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Los «pueblos rojos» de Tailandia

Fuentes: Periodismo Humano

La crisis política en la que está sumida Tailandia desde el golpe de Estado que en 2006 derrocó al primer ministro Thaksin Shinawatra ha supuesto el surgimiento de un potente y heterogéneo movimiento social conocido como los camisas rojas. Opuestos al golpe de Estado y, en su gran mayoría, partidarios de Thaksin, una gran parte […]

La crisis política en la que está sumida Tailandia desde el golpe de Estado que en 2006 derrocó al primer ministro Thaksin Shinawatra ha supuesto el surgimiento de un potente y heterogéneo movimiento social conocido como los camisas rojas. Opuestos al golpe de Estado y, en su gran mayoría, partidarios de Thaksin, una gran parte de ellos pertenece a la población rural del norte y el noreste del país. Algunas semanas antes de que se celebraran las elecciones que dieron la victoria a la hermana de Thaksin, Yingluck Shinawatra , al frente del partido Puea Thai, numerosos pueblos de la zona decidieron declararse oficialmente «pueblos rojos» . Hace unos días visitamos uno de esos pueblos, Nong Ka, en la provincia de Khon Kaen.

Khon Kaen forma parte de Isan , una hermosa región fundamentalmente agrícola llena de verdes arrozales que se extienden a lo largo de la meseta de Khorat. Con aproximadamente 22 millones de habitantes, es la región más poblada del país. La mayoría de la población habla un dialecto más cercano al laosiano que al tailandés del centro del país y no son pocos quienes dicen que «hay más laosianos en Isan que en el propio Laos». A lo largo de su historia, la región ha sido escenario de algunas revueltas contra el Gobierno central, como la insurgencia comunista de los años sesenta y setenta, pero nunca han cristalizado en un movimiento nacionalista o independentista. No obstante, la región tiene unas características culturales y étnicas propias que la diferencian claramente del resto del país.

Isan es también la región más pobre de la nación. Su renta per capita, de 1.150 euros, es muy inferior a la media del país, 3.500 euros, o a la de Bangkok, de 8.460 euros. Esta enorme diferencia se debe aque el Gobierno central ha ignorado Isan durante decenios, excepto para imponer una cultura y una identidad cultural «tailandesas» en gran medida artificiales. Como consecuencia de la pobreza, muchos habitantes de Isan emigran a la capital para buscar empleo o viajan al extranjero durante largas temporadas para trabajar en la construcción o el sector agrícola.

Nong Ka es un pequeño pueblo en el corazón de Isan, situado a unos treinta kilómetros de la capital provincial, Khon Kaen, en el que viven aproximadamente 420 familias, la mayoría de ellas formadas por agricultores dedicados al cultivo del arroz. Nong Ka ha sido reconocido «pueblo rojo» oficialmente por el Frente Unido para la Democracia y contra la Dictadura (UDD), la principal organización de los camisas rojas, ya que más del 85 por ciento de sus habitantes se declaran como tales. Antes de las elecciones del 3 de julio, estaban registrados como miembros del UDD 155 de ellos, ahora son más de 200.

Nos guía por el pueblo un miembro del UDD de Khon Kaen a quien todos llaman por su apodo, «Jub», y del que nadie parece conocer su nombre y apellidos. Jub es un informático de veintinueve años que trabaja en la Universidad de Khon Kaen, que viaja a menudo a los pueblos para transmitir información y leer a los camisas rojas artículos de Internet desde su iPad. No se limita a enseñarnos el pueblo y a ponernos en contacto con algunos de sus habitantes, sino que a menudo contesta a las preguntas por ellos y trata de dirigir sus respuestas, hasta el punto de que este periodista hubo de recordarle en más de una ocasión que la pregunta no iba dirigida a él. En cualquier caso, los campesinos también hablan con su propia voz. A menudo escuchaban educadamente a Jub antes de responder y bromeaban sobre su tendencia a hablar demasiado.

Las diferencias entre un «pueblo rojo» y cualquier otro son más bien escasas, exceptuando las banderas rojas en muchas de las casas y edificios como el del colegio y un cartel a la entrada del pueblo con el retrato de Thaksin Shinawatra y las palabras «Pueblo de camisas rojas por la democracia». Por lo demás, la organización del pueblo no ha cambiado, las instituciones y el jefe, elegido cada cuatro años, son los mismos. Pero ahora el pueblo cuenta con un jefe «rojo» afiliado al UDD, un hombre de 61 años llamado Khamsingh Pajuan, propietario de un arrozal de 15 rais (2,4 hectáreas) que, además, se dedica a criar cerdos para una gran empresa, un trabajo frecuente en la región.

