Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis
Es una serie de televisión sobre Rusia. Pero podría ser sobre Israel. O sobre los Estados Unidos. Se titula «Los Oligarcas» y está proyectándose ahora en la televisión israelí.
Algunos de sus episodios son absolutamente increíbles; o lo habrían sido, si no hubieran venido directamente de buena tinta: de los héroes de la historia que alegremente se jactan de sus hazañas despreciables. La serie fue producida por inmigrantes israelíes de Rusia.
«Los Oligarcas» son un grupo diminuto de empresarios que se aprovecharon de la desintegración del sistema soviético para saquear los tesoros del estado y amasar un botín que suma centenares de billones de dólares. Para salvaguardar la perpetuación de su negocio, tomaron el control del estado. Seis de los siete, son judíos.
En lenguaje popular se llaman «oligarcas»; de la palabra griega que significa «gobierno de pocos.»
En los primeros años de capitalismo ruso postsoviético eran los ágiles e intrépidos que supieron aprovecharse de la anarquía económica para adquirir posesiones enormes por una centésima o una milésima de su valor: el petróleo, el gas natural, el níquel y otros minerales. Usaron cada argucia posible, incluyendo la estafa, el soborno y el asesinato. Cada uno de ellos tenía un pequeño ejército privado. En el transcurso de la serie están orgullosos de narrar con gran detalle cómo lo hicieron.
Pero la parte más intrigante de la serie relata la manera en la que tomaron el control del aparato político. Después de un periodo de lucha, decidieron que sería más aprovechable para todos ellos cooperar para tomar el estado.
En aquel momento, el presidente Boris Yeltsin estaba en un acusado declive. En la víspera de las nuevas elecciones para la presidencia, su popularidad en las encuestas de opinión públicas se mantenía en un 4%. Era un alcohólico con una grave enfermedad de corazón y trabajaba aproximadamente dos horas al día. El estado era, en la práctica, gobernado por su guardia personal y por su hija; la corrupción estaba al orden del día.
Los oligarcas decidieron tomar el poder a través de él. Tenían fondos casi ilimitados, el control de todos los canales de televisión y la mayoría de los otros medios de comunicación. Pusieron todo esto a la disposición de la campaña para la reelección de Yeltsin, negaron a sus antagonistas siquiera un minuto de tiempo televisivo y vertieron grandes sumas de dinero en el esfuerzo. (La serie omite un detalle interesante: trajeron, en secreto, a los más excelentes expertos en elecciones americanos y a publicistas que aplicaron métodos previamente desconocidos en Rusia.)
La campaña dio su fruto: Yeltsin fue, de hecho, reelegido. El mismo día él tenía otro ataque cardíaco y pasó el resto de la legislatura en el hospital. En la práctica, los oligarcas gobernaron Rusia. Uno de ellos, Boris Berezovsky, se nombró a si mismo primer ministro. Hubo un escándalo menor cuando se conoció que él (como la mayoría de los oligarcas) había adquirido la ciudadanía israelí, pero dejó su pasaporte israelí y todo estuvo de nuevo en orden.
A propósito, Berezovsky se jactaba de haber ocasionado la guerra en Chechenia en la que han muerto decenas de miles de personas y un país entero ha sido devastado. Él estaba interesado en los recursos minerales de allí y en un posible oleoducto. Para lograrlo acabó con el acuerdo de la paz que dio algún tipo de independencia al país. Los oligarcas despidieron y destruyeron a Alejandro Lebed, el popular general que diseñó el acuerdo, y la guerra ha permanecido incesante desde entonces.
Al final, hubo una reacción: Vladimir Putin, el duro y taciturno ex dirigente del KGB, alcanzó el poder, tomó el control de los medios de comunicación, puso a uno de los oligarcas (Mijail Khodorkovsky) en prisión, causó que los otros huyeran (Berezovsky está en Inglaterra, Vladimir Gusinsky está en Israel y se supone que otro, Mijail Chernoy, se está escondiendo aquí.)
