligros. No se trata solo del heterodoxo financista George Soros, a quien le gusta decir de sí mismo que es un traidor de clase. Paul Polman, jefe ejecutivo de Unilever, está inquieto porque el «capitalismo amenaza al capitalismo». Christine Legarde, directora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional (FMI), tiene miedo de que efectivamente dentro del «capitalismo podría estar la semilla de su propia destrucción», como aseguraba Marx, y advierte que se debe hacer algo.

La magnitud de la crisis ha sido descrita por la organización benéfica Oxfam. Hoy día, apenas 80 personas poseen la misma riqueza que 3.500 millones de habitantes del mundo, es decir, la mitad de la población del planeta. El año pasado, el 1 por ciento más adinerado era dueño del 48 por ciento de la riqueza mundial; hace cinco años, lo era del 44 por ciento. Si se mantiene la tendencia, el año que viene el 1 por ciento más rico poseerá más que el 99 por ciento restante. Desde los ochenta, a ese 1 por ciento le ha ido siempre bien y desde entonces ha cuadruplicado sus ingresos.

Se trata de una apropiación de la riqueza de una dimensión grotesca. Durante 30 años, bajo el imperio de lo que Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, llama «fundamentalismo del mercado», la desigualdad de ingresos y riqueza se ha inflado, tanto entre la mayoría de países como dentro de ellos. En África, según crecía la lista de milmillonarios, el número absoluto de personas que viven con menos de dos dólares por día se ha doblado desde 1981.

En la mayor parte del planeta Tierra, la parte del Producto nacional que corresponde al trabajo ha venido cayendo sin cesar, y los salarios se han estancado en este régimen de privatización, desregulación y bajada de impuestos para los ricos. Al mismo tiempo, las finanzas han succionado riqueza del sector público para ponerla en manos de una reducida minoría, aunque eso signifique desechar el resto de la economía. Ahora, la evidencia acumulada muestra que esa apropiación de riqueza no solo es un atentado moral y social; además, estimula el conflicto social y climático, las guerras, la migraciones masivas y la corrupción política, atrofiando las posibilidades de salud y vida plena, incrementando la pobreza y ensanchando las divisiones de género y étnicas.

La espiral de desigualdad también ha sido un factor crucial de la crisis económica de los últimos siete años, que ha restringido la demanda y dado alas al boom del crédito. Esto no solo lo sabemos por las investigaciones del economista francés Thomas Piketty o por los ingleses autores del estudio social The Spirit Level. Después de años de promover la ortodoxia de Washington, incluso la OCDE, dominada por Occidente, y el FMI argumentan que el ensanchamiento de la brecha de ingresos y riqueza ha sido el factor clave del lento desarrollo de las pasadas dos décadas neoliberales. La economía británica habría sido casi un 10 por ciento mayor de no haber crecido desenfrenadamente la desigualdad. Ahora, los ricos están utilizando la austeridad para coger un trozo aún más grande del pastel.

La gran excepción en esta marea de desigualdad en los últimos años ha sido América latina. Los gobiernos progresistas de la región le han dado la espalda a un modelo económico desastroso, recuperaron el control de los recursos en mano de las corporaciones y atacaron a la desigualdad. El número de personas que vivían con menos de dos dólares por día ha caído de 108 millones a 53 en a apenas un poco más de una década. China, que también ha rechazado buena parte de su catecismo neoliberal, ha visto crecer intensamente la desigualdad en su interior pero también sacó de la pobreza a más personas que el resto del mundo, compensando así la creciente brecha global en los ingresos.

Estos dos ejemplos demuestran que el incremento de la desigualdad y la pobreza de ningún modo es algo inevitable. Es el resultado de decisiones políticas y económicas. Las personas que piensan entre los oligarcas de Davos se dan cuenta de que es peligroso permitir que las cosas continúen así. Entonces, algunos quieren un «capitalismo más inclusivo» -con, entre otras cosas, impuestos más progresivos- para salvar al sistema de su inherente amenaza.

Pero, por cierto, no será ese el resultado de las cavilaciones o preocupaciones presentes en los ágapes en el Ayuntamiento. Sean cuales sean los sentimientos de algunos barones corporativos, los intereses de la elite y las corporaciones -incluyendo las organizaciones que ellos dirigen y las estructuras políticas que han colonizado- han mostrado siempre que se opondrán con dientes y uñas incluso a las reformas más modestas. Para tener una idea, solo hace falta escuchar los gritos de protesta provocados por los planes de Ed Miliband -impugnados por algunos compañeros de su propio partido- de gravar las viviendas cuyo valor supere los dos millones de libras para financiar el sistema sanitario, o el pedido de la otrora reformista Sociedad Fabiana de que el líder laborista sea más «pro negocios» (léase pro corporaciones), o el muro de resistencia construido en el Congreso contra sus tímidas propuestas de fiscalidad redistributiva.

Quizás un sector de la preocupada elite esté preparada para pagar un poco más de impuestos. Lo que nunca aceptaran es cualquier cambio en el equilibrio de poder social, desde donde, en todos los países, se resiste cualquier intento de fortalecer los sindicatos, aunque las cada vez más débiles organizaciones laborales han sido un factor decisivo en el crecimiento de la desigualdad en el mundo industrializado.

Solo mediante un desafío a los afianzados intereses que han contribuido a la formación de un orden económico disfuncional se podrá revertir la marea de desigualdad. El partido Syriza, contrario a la austeridad, favorito en las elecciones griegas de este fin de semana* está tratando de hacer precisamente eso, como lo hizo exitosamente la izquierda latinoamericana en los últimos 15 años. Para conseguir eso hacen falta movimientos sociales y políticos más fuertes, que rompan o eviten el bloqueo que impone la colonizada política dominante. Las lágrimas de cocodrilo en relación con la desigualdad son el síntoma de una elite asustada. Pero el cambio solo llegará como consecuencia de una presión social sin desmayos y del desafío político.

* La fecha de publicación del original de esta nota es 22 de diciembre de 2014 (N. del T.)

Fuente: http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/jan/22/davos-oligarchs-fear-inequality-global-elite-resist