El papel del UDD se limita a convocar reuniones informativas de «educación política», mantenerse en contacto con otros pueblos y organizar una red dirigida desde la capital provincial para movilizar a los «rojos» cuando sea necesario. La secretaria de Khamsingh, una mujer de 41 años llamada Yard Muenchang, es mucho más locuaz que él y nos explica que el jefe del pueblo es también un camisa roja, pero no puede mostrarlo abiertamente ni participar en sus actividades, de las que, en todo caso, le informan puntualmente. Según ella, la financiación de la rama local del UDD corre a cargo de los propios miembros del pueblo.

Yard y otras personas del pueblo se declaraban camisas rojas porque apoyan a Thaksin y se oponen a la injusticia, las desigualdades, el Gobierno actual del Partido Demócrata, y la falta de libertad de expresión, sobre todo en lo que respecta a algunas de las instituciones más poderosas del país. Según ellos, la economía iba mucho mejor durante el mandato de Thaksin y se habían beneficiado enormemente de algunas de sus políticas, como el sistema de atención sanitaria universal a 30 baht (unos 75 céntimos de euro) por consulta. Yard no negaba que Thaksin hubiera utilizado su cargo para beneficiarse, pero replicaba que todos los políticos lo hacen, «ninguno es perfecto, pero al menos él se preocupaba por nosotros».

Poco importa que muchas de las políticas del Partido Demócrata sean un calco de las de Thaksin, los camisas rojas no se sienten representados por el Gobierno de un partido que no ha ganado unas elecciones en casi dos decenios y sólo ha accedido al poder tras la disolución en 2008, en lo que ha sido denominado un «golpe de Estado judicial», del Gobierno, el del Partido del Poder del Pueblo afín a Thaksin, que ellos habían votado.

Muchos temen que los militares y la elite de Bangkok no permitan gobernar a Yingluck Shinawatra y traten de derrocar nuevamente el Gobierno elegido por los tailandeses. Cuando le preguntamos a Yard y otros camisas rojas qué harían en ese caso, nos respondieron que volverían a protestar y a luchar por medios pacíficos, cuando la organización central del UDD les convocase para ello.

Ante la cuestión de si estaban dispuestos a emplear la violencia, su respuesta fue que sólo recurrirían a ella como último recurso. Por otro lado afirmaron rotundamente que no iban a aceptar una amnistía para los responsables de la violencia que el año pasado se cobró la vida de 91 personas en Bangkok, la mayoría manifestantes desarmados, durante los enfrentamientos entre los camisas rojas y el ejército, una idea que el Puea Thai ha considerado y que los líderes del UDD tampoco están dispuestos a aceptar, lo que en el futuro podría provocar tensiones entre el partido y el movimiento.

Política aparte, y hasta que llegue el momento de volver a movilizarse, los habitantes de Nong Ka se dedican fundamentalmente a luchar a diario por su supervivencia. Yard y su familia continúan trabajando en su granja; ella vende cocos en los pueblos de los alrededores con la ayuda de su familia. Es temporada de siembra y los agricultores se ayudan los unos a los otros en sus respectivos arrozales. Algunos contratan a jornaleros para hacer el trabajo. Suriyo Salatjan, de 47 años, había contratado a 17, a los que pagaba 6 euros diarios por trabajar de 8 de la mañana a 5 de la tarde (el sueldo mínimo en la provincia es de 4 euros).

Suriyo se quejaba de que el precio al que los intermediarios compran el arroz es cada vez más bajo. El precio fluctúa enormemente y varía de unos compradores a otros. El mejor que Suriyo había podido encontrar en la última cosecha es de 149 euros por tonelada, casi la mitad de lo que él consideraba un precio razonable, con lo que sólo puede cubrir los gastos y ha de pedir préstamos para comprar los fertilizantes de la siguiente siembra. En la próxima cosecha apenas podrá cubrir los gastos de ésta y tendrá que volver a endeudarse, un problema que afecta a la mayoría de agricultores tailandeses , atrapados en un círculo vicioso de deudas continúas que les impiden ahorrar y progresar económicamente. Suriyo afirmaba que era camisa roja «de corazón» porque quería que se acabaran ese tipo de problemas.