Puesto que todas las hazañas de los oligarcas ocurrieron en público, hay un peligro de que el asunto pudiera causar un aumento del antisemitismo en Rusia. De hecho, los antisemitas defienden que estos hechos confirman los «Protocolos de los Ancianos de Sión», un documento fabricado hace un siglo por la policía secreta rusa y que pretende revelar una conspiración judía para controlar el mundo.
Moviéndonos de Rusia a Norteamérica; sucedió lo mismo en los EE.UU, por supuesto, pero hace más de hace cien años. Entonces, los grandes «barones ladrones», Morgan, Rockefeller etc., todos ellos buenos cristianos, usaron métodos muy similares para adquirir capital y poder a gran escala. Hoy funcionan de manera más refinada.
En la campaña de las actuales elecciones, los candidatos recaudan centenares de millones de dólares. George W. Bush y John Kerry los dos se jactan de su talento para elevar las enormes sumas de dinero. ¿De quien?. ¿De los pensionistas?. ¿De la mítica » señora mayor en zapatillas de tenis?» Por supuesto que no, sino de la camarilla de millonarios, de las gigantescas corporaciones y de los poderosos lobbies (distribuidores de armas, organizaciones judías, médicos, abogados y así). Muchos de ellos les dan dinero a ambos candidatos; tan sólo para estar en el lado seguro.
Todos éstos esperan, por supuesto, recibir una paga extraordinaria generosa cuando su candidato sea elegido. «No hay nada como un almuerzo gratis», como escribió el derechista economista Milton Friedman. Como en Rusia, cada dólar (o rublo) invertido sabiamente en una elección rendirá por diez – o por cien-.
El problema está arraigado en el hecho de que los candidatos presidenciales (y todos los otros candidatos para el aparato político) necesitan cada vez cantidades mayores de dinero. Las elecciones se están luchando principalmente en la televisión y cuestan grandes sumas. No es una coincidencia que todos los candidatos actuales en los EE.UU. sean multimillonarios. La familia Bush ha amasado una fortuna del negocio del petróleo (ayudada por sus conexiones políticas, por supuesto.) Kerry se casó con una de las mujeres más ricas de América que fue una vez la esposa del rey de la salsa Henry John Heinz. Richard Cheney fue el jefe de una gran corporación que ha acumulado un valor de billones con los contratos en Irak. John Edwards, candidato para vicepresidente, ha hecho una fortuna como abogado procesal.
De vez en cuando se habla en América sobre reformar la financiación de las elecciones, pero no sale nada que valga la pena. Ninguno de los oligarcas tiene algún interés por cambiar un sistema que les permite comprar al gobierno de los Estados Unidos.
En Israel, también, hablar sobre » Dinero y Poder» está ahora en boga. Ariel Sharon y uno de sus dos hijos han sido sospechosos de aceptar sobornos de un magnate inmobiliario. Una acusación fue bloqueada por el nuevo Fiscal General que fue nombrado por el gobierno de Sharon en la plenitud del asunto. Otra investigación sobre Sharon y sus hijos todavía está pendiente. Se trata de millones de dólares que llegaron a sus arcas electorales por rutas tortuosas cruzando tres continentes.
Las conexiones de Simón Peres con multimillonarios son muy conocidas, como lo son las grandes sumas proporcionadas por multimillonarios judíos americanos para las causas de la extrema derecha en Israel. Uno de los oligarcas rusos es el copropietario del segundo periódico israelí más grande.
Un escándalo político sobre el Ministro israelí para Infraestructuras ha aparecido y desarrollado rápidamente en un asunto que involucra a grandes empresas multinacionales que compiten por los contratos para proporcionar gas natural a la Compañía de Electricidad israelí, un asunto de billones en el que figura el hampa, en el que políticos e investigadores privados juegan su parte. Este descubrimiento les ha aclarado a los israelíes que aquí, también, políticos de primera línea han estado actuando hace tiempo como mercenarios para poderosos intereses financieros.
Estos hechos deben alarmar a todos los que nos preocupamos de la democracia en Israel, Rusia, los Estados Unidos y en cualquier lugar. La oligarquía y la democracia son incompatibles. Como un comentarista ruso, en la serie de televisión, dice sobre la nueva democracia rusa: «Ellos han convertido a una virgen en una prostituta.»