Es precisamente ese círculo vicioso y la falta de perspectivas de futuro lo que empuja a tantos campesinos de Isan a emigrar a la capital en busca de oportunidades o a trabajar en el extranjero durante largas temporadas. Athisak, el marido de Yard, trabajó durante años como obrero de la construcción en Irak, Indonesia y Taiwan antes de casarse. Según él, su experiencia fue enormemente positiva y pudo enviarle dinero a sus padres para que compraran una casa nueva y tierras. Sin embargo, no todos los que van a trabajar al extranjero son tan afortunados. Con frecuencia, las agencias de empleo hacen promesas que no cumplen o los trabajadores son maltratados en sus trabajos, una situación ante la que están indefensos jurídicamente.

A veces la falta de recursos económicos puede tener consecuencias sumamente graves en un país en el que la justicia a menudo es una cuestión de dinero. Una mujer nos contaba que su hijo había sido acusado de agresión por meterse en una pelea. La familia de la otra persona involucrada en la pelea le había pedido 14.000 euros para solventar el asunto, pero ella no había podido hacer frente al pago, por lo que su hijo finalmente fue condenado en 2009 a 28 años de prisión. El hijo ha pasado la mayor parte del tiempo de su condena en la cárcel de Khon Kaen, donde ella podía visitarle dos veces al mes, pero le trasladaron recientemente a otro centro penitenciario más lejano, por lo que, nos contaba apenada, ya no puede verle tan a menudo.

Muchos tailandeses deciden hacerse monjes para escapar de la pobreza o acceder a una educación mejor. Es el caso del abad del monasterio local, un hombre de 39 años llamado Phra Boon Sai Athiwaso, que nos contaba que se unió a la sangha (el clero budista) para poder continuar sus estudios, ya que su familia era demasiado pobre para costeárselos. Phra Boon Sai, que nació en otro pueblo de la misma provincia, se hizo monje a los 14 años para estudiar. A los 20 años dejó la sangha para trabajar en Bangkok, pero se dio cuenta de que el título que tenía no le servía en su vida como laico, por lo que, cuando se enteró de que se había creado una universidad para monjes en Khon Kaen, decidió volver a la vida religiosa para estudiar Sociología y Administración Pública.

Phra Boon Sai señalaba que hay una gran diferencia entre el modo en que las nuevas generaciones y sus padres viven la religión: mientras los mayores siguen acudiendo al templo con asiduidad, los jóvenes sólo lo visitan en las festividades. «Quizá no estén cambiando las creencias de los jóvenes, pero sí sus prácticas, y eso puede poner a la religión en peligro». Phra Boon Sai comentaba que los monjes están «intentando adaptar las enseñanzas para atraer a los jóvenes» pero, añadía con filosofía, «es posible que el budismo desaparezca en Tailandia, como ya sucedió en India». El abad también expresó sus simpatías por los camisas rojas y afirmó que su «lucha por la justicia y el progreso es totalmente coherente con el budismo», aunque, según él, «la sociedad tailandesa está constreñida por su cultura».

Tailandia se ha convertido en un campo de batalla entre antiguas instituciones y estructuras de poder y una incipiente nueva ciudadanía que trata de encontrar su propia voz para expresarse. Esa batalla se libra entre los rascacielos de Bangkok, pero también, y quizá sobre todo, en pueblos como Nong Ka, rojos o no. Hasta ahora la trilogía «Religión, Nación y Rey» era el pegamento que había mantenido unida Tailandia. Pero según el especialista afincado en Khon Kaen, David Streckfuss, y como pudimos comprobar en algunas de nuestras conversaciones, en los dos últimos años se ha producido un cambio enorme en la percepción que la mayoría de habitantes de Isan tienen de instituciones que hasta ahora se consideraban intocables, algo de lo que el actual Gobierno ni siquiera parece percatarse. Es probable que el nuevo Gobierno de Yingluck Shinawatra no tenga más que sus propios intereses en mente, pero no podrá ignorar la voz de la gente que, como los habitantes de Nong Ka, le ha aupado al poder, clama por un cambio y está dispuesta a luchar para conseguirlo.

Fuente: http://elgranjuego.periodismohumano.com/2011/07/26/los-%E2%80%9Cpueblos-rojos%E2%80%9D-de-tailandia/